jueves, 30 de marzo de 2017

Cecilia XXVI


No me engaño. Puedo engañar a todos pero no a mí misma. No soy feliz con la vida que tengo. Y no amo a mi esposo, eso lo sé y lo he reafirmado a través del tiempo. La gente me ve reír  y me felicitan por la familia que tengo. Yo les sigo la corriente y finjo ser feliz. Para mí, yo no rio, mi sonrisa es una mueca de infelicidad. A veces me pregunto si la gente realmente se da cuenta y son hipócritas como lo soy yo, y siguen el juego de esta vida. Nadie me pregunta realmente que siento. Yo veo que a mí alrededor todos son felices o es que fingen como yo y no se atreven a enfrentar el dolor que daría la realidad. ¡Que cómodo se vive así! Seguro que eso he hecho, he intercambiado felicidad por comodidad. Pero ese papel no es agradable. Mis días son estar en ajetreo constante para no detenerme a pensar y reflexionar en esta vida absurda que estoy viviendo. Claro que mis hijos me dan mucha alegría y un poco de felicidad. Los quiero mucho y ellos me quieren también. He tratado con mucha voluntad de volver a querer a mi esposo. Hemos pasado más tiempo juntos, los dos solos. Hemos celebrado entusiastamente nuestros aniversarios y otros acontecimientos. A pesar de lo aparente positivo de los encuentros, me vuelve inexorablemente una tristeza y un desdén, porque dentro de mí no me conmueve ya nada de él. Y cuando tenemos relaciones íntimas, a pedido e insistencia de él y aunque invento muchas excusas, me siento muy mal después, pues es una tortura para mí, tanto que quiero arrancarme la piel. Algunos momentos nuestras miradas se encuentran y siento que mis ojos me delatan. Presiento que él sabe ya la verdad pero entiende que ni él ni yo podemos hacer nada y no se atreve a encararme pues sería el fin del mundo que tenemos hasta ahora.
Un día estábamos en una reunión con unos amigos. Los varones se juntaron en el patio a comentar sobre deportes, como siempre, y nosotras, las esposas nos quedamos en la sala, charlando. Una de ellas comentó que su esposo tenía una secretaria bonita. Le aconsejamos que se pusiera alerta.
-La tentación puede ser muy grande y tú sabes, tu esposo pasa más tiempo con ella que contigo.
 -Si se le ocurriera “sacar los pies de plato” a mí no me faltaría pretendiente para ponerle los cuernos para estar a la par.
-Yo no lo haría- Comentó otra- si mi esposo quisiera revolcarse con otra mujer, allá él.
-¿Qué tal si tú te enamoraras de otro hombre? No hay que decir de esta agua no he de beber.
-A propósito. Tengo una amiga del tiempo de colegio que se ha enamorado perdidamente de su entrenador y me dice que es el amor de su vida.
-No sé cómo una esposa se puede enamorar de un tipo que solo le dedica ratos, que no está cuando sus hijos les da fiebre, cuando tiene una emergencia, cuando celebra algún evento familiar, cuando necesita dinero para comprar ropa a los hijos, cuando planeas el futuro de sus hijos. ¿Dónde está?- Fue el comentario de otra. Al cual siguieron otras opiniones más.
-Cierto, no se da cuenta que solo es una fijación romántica. “Es el hombre de mi vida” ¡ja!
-Los amores de la vida están en nuestras casas.
-Tienes razón. Algunas mujeres mantienen esa fijación que no les permite tomar conciencia de lo valioso de lo que realmente tienen.
-El problema es la idea idealizada del hombre. Deberían sacarse esa idea de la cabeza y valorar a su familia y amarlos incluyendo a su esposo.
-Los maridos no son perfectos. ¿Qué hombre es perfecto?
-¡Perfecto solo Dios!
-A mí me han ensenado que el matrimonio es para siempre y la fidelidad también lo es. Una está casada por los sentimientos y no por papeles firmados.
-Darse a respetar como señora eso es lo que debe hacer tu amiga. Seguro que no sabe lo que es amor y ahora corre tras una ilusión.
-Debe de estar con la cabeza caliente, tener un enamoramiento. El peligro a que se está exponiendo es que su marido se entere y pierda todo.
Una de ellas expresó tímidamente y con resquemor.
-Claro, pero si ya no existe amor entre la pareja y la esposa lo ha intentado todo, lo mejor es terminarlo aunque hayan hijos que seguramente sufrirán. Pero más sufren viendo un hogar lleno de mentiras, de agresiones y desamor.
Luego que habló todas callaron ante tal comentario discordante. Hasta que la dueña de casa rompió el silencio.
-¿Qué tal me salió el suflé?
Paré de escuchar lo que decían, solo miraba gestos y labios moviéndose. Solo asentí con la cabeza lo que decían, cínicamente, mostrándoles mi aceptación a sus opiniones.
Pero que bien domesticadas estaban estas señoras. Bien parecía que sus propios esposos les instruyeron en el arte de cerrar sus ojos a sus vivencias, y aceptar que el matrimonio es donde acaba la vida de las mujeres. Piensan que tenemos que servir a la familia para protegernos, para tener futuro, que nuestro fin es la casa, y que esa nuestra profesión. Con discreción me abstraje de ese mundo llenos de valores, de sacrificios y de deberes que no era el mío.
Impensablemente, esta reunión aclaró mi mente. Si, asentí con la terminación del matrimonio cuando el amor entre los esposos ha terminado. Ahora sé lo que debo de hacer. Lo que no sé es como ni cuando romperé mi matrimonio.

