domingo, 27 de febrero de 2022

Luis Eduardo Aute - De Alguna Manera


Luis Eduardo Aute publicó esta canción en el año 1973 en un disco icónico llamado: Rito. Años después, en el año 2000, unos amigos se juntan para un compilatorio en tributo al cantautor llamado: Mira qué eres canalla Aute. De ese disco, la voz de Joan Manuel Serrat susurra y lamenta que de alguna manera tendré que olvidarte. Versión definitiva para un tema que escucharemos siempre en nuestra soledad, en nuestro lamento de hombre… y nada más.

https://dispoetica.com/luis-eduardo-aute-de-alguna-manera/


¡Guíame Mabel! - XLII


Era los días más terrible de la pandemia por el covid 19. Era tremendamente dramático y horroroso ver las decenas de personas dentro de bolsas plásticas negras que desbordaban las mesas de las morgues de los hospitales y descansaban en el piso y corredores de las instalaciones sanitarias. Esos cuerpos que fueron familiares y amigos esperaban callada y serenamente a que los trasladaran a camiones frigoríficos colocados unos encimas de otros como bultos o cosas descartables.

Era junio del 2020 y frente a esa hecatombe no había nada que te curara ni que te protegiera, solo una pequeña mascarilla de tela y lavarte las manos que no garantizaba que no te contagiaras. Los jóvenes tenían más oportunidad de vencer la infección, pero los mayores de 60 eran los que sucumbían más rápido. El mejor consejo que daban las autoridades de salud es que no salgas a la calle y sal si es absolutamente necesario.

Claro que había que salir para comprar lo indispensable para subsistir y allí radicaba el riesgo. Muchos contagios y por ende muertes ocurrieron en los mercados. Lentamente me enteraba de amigos que se habían contagiado y muerto por el covid. Después los fallecidos eran personas más cercanas como primos que vivían lejos. Luego los muertos eran gente de mi barrio. El miedo a salir era real pues no sabías si al regresar a tu casa te habías contagiado, solo el paso de los días y no tener síntomas te daban la confianza que estabas bien. Pero Gloria era una persona de riesgo, sufría de presión alta y de diabetes. Entonces decidí que tenía que salir solo yo a hacer las compras.

En esa vorágine de miedo tuve un sueño. Estaba a punto de despertar y una voz que escuché a mi derecha me habló.

-Tú no te vas a contagiar.

No tuve tiempo de voltear para ver quién era, pero reconocí su voz. Era Mabel.

Hoy con dos vacunas y el refuerzo aun salgo con la confianza que me dio su voz … pues le creí.


 

martes, 22 de febrero de 2022

¡Guíame Mabel! - XLI


-Silverio no quiso que tú salieras con los chicos – Me dijo Gloria, tu hermana mayor, mi esposa.

-Pero Mabel sí, por eso los pude llevar de paseo.

(Tuvimos el paseo con los chicos después que tu te fuiste y con gran poder lo hiciste posible y te agradezco profundamente por eso.

Tu esposo no quería que tuviera comunicación alguna con tus hijos. En parte lo comprendo, pero yo quería estar con ellos, porque eran tuyos y además porque me caían bien.)

Antes de su partida yo le había pedido a Mabel pasear a los chicos. Ella no dijo nada, solo me escuchó. Yo sabía que era difícil porque sabía que Silverio rechazaba esa idea y ella no podía oponérsele. Después que Mabel murió, orándole le pedí que cumpliera con mi pedido.

      -¿Te dije acaso que ella me trajo a los chicos?

      -No.

Casi a tres meses de su partida tuve un sueño. Era de día y estaba en la casa de Rosario, la otra hermana de Mabel. Alguien tocó la puerta falsa de la casa. Abrí y me topé con un rostro de mujer que me sonrió; inconcebiblemente su rostro era de color negro. Sin permiso entra apresuradamente. ¿Acaso no sabía yo que era Mabel?, como si no recordara que a ella la llamaban “Negrita”. Bueno, le siguieron unos niños. Seguí a la mujer al segundo piso y los chicos tras de mí.  Corrí por el pasadizo oscuro que terminaba en un cuarto al fondo y la mujer …había desaparecido. Allí te pregunté si la habías visto y lo negaste. Imposible, me dije. Ahí desperté.

EL día señalado llegó. Fue sábado, un día en el que yo tenía una diligencia difícil de postergar, por lo cual yo no iba a estar, pero estuve.