                                               *********



Cecilia XXV


Al día siguiente al encontrarnos Cecilia me pidió ir al zoológico.
-¿Te gustan los animales? –Me preguntó.
-Claro. Me gustan los felinos.
-¿Y las aves?
-También me gustan pero a la brasa, acompañadas de papas fritas.
-¡No! ¡Qué cruel!
-Pero más que comer aves preferiría comerte a ti, comerte de verdad, morderte con mis dientes y tragarte enterita.
-Te diría que eres un caníbal.
-No, no te comería por hambre.
-Sino, ¿entonces? ¿Por gusto?
-Por amor.
-¡Oh vaya! Así si dejaría que me comieras, claro.
-Te mordería tiernamente y te tragaría con dulzura. No, no, miento, no es así. Lo que siento es que quiero tenerte dentro de mí, saciarme de ti, aunque teniéndote dentro, estallaría.
-Entonces, no dejaré que me comas. A propósito, hablar de comer me ha dado hambre. ¿Vamos a comer?
-Si pero vámonos volando.
-¿Volando?
-Sí, volando. Podemos volar alto, bien alto, hasta las estrellas.
-¿Es posible?
-Claro, recuerda que estamos soñando.
-A veces no me parece.
-¿Verdad?
-No sé. Siento, o de repente quiero sentirlo así, que todo es real.
-Tienes razón. Si te viera en la realidad pensaría que estaría soñando.
-¿Quisieras que viviéramos en la realidad?
Tuve la impresión que esa pregunta era atrevida, viniendo de Cecilia. Pensé, ¿qué tal si le digo que sí? ¿Qué diría? Dudé, dudé mucho para contestarle. Estábamos allí, juntos, viéndonos, disfrutando de nuestra compañía, queriéndonos. No quería perder todo eso, no quería perderla. Talvez debería desviar esa conversación.
-Sí, ¿y tú? Le respondí.
-Me miró profundamente y se quedó callada. Bajo la vista y luego volvió a mirarme. Y con una voz suave y calmada dijo:
-Yo también.

                                 ***************************
                                                                                                                                                                       


martes, 28 de marzo de 2017

El “Brisas”


Edgar Bueno me invitó al “Brisas de Titicaca” un sábado y aproveché para llevar a Claudia, una linda limeñita que había conocido hacia poco. El Brisas era el local folclórico más importante que había en Lima y uno de los más auténticos. Llegamos al Jiron Walkuski donde Edgar nos esperaba. Nos condujo a una mesa cerca del tabladillo donde estaba su esposa Lupe.  
-¡Han agrandado el local! – Le dije. Yo no había visitado el Brisas por casi una década.
-¡Sí! Hasta tenemos mezanine para los invitados especiales y los turistas que vienen de otros países.
-Y la pista de baile, la han elevado del suelo. Esto le da una vista más panorámica. De verdad ha quedado estupendo. No tiene nada que envidiar a un teatro.
-Tenemos aire acondicionado en todo el local ¿Recuerdas los tiempos de los apagones?
-¡Claro! He estado aquí cuando casi todo Lima estaba a oscuras.
-Siempre teníamos luz. Todo alrededor del “Brisas” estaba a oscuras pero nuestro presidente, que trabajaba en el directorio de las Empresas Eléctricas, aseguraba que nunca nos faltara electricidad en todo ese tiempo.
Realmente el Brisas había dado un gran cambio. Antes el ambiente era rústico y modesto y tenía un espacio más reducido y con poca iluminación. Además no contaba con el segundo piso con que cuenta ahora. Su aspecto es actualmente muy diferente. Es más moderno, luce renovado, bien iluminado, con ambientes y servicios atractivos.
Edgar era profesor de danzas del altiplano y miembro vitalicio de la institución. Dominaba todas las danzas desde las más tradicionales como el “Auqui Auqui” hasta las más amestizadas como “la pandilla puneña”. Fue mi profesor en la Escuela Nacional de Folklore José María Arguedas. Yo ya había saboreado la riqueza de la música puneña cuando tocaba en un grupo folclórico de Sol de Oro, principalmente los temas de Teodoro Valcárcel. Para mí era la música clásica del folklore peruano por su riqueza melódica y armónica. Claro, música con fuerte influencia occidental pero que conservaba la esencia de la música del altiplano. Eso era innegable.
-Edgar, te voy a decir algo.
-¿Qué manito?
-Tú eres y siempre serás Bueno.
Y se echaba a carcajear y me abrazaba. Y eso sin tomar. Porque era así, dulce, demostrativo y amistoso. Pero algo que era malo para Bueno era su carácter nervioso, ansioso y extremadamente sentimental. Pero no podía dejar de ser así.
-¿Y sabes qué?
-Dime manito.
-Todos tenemos algo de ti.
-¿Cómo así?
-¡Todos tenemos algo de Bueno pues Edgitar!
Y otra vez se echaba a reír mostrándome su amplia dentadura con dientes de choclo.
Estábamos refrescándonos en ese invierno limeño con cerveza helada. ¡Qué contradicción! Pero es verdad, la cerveza si no está helada, no pasa. En eso, la estudiantina del Brisas comenzó a tocar “Flor de Sancayo” Las mandolinas empezaron trinar y junto con el acordeón componían la melodía; otras hacían la tercera; los bordones de los bajos de la guitarra se les acoplaba por un rato para separase y bajar cadenciosamente a una quinta y octava intercaladas. En el fondo se escuchaba el “mariposear” sincopado del charango. De pronto, todos los instrumentos callaban... y las cuerdas gruesas de los bajos elevaban su tierno y grave quejido que era contestado a coro por todos los demás instrumentos. Alli nomás apareciéron las voces entonando la canción, “Qala chuymani imilla wawa, San Juan juyphiru purkasja …”. ¡Que melodía tan magistral! basta solo escuchar unos cuantos compases para que las fibras del corazón empiecen a vibrar junto a ella. Y todo nuestro ser se llene de euforia. Música única y singular que solo pudo ser creado por el hombre del altiplano, en su ambiente excepcional.
 Pues nos levantó la música de nuestros asientos y salimos a bailar. Mientras Edgar sacó a Lupe yo tuve que arrastrar a Claudia a la pista,...
-No se bailar
-Solo deja que yo te lleve.
-No sé cómo se baila.
- Solo sígueme...
Y empezamos con el “cojeo puneño”, elegante y varonil en el cholo, grácil y femenino en la chola. Era un cojeadito que requería mantener el cuerpo erguido y, al andar, hacerlo con movimientos medidos y proporcionados, en armonía con el cojeo, que es lo que le daba el efecto de acento a la danza.
            Sonreímos, mientras ritualmente, reproducíamos los pasos de enamoramiento de parejas. Porque es un baile de pareja, el galanteo está presente, pero es sobrio y respetuoso pero también es plástico y sensual.
            Nos miramos, y espontáneamente Claudia empezó sutilmente a coquetear. Yo como un gavilán le buscaba los ojos y empezamos un coloquio sin hablar. Vi en su rostro candor, vi en sus mejillas rubor, revivimos el antiguo pero siempre nuevo, cortejo de apareamiento.
            Extenuados nos derrumbamos en nuestros asientos al final del baile cuando a lo lejos se escuchó el estruendo de un tambor y al instante, el sonido se escapó de los bordes de las hileras de cañas de los zikus. El sonido agudo y ululante me transportó al origen del tiempo, en un todo a la vez, pasado y presente, luz y oscuridad, día y noche, femenino y masculino y pude sentir el universo y la naturaleza en el trenzar de los sonidos de los sikuris.
-¿Qué música es esa?-Preguntó Claudia.
-Es música del altiplano.
-Nunca la había escuchado. ¿De dónde es?
-De Puno.
-No entiendo lo que cantan.
-Es otra lengua
-¿Qué lengua es?
-Es Aymara.
-¿Aymara?
-Es otra cultura.
En las escuetas preguntas de Claudia, que hablan del desconocimiento de nuestras genuinas expresiones culturales, la ignorancia de nuestras vastas regiones y geografía y la incomprensión de nuestra diversidad cultural y lingüística estaba cifrada la tragedia del Perú.



viernes, 24 de marzo de 2017

Fundamento de los politicos


Los políticos en general basan el éxito de sus mentiras y engaños en el pobre espíritu crítico y bajo nivel educativo de la mayoría de la población.