Abrí la puerta falsa y no la principal como se estila cuando se tiene visitas. Entraron los chicos, pero no vi a ninguna mujer. Los chicos saludaron y subieron al segundo piso. Recurrimos el pasadizo que es oscuro porque está hecho de fierro pintado de negro y el corredor se veía oscuro como en mi sueño. Entramos al cuarto del fondo, que era mi dormitorio y los chicos jugaban mientras yo me preguntaba si estabas allí con ellos.

No te vi, no sentí que estabas allí, seguro estuviste, como en mi sueño, pero no poseía el poder extrasensorial para “verte”. Algún día te sentiré, cuando ya esté muerto.


lunes, 21 de febrero de 2022

Te quiero porque te quiero LOS PASOS


"Los Pasos” fue una de las bandas más subestimadas de las surgidas en los años 60, aparecieron en un momento que en España el mundo de la música estaba dominado por solistas y chicas ye-ye y los conjuntos como Los Bravos, Los Ángeles y Los Brincos que ya se habían establecidos y marcaban la época de oro del pop español.

Entre las características básicas de este grupo madrileño se aprecian aires claramente californianos, armonías vocales propias de la etapa psicodélica de la Costa Oeste, arreglos muy interesantes que enriquecen las piezas, folk-rock de los Byrds con el pulso rítmico de los Turtles, una voz solista con personalidad, empleo intenso de los teclados a lo Rod Argent de los Zombies, pop psicodélico, cortes garajeros de buen nivel, o pinceladas barrocas a lo Left Banke. En medio además de un contexto poco propicio Los Pasos incluso se atrevían a introducir algunos textos de calado social con algún que otro tono irónico.

https://abel63.typepad.com/blog/2008/04/te-quiero-porque-te-quiero-los-pasos.html


jueves, 17 de febrero de 2022

Interpretación de Ojalá de Silvio Rodriguez


Ojalá

Fue compuesta en 1969. En una entrevista, Silvio Rodríguez declaró:

“Ojalá yo la compuse dedicada a una mujer de nombre Emilia Sánchez, que podríamos decir, fue mi primer amor. Fue un amor que tuve cuando estuve en el ejército, haciendo mi servicio militar. La conocí cuando tenía 18 años, fue mi primer amor importante en el sentido de que fue el primer amor que me enseñó cosas. Era una muchacha mucho más evolucionada que yo, mucho más inteligente, más culta. Me enseñó, por ejemplo, a César Vallejo. Después nos tuvimos que separar, estaba estudiando medicina y, en fin, no le cuadró. No sé por qué estudió medicina, cosa loca de ella, en realidad siempre fue de letras. Después estudió letras, se fue a su pueblo Camagüey, a estudiar eso y yo me quedé solo aquí en La Habana, totalmente desolado. Pasaron los años y el recuerdo de aquel amor tan bonito, tan productivo, tan útil (ojo, no confundir con utilitario), enriquecedor, de aporte a uno... pues, estaba obsesionado yo con esa idea. Y porque fue un amor frustrado, tronchado por las circunstancias, por la vida, no fue una cosa que se agotara, pues se me quedó un poco como un fantasma y por eso compuse esta canción en un momento quizás de delirio, de arrebato, de sentimiento un poco desmesurado: ojalá esto, ojalá lo otro...”

 

Interpretación:

“Ojalá que las hojas no te toquen el cuerpo cuando caigan, Para que no las puedas convertir en cristal”

-         Significa que, si las hojas caen en tu cuerpo se cristalizarían, convirtiéndose en algo duro, como eres tú.

“Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo”

-         No puede ser posible que algo como la lluvia pueda recorrerte, porque seria algo tan bello y extraordinario que no quisiera aceptar.

“Ojalá que la luna pueda salir sin ti”

-         Tu presencia detiene el recorrido de la luna que con el sol origina la noción de noche y día, lo cual posibilita la vida. No eres buena para la luna.

“Ojalá que la tierra no te bese los pasos”

-         Que no existas, que tu existencia no se pruebe dejando huellas.

“Ojalá se te acabe la mirada constante, la palara precisa, la sonrisa perfecta, ojalá pase algo que te borre de pronto”.

-         Quisiera que todos tus atributos que veo en ti se esfumaran, desaparecieran

“Una luz cegadora, un disparo de nieve”

-         Sí, quiero terminar tu vida que llevo dentro de mí con algo tan dramático como banal y simple.

“Ojalá por lo menos que me lleve la muerte”

-         Si no es posible borrarte de mí, entonces que sea con mi desaparición total de mi sufrimiento.

“Para no verte tanto, para no verte siempre, en todos los segundos, en todas las visiones”

-         Porque aun te quiero, porque lo saben mis sentimientos

“Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones”

-         Te tengo un amor que se vierten en mis creaciones.

“Ojalá que la aurora no de gritos que caigan en mi espalda”

-         Quisiera que la aurora no me llame, que el nacimiento del día no me reclame porque le daré la espalda, no quiero que venga los días, que no pasen, quiero que se detenga la vida.

“Ojalá que tu nombre se le olvide a esa voz”

-         No quiero que esa voz que resuena dentro de mí, voz que desconozco, cese de nombrarte, porque me repite tu nombre.

“Ojalá las paredes no retengan tu ruido de camino cansado”

-         No quiero testigos que graben el sonido de tus pasos, de tu andar por la tierra en donde yo habito.

“Ojalá que el deseo se vaya atrás de ti, a tu viejo gobierno de difuntos y flores”

-         Ya no quiero desear, ya no quiere sentir, ya no quiero amar, quiero que el amor huya de mí, que retorne a ti, cuando solías ser, fría y sin vida.

 

Solía identificarme con Silvio con esta canción, ¿qué sufrido enamorado no la acunó en sus brazos y lloró con ella queriendo que alguna vez se durmiera acaso para siempre?


martes, 15 de febrero de 2022

¡Guíame Mabel! - XL


Recuerdo a un cantante peortorriqueño, llamado José Feliciano. Lo escuché en la década de los sesenta. Solía cantar baladas como “La copa rota”, “La cárcel de sing sing” y “Extraños en la noche”. Pero se hizo mundialmente famoso con su tema “Feliz Navidad”, donde mezclaba español e inglés, lo que fue un rotundo éxito. Luego siguieron otros temas como “Pueblo mío” y “Tú me haces falta”. Después siguió interpretando baladas a las cuales no le preste atención. La verdad es que no me gustaba su estilo, cantaba canciones “para viejos”. Lo que si poseía era un gran carisma. Una vez, en una presentación en la televisión, José Feliciano cuenta que mató a su perro … porque no lo podía ver. Fue risible la broma considerando que Feliciano era ciego. Contó un sin número de chistes y se notaba que lo disfrutaba.

Por eso fue que me extraño que absurdamente me haya despertado con un trozo de una canción de Feliciano que dudo que la haya escuchado antes. Dentro de mi sonó los versos “paso la vida pensando, paso las noches soñando con tu amor” una y otra vez. Y de nuevo, eres tú a quien a quien culpo de poner esos temas en mi mente, porque si no, ¿quién más? ¿quién más puede tener ese poder? Admito que se me viene la idea que pueda ser yo mismo quien lo haga, porque eso es lo que siento, que paso la vida pensando en ti, en tu amor recatado. Talvez tú me haces escuchar lo que yo estoy sintiendo o lo que anhelo siempre pensar, que tú estas sintiendo todo eso y no me puedes olvidar.


 

lunes, 14 de febrero de 2022

Fire And Rain - James Taylor with lyrics


Justo ayer por la mañana

me dijeron que habías fallecido

Suzanne, los planes que hicieron te acabaron

Salí esta mañana

y escribí esta canción

Sólo que no puedo recordar a quién mandársela

He visto fuego y he visto lluvia

He visto días soleados que pensé que nunca terminarían

He pasado por tiempos de soledad cuando no podía encontrar a ningún amigo

Pero siempre pensé que te vería otra vez

 

Por favor mírame, Jesús

Tienes que ayudarme a resistir

Tienes que ayudarme a sobrevivir otro día

Mi cuerpo me duele

Y mi hora ha llegado

Y no podré salir adelante de ninguna otra manera

 

Oh, he visto fuego y he visto lluvia

He visto días soleados que pensé que nunca terminarían

He pasado por tiempos de soledad cuando no podía encontrar a ningún amigo

Pero siempre pensé que te vería otra vez

 

Así que he estado llevando mi mente hacia la tranquilidad

Mi espalda voltea hacia el sol

El Señor sabe cuándo el viento frío sopla

Hará que voltees la cabeza

Pues, hay horas en la línea telefónica

Hablando sobre el porvenir

Dulces sueños y aviones

en pedazos sobre el suelo

 

Oh, he visto fuego y he visto lluvia

He visto días soleados que pensé que nunca terminarían

He pasado por tiempos de soledad cuando no podía encontrar a ningún amigo

Pero siempre pensé que de alguna manera

te vería una vez más otra vez

Pensé que te vería una vez más otra vez

Sólo hay un par de cosas que vienen hacia mí

Esta vez

Pensé que te vería, pensé que te vería

Fuego y lluvia

Pensé que te vería sólo una vez más.