Charango


Le decíamos Charango porque gustaba llevar en una bolsa de yute, su charango de quirquincho, terciado en la espalda, como un fusil.
Su nombre era Lucho. Era casi pequeño y tenía un rostro de niño viejo. Era hijo de un x-juez de Juli, la capital de Chucuito, en el departamento de Puno. Juli es un pueblo más que todo aymara, al lado del lago Titicaca. Cuando Lucho me dijo que era de Juli, pensé que era la abreviación de Juliaca. No le pregunté que significaba Juli, por vergüenza de parecer ignorante. O por no ofenderlo, por desconocer su pueblo. La verdad lo averigüe  después. EL nombre de Juli viene del nombre de un ave llamada Chulli o Lulli. Juli fue el asentamiento del reino de los Lupakas, cultura anterior al reinado Inka. Su padre quería que Lucho fuera abogado pero el eligió ser un tira-vidas.
En la clase de Materialismo dialectico de Sixto García, en la Facultad de Letras de San marcos, Lucho lucía cara circunspecta y  reflexiva. Pero a mí me daba la impresión de que ponía la cara de niño que escucha el sermón dominical en la iglesia. Pero Lucho era realmente un mata-perro.
En las noches, en las calles de Juli, Charango y sus amigos salían a “jugar” con perros. El juego consistía en que se subían cada uno en una bicicleta con un palo y manejaban por una calle donde había un montón de perros. Sabiendo que los perros los perseguirían, gozaban apaleando a los que se les acercaban para morderlos. Así que, era divertido verlos pedalear rápidamente para no ser alcanzados por los perros y tener el chance de darles un palazo. La mayoría de las veces, los perros salían perdiendo y se retiraban aullando lastimeramente al sentir el sabor de un palazo en la cabeza.
Pero una noche que salieron a golpear perros, un perro pequeño, flaco, chusco y feo corrió como un cheetah y alcanzó a Juan Apaza, uno de los miembros de la banda. Este le iba a dar un palazo pero el can se abalanza sobre su pierna y le clava sus dientes de piraña en la pantorrilla.
-¡Agggggggg! -Gimió Juan.
-¡Dale con el palo! –Le gritaban los demás.
-¡Dale con el palo!
Pero Juan no atinaba a nada más que tratar de mantener la bicicleta derecha con las dos manos porque ésta se iba en zig zag por todos lados. Y es que el perro ya no corría, iba en el aire prendido de la pierna de Apaza y desbalanceaba la bicicleta. Apaza, adolorido y quejándose, se salió de la pista y se metió por un jardín donde había bastantes piedras y arbustos. El perro instintivamente se soltó de la pierna de Apaza justo en el momento que la rueda delantera de la bicicleta choca con una roca clavada en la tierra y la bicicleta frena en seco. En una voltereta acrobática circense, la rueda trasera se vino hacia adelante, lo que catapultó a Apaza de cara al suelo, haciéndole proferir un grito agónico. Plantando sus cuatro patas en el suelo, los perros dejaron de perseguir a la banda de mata-perros. Maldiciendo y recriminando se volvieron gruñendo corto, pero orondos y orgullosos, con sus colas en alto. Y así, se sumergieron en la noche.
La banda de los mata-perros no volvió por allí nunca más.


martes, 21 de marzo de 2017

Manuelcha



Manuelcha entro último al grupo musical pero fue el primero que se fue. Tocaba quena, antara, pinkuyo y hacia el coro.  Era de Huancavelica, de mediana estatura, su color era de barro, de tono arcilloso. Su cuerpo era compacto, las piernas cortas, los brazos más largos. La espalda levemente encorvada y musculosa. Su cuello era breve y su cabeza grande. Tenía el rostro una perenne actitud de queja. Sus manos eran descomunalmente grandes, sus dedos alargados y nudosos, era una estatua de Mérida. Cuando caminaba por la calles de Lima alzaba exageradamente los pies, como ascendiendo pues estaba acostumbrado a subir cerros. Con un espíritu vivo, vital, era realmente un supay huapasi tusak, un poseído por un wamani.
¡No, no! Este layqa no llevaba ni tijeras ni tampoco vestimenta ornamental. Había caído a esta Lima a demostrar su condición de danzaq secular. Y podría haberse traspasado el cuerpo con agujas y espinas y subirse a las torres de la catedral. Pero desconocía el dolor y entre nosotros se hizo mortal, para su mal. 
Recuerdo la primera vez que te vi. Usabas tus ojotas de llanta, pantalón pasa río y tu camisa kaki. Todo tu cuerpo estaba empaquetado de fibras de músculos y tendones. Eras ostentoso e exultante, indio lleno de vitalidad y alegría. Me hacías acordar al “Gigante de Paruro” de Chambi. Si, eras jovial y risueño; talvez porque no te dabas cuenta que eras pobre y encima indio o talvez porque te diste cuenta de todo eso pero entendías que no importaba nada. Por eso eras más rico que nosotros, más íntegro y más sabio. Sé que muchos te despreciaban, por tu condición de serrano y tu ignorancia de no postrarte. Al contrario, te mostrabas cándido, orgulloso y altanero.
¿Recuerdas hermano cuando cantamos el “Aleluya” de Tomás Luis de Victoria? ¿Y el “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara? Éramos muy jóvenes y sin saber solo presentíamos que “la vida es eterna en cinco minutos”. Nos emocionaba tanto que casi todos terminábamos llorando.
Tu voz bronca de bajo soportaba a las contraltos y sopranos. Cuantas gracias dábamos nosotros los tenores y barítonos de contar contigo ¡Cuánto nos deleitaba el cantar contigo! Ahora, estoy aquí, frente a tu ataúd, lamentando, apenado, que no cantes más. ¡Como pajita te has ido!
Recuerdo que una vez no nos dejaron cantar en el Club de la Unión, porque no teníamos terno. Y no fueron los dueños del club los que nos impidieron entrar, fue nuestra propia gente, los directivos del coro. Peleé y apelé, pero la directiva impuso su razón.
-¡Que como van a entrar así! Esta es  una presentación formal ante las autoridades del país.
-¡Al diablo con las autoridades del país!- les dije.
- Kanchari, hermanito, déjalo así- me dijiste. Y yo no sabía porque me llamabas por mi apellido materno, si todos me llamaban Israel.
Recuerdo que me llevaste al centro cultural Huancayo y danzamos  el Huaylas y la Chonguinada. Y tus movimientos eran ágiles y elásticos y tus pasos eran imponentes y retumbaban en la tierra apisonada. Y tu risa de vizcacha se agudizaba mientras más chicha bebías.
Recuerdo que pregunte que te pasó, quien te mató. Me dijeron que en la plaza de Huanupata hablaste de más. ¿Decir la verdad es hablar de más? Me dijeron que tres policías te llevaron a las afueras de la ciudad y en el camino a Jauja te ultimaron. Tus padres recogieron tu cuerpo que sepultaron silenciosamente.
Ahora frente a ti, recuerdo tu verdadero nombre, Manuel Mamani Condori. Y ahora entiendo porque me llamabas Kanchari. Entiendo ahora que no era para avergonzarme.  Si no para que sepa quién soy en realidad.
                      “Lo heroico es buscar la verdad”
En tu casa, a tu mama Justina le pregunto. Me mira con un alma seca de lágrimas y lánguidamente baja la mirada. A tu hermana mayor, a Ester, le pregunto de ti, tú que eras su esperanza, el único que fue a la universidad.
-No sé.
Y su s palabras se desprenden de sus labios, rozan mi rostro y caen al suelo y se desvanecen
-¿Te sirvo algo? ¿Un café?
Sus preguntas salen de su lóbulo frontal, no viene del corazón.
Y me siento al filo de un tablón que funge de comedor y el agua que trata de hervir, en el fogón, no es suficiente para calentar el alma.
                                            _____________________