James Taylor Fire and Rain

Los jóvenes nacidos después de los noventa seguramente no conocieron a este magnífico trovador que fue el símbolo de cantante y compositor de esa era.

La canción “Fire and Rain”, “Fuego y lluvia” lo compuso en 1968, en los momentos más triste de su vida, durante una estancia en el hospital y en una clínica de rehabilitación para drogadictos.


sábado, 12 de febrero de 2022

CUANDO LLEGUE A PHOENIX- GLEN CAMPBELL.


Esta canción, así como “Parque Mac Arthur” fue compuesta por Jim Webb, basada en una relación sentimental que tuvo con una enamorada del tiempo del colegio. Luego ella lo dejo para irse a otro pueblo para trabajar como bailarina. Al final ella se casa con otro tipo.

La canción fue grabada por Glen Campbell en 1967

En esta canción Webb nos muestra una vez más cómo una letra simple puede producir las emociones más intrincadas. "Cuando llegue a Phoenix" trata del primer día de ruptura de una relación disfuncional y tediosa. Esta persona finalmente se da cuenta de que salir de esta relación le salvará la vida, porque ambos han agotado todas las posibilidades para salvarla. La única opción es un rompimiento definitivo. El protagonista debe haberse ido temprano en la mañana y mentalmente imagina lo que su amor estará haciendo, en diferentes momentos de su día y cuán lejos él estará de ella, cuando ya no puede regresar. ¿Cuántos de nosotros hemos tocado esta canción una y otra vez en nuestras mentes, pero nunca hemos sido consecuentes con los hechos? Tú sabes cuando una relación ha terminado, pero estás atrapado por el miedo, las inseguridades, etc., y como humanos optamos por seguir con lo que es familiar. Ahí es donde, una vez más, Webb es realmente brillante. Toma una historia simple (como esta canción) para convertirla en un lienzo, para que alguien coloree sus propias experiencias personales. Como seres humanos soportamos mucho dolor y sufrimiento sin tener el coraje de cambiar. Esa es la premisa de esta letra, cuando el amor está tan desgastado, uno debe de terminar.

La línea de tiempo que describe Webb en la  canción es posible de seguir, de Phoenix en Arizona a Alburquerque en Nuevo México hacia su destino final, en la ciudad de Oklahoma en Oklahoma. (Ese es el camino que recorri cuando deje Arizona hacia Virginia) 

http://www.songfacts.com/detail.php?id=1958


Justin Hayward - Forever Autumn (1978) [with lyrics on screen]


El sol de verano se desvanece a medida que el año envejece

Y los días más oscuros se acercan

Los vientos invernales serán mucho más fríos

Ahora que no estas aquí

Veo a los pájaros volar hacia el sur a través del cielo otoñal

Y uno a uno desaparecen

Ojalá estuviera volando con ellos

Ahora que no estas aqui

Como el sol a través de los árboles llegaste a amarme

Como una hoja en una brisa volaste

A través del vestido dorado de otoño, abrimos nuestro camino

Siempre amaste esta época del año

Las hojas caídas sueltas yacen tranquilas ahora

Porque no estás aquí

Como el sol a través de los árboles llegaste a amarme

Como una hoja en una brisa que volaste

Una lluvia delicada cae suavemente sobre mis ojos cansados

Como para esconder una lágrima solitaria

Mi vida será para siempre otoño

Porque no estás aquí.

martes, 8 de febrero de 2022

¡Guíame Mabel! -XXXIX

Siempre te reclamo que vengas a verme. Y lo ideal es que sea en sueños, aunque algunas veces percibo ruidos extraños a mi alrededor, como si dijeras de esa manera …

-¡Aquí estoy!

Pero ayer te metiste en mis sueños. Y fue cuando volví de una cita que tuve con una amiga de la infancia. Regresé y me dormí. Al rato me desperté con los versos de una canción, “a pesar del tiempo …”, y me digo ¿qué paso?, “ten mantengo viva …”, yo no conozco esa canción, “lucho conmigo y con mi corazón …”, mientras seguía tocándose en mi mente, “es una agonía que puedas amar a otro y no ser yo”.

Te digo que tú eres la única que podías ponerla en mi sueño. ¿Por qué?

Busque la canción en el internet por la frase “A pesar del tiempo”. La canción fue grabada por Mickey Tavares en ritmo de salsa. Aparentemente era dedicada a una mujer, pero la rima forzada no me convenció. Investigué y resulta que la versión original fue cantada por Yolandita Monge en ritmo de balada y las compositoras eran Las Diego. Ahora si la canción tenía un real sentido, Me la dedicabas.

Después de escucharla … uhm, me dolió un poco pensar que puedas creer que ya no te quiero. A pesar de todo lo vivido, todo lo sufrido y todo lo pasado aun te sigo amando.

¿Sería que estabas enfadada?

La verdad, ese no fue el último sueño que tuve contigo. El anterior no te lo quise comentar porque se trataba de tu esposo. Te vi ofuscada en una habitación de tu casa cuando le reclamabas a él que ya estaba saliendo con una joven cajamarquina. Le mencionaste el nombre de la mujer, pero ya no recuerdo cual era. Y todo eso pasó delante mío. No me molestó, al contrario, me agradó que te mostraras sincera, te lo agradezco de verdad, aunque eso sea advertir que … ¿amas a los dos o es que me mostraste lo que pasaba en tu casa antes de tu adiós? 

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domingo, 6 de febrero de 2022

LA UNIÓN - Lobo Hombre en París (1984)


El hombre-lobo de quien cantan existió en realidad en el cuento de Boris Vian, publicada en Francia con el nombre de "Le Loup-garou" en 1970. En el cuento, el protagonista es el hombre lobo llamado Denis, quien fue mordido por un hombre-lobo que le contagio la habilidad de convertirse en un hombre hasta la medianoche, cuando vuelve a ser un lobo.

El cuento entretiene, es divertido, tiene fantasia y crudeza de una realidad francesa de la epoca.

POR BORIS VIAN

En el Bois des Fausses-Reposes, al pie de la costa de Picardía, vivía un muy agraciado lobo adulto de negro pelaje y grandes ojos rojos. Se llamaba Denis, y su distracción favorita consistía en contemplar cómo se ponían a todo gas los coches procedentes de Ville-d’Avray, para acometer la lustrosa pendiente sobre la que un aguacero extiende, de vez en cuando, el oliváceo reflejo de los árboles majestuosos. También le gustaba, en las tardes de estío, merodear por las espesuras para sorprender a los impacientes enamorados en su lucha con el enredo de las cintas elásticas que, desgraciadamente, complican en la actualidad lo esencial de la lencería. Consideraba con filosofía el resultado de tales afanes, en ocasiones coronados por el éxito, y, meneando la cabeza, se alejaba púdicamente cuando ocurría que una víctima complaciente era pasada, como suele decirse, por la piedra. Descendiente de un antiguo linaje de lobos civilizados, Denis se alimentaba de hierba y de jacintos azules, dieta que reforzaba en otoño con algunos champiñones escogidos y, en invierno, muy a su pesar, con botellas de leche birladas al gran camión amarillo de la Central. La leche le producía náuseas, a causa de su sabor animal y, de noviembre a febrero, maldecía la inclemencia de una estación que le obligaba a estragarse de tal manera el estómago.

Denis vivía en buenas relaciones con sus vecinos pues éstos, dada su discreción, ignoraban incluso que existiese. Moraba en una pequeña caverna excavada, muchos años atrás, por un desesperado buscador de oro, quien, castigado por la mala fortuna durante toda su vida, y convencido de no llegar a encontrar jamás el «cesto de las naranjas» (cito a Louis Boussenard), había decidido acabar sus días en clima templado sin dejar de practicar, empero, excavaciones tan infructuosas como maníacas. En dicha cueva Denis se acondicionó una confortable guarida que con el paso del tiempo adornó con ruedas, tuercas y otros recambios de automóvil recogidos por él mismo en la carretera donde los accidentes eran el pan nuestro de cada día. Apasionado de la mecánica, disfrutaba contemplando sus trofeos y soñaba con el taller de reparaciones que, sin lugar a dudas, habría de poner algún día. Cuatro bielas de aleación ligera sostenían la cubierta de maletero utilizada a manera de mesa; la cama la conformaban los asientos de cuero de un antiguo Amilcar que se enamoró, al pasar, de un opulento y robusto plátano; y sendos neumáticos constituían marcos lujosos para los retratos de unos progenitores siempre bien queridos. El conjunto armonizaba exquisitamente con los elementos más triviales reunidos, en otros tiempos, por el buscador.