Foto: El Gigante de Paruro - Manuel Chambi


sábado, 18 de marzo de 2017

Lo llamaban "Llama"


En el colegio “Priale” de primaria, su sufrimiento, como el de muchos otros niños andinos empezaba cuando pasaban la lista de asistencia, por primera y hasta la última vez. Todos éramos colegiales, hasta allí. Algo más se nos iba a agregar luego, el apodo, “la chapa”. El maestro empezaba la lista con los apellidos que empiezan con “A”, como Albornoz o Ayala, Barra o Bazán,…..y así se llegaba al primer “punto”, al estudiante que se apellidaba Huamán. Pues ¿quién no había escuchado decir “eres un Huamán” o “eres un huamanrripa” como insulto? Luego pasaban por otros apellidos de origen quechua como el mío, Kanchari, que de mofa me decían “cancha”.  Y el último pero el primero para fastidiar era Yanayacu, a quien decían “llama”. No duele mucho si te apodan con un nombre o adjetivo que se deriva de tu apellido o tu nombre como Vergara, verga, Osorio, oso o Clavijos, clavo. Pero duele más cuando usan tu apellido para bajarte, para ponerte en último lugar de las consideraciones de los demás. Porque tu apellido quechua te hacia serrano y ser serrano era ser bruto, sonso, atrasado, pobre, sirviente, sucio y mucho más. Sí, yo era Kanchari y la burla me caía desde la historia, desde la conquista, inescapablemente, a mí y a Yanayacu. Pero la mofa era más intensa y brutal con Yanayacu por una inesperada y fortuita diferencia, yo no parecía serrano. Era ñato, tenía los huecos de la nariz grande y los labios  gordos, aparte de ser ojón. Era más que similar al resto de la clase,  por eso no me machacaban tanto. Aun otros alumnos tenían más rasgos serranos que yo, pero es fácil gritar “al ladrón” para salvar el pellejo; amen que algunos escondían su origen nativo en su apellido materno que los maestros no solían repetir a menos que hubiera alumnos con el mismo apellido paterno. En cambio Yanayacu tenía todo de serrano, desde la nariz aguileña, pómulos salientes, pelo hirsuto y tez quemada por la puna. Tan solo verlo caminar lo delataba, andaba como si estuviera subiendo una cuesta. Así que cualquier referencia a la sierra, allí estaba Yanayacu. ¿Comida andina? Yanayacu, ¿mote? Yanayacu; ¿charqui? Yanayacu; ¿vicuna? Yanayacu…todo era Yanayacu. Decian:”Oye Yanayacu, hueles a llama”.
Yo me sentaba con él, juntos. Parábamos juntos en el recreo y en la salida. Solíamos comprar la gelatina de tres colores que el vendedor cacheteaba en un pedazo de papel de envolver. O cuando nos la cortábamos para mecharnos con otros niños en el parque frente al colegio. Y era verdad, olía a cosas de la sierra, como a charqui del “Olluquito con charqui”. Además no le quedaba bien que llevara más alto de la cintura la correa de los pantalones o que usara muy subida la basta. Por todo eso decían que era monce. Asimismo Yanayacu vivía en la cuadra 5 de Unanue, a tres cuadras de La Parada, en un lugar sórdido y tugurizado, a diferencia de los barrios donde vivían los compañeros de clase como Residencial Grau o la Unidad Vecinal.  Sus padres tenían un puesto de condimentos en el Mercado Minorista. Yanayacu acostumbraba a levantarse a las cinco de la mañana para ayudar a sus padres y moler los ajos en el batán. Los padres de los otros chicos tenían pequeños empleos u oficios menores. Se notaba que sus padres hacían un gran esfuerzo para enviar a Yanayacu a estudiar a una escuela privada. Terminado el quinto de primaria me fui a estudiar la secundaria en un colegio en el Paseo de La República. A Yanayacu no lo volví a ver más.
Muchos años después, estudiando en la universidad viaje al Cuzco, para organizar un concierto de rock en La Convención. Pero me topé con los comuneros del lugar, que se oponían a que se realizara cualquier actividad extranjerizante en la zona. Estábamos discutiendo cuando se aproxima el Secretario General de la Confederación Campesina del Perú, autoridad de los comuneros. Venía bajando una loma y rodeado de otros dirigentes. Lucía corpulento, llevaba el pelo largo, chiva y bigote. Cuando se acercó, fue Yanayacu quien me reconoció y al grito de ¡Kanchari! me abrazó fuertemente. Ni que decir que autorizó el concierto de rock.
Aún recuerdo con simpatía como el estudiante “monce”, el “punto” de la clase, el serrano que “olía a llama”, el pobre, el marginado se había convertido en el líder comunal de cientos de comunidades y dirigente de miles de comuneros.
                                           ________________
Foto: http://magisterioperu.blogspot.com/2015/07/ante-indiferencia-de-gobierno-peruano.html