Cierta apacible velada de agosto, Denis se daba con parsimonia su cotidiano paseo digestivo. La luna llena recortaba las hojas como encaje de sombras. Al quedar expuestos a la luz, los ojos de Denis cobraban los tenues reflejos rubíes del vino de Arbois. Aproximábase ya al roble que constituía el término ordinario de su andadura, cuando la fatalidad hizo cruzarse en su camino al Mago del Siam, cuyo verdadero nombre se escribía Etienne Pample, y a la diminuta Lisette Cachou, morena camarera del restaurante Groneil arrastrada por el mago con algún pretexto ingenioso a las Fausses-Reposes. Lisette estrenaba un corsé Obsesión último diseño, cuya destrucción acababa de costar seis horas al Mago del Siam, y era a tal circunstancia, a la que Denis debía agradecer tan tardío encuentro.

Por desgracia para este último, la situación era en extremo desfavorable. Medianoche en punto; el Mago del Siam con los nervios de punta; y, dándose en abundancia por los alrededores, la consuelda, el licopodio y el conejo albo que, desde hace poco, acompañan inevitablemente los fenómenos de licantropía o, mejor dicho, de antropolicandria, como tendremos ocasión de leer en las páginas que siguen. Enfurecido por la aparición de Denis que, sin embargo, se alejaba ya tan discreto como siempre barbotando una excusa, y desencantado también de Lisette, por cuya culpa conservaba un exceso de energía que pedía a gritos ser descargada de una u otra manera, el Mago del Siam se abalanzó sobre la inocente bestia, mordiéndole cruelmente el codillo. Con un gañido de angustia, Denis escapó a galope. De regreso a su guarida, se sintió vencido por una fatiga fuera de lo común, y quedó sumido en un sueño muy pesado, entrecortado por turbulentas pesadillas.

No obstante, poco a poco fue olvidando el incidente, y los días volvieron a pasar tan idénticos como diversos. El otoño se acercaba y, con él, las mareas de septiembre, que producen el curioso efecto de arrebolar las hojas de los árboles. Denis se atracaba de níscalos y de setas, llegando a atrapar a veces alguna peziza casi invisible sobre su plinto de cortezas, mas huía como de la peste del indigesto lengua de buey. Los bosques, a la sazón, se vaciaban a muy temprana hora de paseantes y Denis se acostaba más temprano. Sin embargo, no por eso descansaba mejor, y en la agonía de noches entreveradas de pesadillas, se despertaba con la boca pastosa y los miembros agarrotados. Incluso sentía menguar paulatinamente su pasión por la mecánica, y el mediodía le sorprendía cada vez con más frecuencia amodorrado y sujetando con una zarpa inerte el trapo con el que debía haber lustrado una pieza de latón cardenillo. Su reposo se hacía cada vez más desasosegado, y a Denis le preocupaba no descubrir las razones.

Tiritando de fiebre y sobrecogido por una intensa sensación de frío, en mitad de la noche de luna llena despertó brutalmente de su sueño. Se frotó los ojos, quedó sorprendido del extraño efecto que sintió y, a tientas, buscó una luz. Tan pronto como hubo conectado el soberbio faro que le legase algunos meses atrás un enloquecido Mercedes, el deslumbrante resplandor del aparato iluminó los recovecos de la caverna. Titubeante, avanzó hacia el retrovisor que tenía instalado justo encima de la coqueta. Y si ya le había asombrado darse cuenta de que estaba de pie sobre las patas traseras, aún quedó más maravillado cuando sus ojos se posaron sobre la imagen reflejada en el espejo. En la pequeña y circular superficie le hacía frente, en efecto, un extravagante y blancuzco rostro por completo desprovisto de pelaje, y en el que sólo dos llamativos ojos rufos recordaban su anterior apariencia. Dejando escapar un breve grito inarticulado se miró el cuerpo y al instante comprendió la causa de aquel frío sobrecogedor que le atenazaba por todas partes. Su abundante pelambrera negra había desaparecido. Bajo sus ojos se alargaba el malformado cuerpo de uno de estos humanos de cuya impericia amatoria solía con tanta frecuencia burlarse.