viernes, 17 de marzo de 2017

El profesor enamorado


Había terminado mi bachillerato en ingeniería y buscaba trabajo desesperadamente. Un amigo me aconsejo.
-¿Por qué no te metes de profesor?
No veía con buenos ojos ser profesor, jamás lo había pensado además pensaba que la profesión de profesor estaba desacreditada y desvalorada
-Podría ser-Le dije más por cumplir y por mostrarme estar abierto a cualquier opción aunque fuera mentira. Nunca se me hubiera ocurrido ser profesor, andar con pantalones lustrosos, sacos envejecidos, manos de tiza y rostro cansado. No, el profesorado no era lo mío.
-Tengo un amigo que trabaja en la unidad educativa de Santa Beatriz y te podría conseguir un trabajo.
-¡Qué bien!
-Anda a verlo mañana. Lo llamaré para que te espere.
Iría por no defraudar a mi amigo que tan preocupado se veía por mí.
Al día siguiente me entrevisté con su amigo e inmediatamente me dio un trabajo de profesor de matemáticas. ¡Qué mala suerte! Por mi inexperiencia no sabía que la mayoría de trabajos se conseguía por recomendaciones y no por llenar solicitudes.
Así que heme, aquí en el primer día de clase en una escuela secundaria. En la sala de profesores conocí a mis colegas, todos mis simpáticos, agradables y jóvenes como yo. Me cayó súper bien una profesora de literatura llamada Clotilde a quien todos llamaban Coty. Yo era como el nuevo chico del barrio, todos eran muy atentos conmigo y bien amistosos, especialmente Coty. En la hora del almuerzo me volví a encontrar con mis colegas y yo deseaba más que todo encontrarme con Coty. Era de casi mediana estatura, bonita figura, simpática y una voz ronquita, como la de Marisol. Estaba con dos amigas, una se llamaba Isabel y la otra Janet, ambas profesoras de literatura también. Charlamos un rato.
-¿Cómo te fue en tus primeras clases? –Preguntó Coty.
-Muy bien, los chicos son tranquilos y se ve que tienen ganas de aprender.
-Lo que pasa es que te quieren impresionar para que te confíes. No le sigas el juego, mantente serio, no te rías ni hagas bromas hasta medio semestre. Después si quieres te puedes soltar.
Lo estaba haciendo bien gracias a los consejos de Coty y eso me hacía verla más imprescindible, más fraterna y más cálida conmigo. Además era bonita, graciosa y juvenil.
Había pasado dos meses y cada día me atraía más. Bueno, no era el único que la veía así. Me di cuenta que por lo menos había dos colegas que también se interesaban sentimentalmente por ella y me veían recelosamente. Yo me hacia el “loco” pues no quería originar una mala impresión en un trabajo en el cual era novicio y sin experiencia. Así que trataba en lo posible de no delatar ningún sentimiento hacia Coty. Nadie debía de sospechar mi gusto hacia ella.
En contraste había una colega, amiga de Coty, que insinuaba tener alguna intención para conmigo. Sonreía un poco más de la cuenta cuando hablaba conmigo y era un poco más solicita en ayudarme cuando necesitaba algo. Yo me mostraba cortes y agradecido por sus favores pero nada más. Me cuidaba celosamente para no crear falsas expectativas en ella. Así que todo estaba bien y empecé a dar más muestras de mi predilección por Coty.
-Muchas gracias por ayudarme. Sin tu ayuda hubiera sido muy difícil el trabajo con los estudiantes.
-No exageres. Tú eres inteligente y sé que podrías haberlo hecho sin mi ayuda.
-Pero con tu ayuda ha sido mejor y mucho más fácil.
-Gracias por tus palabras.
-Me dicen mis estudiantes que tú eres su profesora favorita.
-¿Así?
-Pues tienen toda la razón. Eres muy inteligente, preparada, amable y además…bien simpática.
-¡Que exagerado habías sido!
-No, dirás que honesto.
Así fue pasando los meses y mi ansiedad por Coty se acrecentaba más y más. Un día decidí hacer más seria nuestra amistad invitándola a cenar. Era casi hora de salida y subí al ascensor que conducía al tercer piso, al cuarto de materiales donde iba a recabar un mapa para mi última clase. Subí y estaba solo, apreté el botón del tercer piso y las puestas del ascensor empezaron a cerrarse. Casi en el último instante una mano detiene una puerta, con las dos las abre y entra Janet.
-¡Hola! Pasa, no me di cuenta que venias.
Janet me sonrió. Entró y se paró al lado mío sin dejar de sonreír. El ascensor se echó a andar. Había recorrido un piso cuando de pronto Janet se abalanza sobre mí y  me echa sus brazos sobre mis hombros… y me besa. Abre lentamente mis labios y mi boca con su lengua y los succiona frenéticamente con sus labios. Yo estaba de una pieza. A unos segundos me soltó cuando la puerta del ascensor se disponía a abrir. Janet se compuso y bajó. Yo me quedé allí, sin saber qué hacer ni que pensar. El ascensor automáticamente bajó y se detuvo en el primer piso otra vez cuando bajé.
Termine mi última clase como un zombi y aun con el estupor de lo que había pasado. Fui al salón de profesores y me encuentro con Coty para invitarle a cenar
-Ya me contaron lo que pasó hoy en el ascensor. Te hiciste enamorado de Janet.
-Bueno, yo…
¡No! ¡Yo no me he hecho enamorado de nadie! Quise gritar. Janet es la que me beso. Me sorprendió y no supe cómo reaccionar. Janet no me gusta, para nada. Solo me gustas tú.
Pensé decirle todo eso a mi amor pero… ¡que me va creer! Ni yo lo creería. Además, como puedo acusar a una mujer de aprovecharse, sería una bajeza y falta de caballerosidad.
-Sí, así es –Dije con resignación.
-Ya soy enamorado de Janet.

                                             ________



jueves, 16 de marzo de 2017

Cecilia XXV


Al día siguiente Cecilia me pidió ir al zoológico.
-¿Te gustan los animales? –Me preguntó.
-Claro. Me gustan los felinos.
-¿Y las aves?
-También me gustan pero a la brasa, acompañadas de papas fritas.
-¡No! ¡Qué cruel!
-Sí y te confieso que a veces quiero comerte, comerte de verdad, morderte con mis dientes y tragarte enterita.
-Te diría que eres un caníbal.
-No, no te comería por hambre.
-Sino, ¿entonces? ¿Por gusto?
-Por amor.
-¡Oh vaya! Así si dejaría que me comas, claro.
-Te mordería tiernamente y te tragaría con dulzura. No, no, miento, no es así. Lo que siento es que quiero tenerte dentro de mí, saciarme de ti, aunque teniéndote dentro, estallaría.
-Entonces, no dejaré que me comas. A propósito, hablar de comer me ha dado hambre. ¿Vamos a comer?
-Si pero vámonos volando.
-¿Volando?
-Sí, volando. Podemos volar alto, bien alto, hasta las estrellas.
-¿Es posible?
-Claro, recuerda que estamos soñando.
-A veces no me parece.
-¿Verdad?
-No sé. Siento, o de repente quiero sentirlo así, que todo es real.
-Tienes razón. Si te viera en la realidad pensaría que estaría soñando.
-¿Quisieras que viviéramos en la realidad?
Tuve la impresión que esa pregunta era atrevida, viniendo de Cecilia. Pensé, ¿qué tal si le digo que sí? ¿Qué diría? Dudé, dudé mucho para contestarle. Estábamos allí, juntos, viéndonos, disfrutando de nuestra compañía, queriéndonos. No quería perder todo eso, no quería perderla. Talvez debería desviar esa conversación.
-Sí, ¿y tú? Le respondí.
-Me miró profundamente y se quedó callada. Bajo la vista y luego volvió a mirarme. Y con una voz suave y calmada dijo
-Yo también.
                                                                                                                                                                       



lunes, 13 de marzo de 2017

Crystal Blue Persuasion - Tommy James & The Shondells (Sub Español)





Esta canción fue traducida como “Persuasión al amanecer” por las radioemisoras de los años sesenta. Me imaginaba que era una canción de amor. Pero que lejos de la realidad fue la traducción ni el sentido de la canción.
Resultó ser una canción con un significado religioso y la letra no hablaba de un amor romántico sino del amor a nuestro mundo, al deseo de paz y hermandad que debe de reinar entre todos los seres humanos. Tommy James, el compositor, relató que se convirtió al cristianismo en la época que compuso su tema. Sobre el significado del título ha sido muchas veces debatido aunque se dice que el autor declaro que sacó el nombre del ”Libro de Ezequiel”.
La canción tiene un ritmo ligero, de reggae, con una introducción del bongo, luego escuchamos un punteo de guitarra, chispeante y efervescente que acompaña toda canción y que contrapuntea a un órgano Hammond, que es el sonido psicodélico, atmosférico, aural característico de la canción. Las voces como ecos en el aire completan esta canción que caracterizaba la música de los sesenta.
Como anécdota cabe puntualizar que Tommy James y su grupo Los shondells  llegaron a la fama por azar y el azar tocó a sus puertas varias veces. Y algunas veces la suerte fue rechazada. Por ejemplo, Hanky Panky fue una desconocida canción que Tommy escucho cuando tenía doce años y la grabó sin editar y la presentó en una radioemisora que reconociendo su valor la re-grabó, la propaló sin permiso de Tommy pero que la convirtieron en un éxito. Luego Tommy se quedó sin compositor de las canciones que grababa. En esa necesidad de tener canciones que grabar crea “Crimson and Clover” (Trébol y carmesí), canción que sin editar fue difundida y alcanza un éxito inmediato. Luego de otro éxito que tuvieron, “Mony Mony, les fueron ofrecidos canciones de George Harrison que Tommy desecho. Después de su éxito con Crimson and Cover estuvieron vacacionando en Hawai cuando su secretaria les dice que un amigo, uno de los promotores del Festival de Woodstock, le pide tocar. Tommy le pregunta a su secretaria que lugar era. Ella le dice que era una granja de criadero de cerdos, a lo que Tommy le explica que él está vacacionando en el “paraíso” a seis mil millas de donde querían que viaje. Así que dijo que si no iba, podían empezar sin él. A los pocos días se dio cuenta que había cometido un gran error el haber rechazado la oportunidad de tocar en Woodstock.

domingo, 12 de marzo de 2017

Chullo III


Cuando era niño veía seriales de vaqueros en la televisión. Me apenaba que los soldados mataran a los indios y me alegraba cada vez que ellos mataban a un soldado. Cada disparo de rifle del soldado era un indio muerto. Asi mataban a muchos indios. Yo no era blanco, no tenía el pelo rubio ni los ojos azules. Y mi piel tenía el color de indios comanches o los siux. ¿Cómo iba a simpatizar con esas muertes? Veinte años después Chullo me contaba que sentía lo mismo que yo, cuando veía la tele allá en su pueblo de Chillca.
-Es que tu tienes alma de indio pero corazón de misti – me describió Chullo.
-El indio es aguerrido, es bravo, colérico y vengativo – agregó Chullo.
No lo refute, entendí que sabía más de la naturaleza del indio que yo.
Estábamos ensayando algunos huaynos en la casa de Palomino en la Corporación del Agustino. Nos animamos a practicar juntos desde que un día Chullo saco su pinkuyo en el Centro Folclórico del Magisterio, Charango desenfundó su charango, Chara su quena, Elisa su mandolina, Nina su voz  y yo mi guitarra. Luego se integraría Palomino, “el director” y Manuelcha.  Nos placía reunirnos casi cada domingo a comer, conversar y tocar juntos.

Al principio era difícil ensamblar un huayno con Chullo. Palomino, quien  había estudiado música clásica y tenía formación académica, determinó que había una fracción de tiempo que Chullo se “comía” y hacia que perdiéramos el “tempo”. Muchas veces tuvimos que repetir una canción para tratar de establecer el ritmo correcto. Pero no podíamos cuadrar el tiempo de la frase. Era como si un suspiro se le escapara a Chullo, una honda respiración que tomaba su curso y alargaba la melodía fuera del tiempo regulado por el metrónomo. Cuando Chullo tocaba, entraba en trance y su ojo bizco se volteaba y el ojo bueno orbitaba todo el globo ocular. No tuvimos más que aprender, los “académicos”, a tocar la música ancestral como la tocaba Chullo, con otro tiempo, no con el occidental sino con el nuestro, el andino.

sábado, 11 de marzo de 2017

Cecilia XXIV


No se iba la felicidad de mí después que Cecilia me dijera que me quería. Me sentía profunda e infinitamente más querido con esas simples palabras de lo que jamás hubiera esperado estarlo. Claro, te quiero son solo palabras pero fue una poción de dopamina y ternura que derritió mi corazón y conmovió mi alma.
Pero ¿Por qué me conformo con tenerla en sueños? ¿Por qué no intento vivir nuestro romance en la realidad? ¿Acaso no podría tener algo mejor? ¿No será que Cecilia tomaba el camino más fácil, el tener una familia, un esposo, y seguir siendo fiel? Para mí era claro, sino fuera en sueños no tendría nada de ella. En el mundo de los sueños ella me quiere y está conmigo.

Aunque… quisiera verte alguna vez, tener tu presencia frente a mí, sentir los miles de detalles que te hacen tú, acariciarte en la realidad y liberarme de la condena de verte solo en sueños.