Resultaba forzoso moverse con presteza. Denis se abalanzó hacia el baúl atiborrado de las más diferentes ropas, reunidas según el caprichoso azar de la sucesión de los accidentes. El instinto le hizo escoger un traje gris con rayitas blancas, de aspecto bastante distinguido, con el cual combinó una camisa lisa de tono tallo de rosa, y una corbata burdeos. Cuando estuvo cubierto con tal indumentaria, admirado todavía de poder conservar un equilibrio que en absoluto comprendía, empezó a sentirse mejor, y los dientes cesaron de castañetearle. Fue entonces cuando su extraviada mirada vino a fijarse en el irregular y espeso montoncillo de negra pelambrera esparcido alrededor de su lecho, y no pudo impedir llorar su perdida apariencia.

Hizo empero, un violento esfuerzo de voluntad para serenarse, e intentó explicarse el fenómeno. Sus lecturas le habían enseñado muchas cosas, y el asunto acabó por parecerle diáfano. El Mago del Siam debía ser un hombre-lobo y él, Denis, mordido por la alimaña, acababa de convertirse, recíprocamente, en ser humano.

Ante la idea de que debía disponerse a vivir en un mundo desconocido, en un primer momento se sintió presa de pánico. ¡Qué peligros no habría de correr como hombre entre los humanos! La evocación de las estériles competiciones a que se entregaban día y noche los conductores en tránsito de la Côte de Picardie le anticipaba simbólicamente la atroz existencia a la que, de buena o mala gana, sería preciso adaptarse. Pero luego reflexionó. Según todas las apariencias, y si los libros no mentían, la transformación habría de ser de duración limitada. Y en tal caso, ¿por qué no aprovecharla para hacer una incursión a la ciudad…? Llegados a este punto, preciso es reconocer que determinadas escenas entrevistas en el bosque se reprodujeron en la imaginación del lobo sin provocar en él las mismas reacciones que antes. Al contrario: se sorprendió incluso pasándose la lengua por los labios, cosa que le permitió constatar de paso que, a pesar de la metamorfosis, seguía siendo tan puntiaguda como siempre.

Volvió al retrovisor para contemplarse más de cerca. Sus rasgos no le disgustaron tanto como había temido. Al abrir la boca pudo constatar que su paladar seguía siendo de un negro llamativo, y, por otro lado, que también conservaba incólume el control de sus orejas, tal vez una pizca sospechosas por ser en exceso alargadas y pilosas. Mas consideró que el rostro que se reflejaba en el pequeño y esférico espejo, con su forma oval un algo prolongada, su pigmentación mate y sus blancos dientes, haría un papel aceptable entre los que conocía. Así que, después de todo, lo mejor sería sacar partido de lo inevitable y aprender algo de provecho para el porvenir. Consideración no obstante la cual un ramalazo de prudencia le obligó antes de salir a hacerse con unas gafas oscuras que, en caso de necesidad, atemperarían la rojiza brillantez de sus cristalinos. Proveyóse asimismo de un impermeable que se echó al brazo, y ganó la puerta con paso decidido. Pocos instantes después, cargado con una maleta ligera, y olfateando una brisa matinal que parecía singularmente desprovista de fragancia, se encontraba en la cuneta de la carretera, alargando el pulgar sin complejo alguno al primer automóvil que divisó en lontananza. Había decidido ir en dirección a París aconsejado por la experiencia cotidiana de que los coches rara vez se detienen al empezar la cuesta arriba y sí, en cambio, cuesta abajo, cuando la gravedad les permite volver a arrancar con facilidad.

Su elegante aspecto le reportó ser rápidamente aceptado como acompañante por una persona con no demasiada prisa. Y confortablemente acomodado a la derecha del conductor, se dispuso a abrir sus ardientes ojos a todo lo desconocido del vasto mundo. Veinte minutos más tarde se apeaba en la Plaza de la Ópera. El tiempo estaba despejado y fresco, y la circulación se mantenía dentro de los límites de lo decente. Denis se lanzó osadamente entre los tachones del asfalto y, tomando el bulevar, caminó en dirección al Hotel Scribe, en el que alquiló una habitación con cuarto de baño y salón. Dejó su maleta al cuidado de la servidumbre y salió acto seguido a comprar una bicicleta.

La mañana se le fue en un abrir y cerrar de ojos. Fascinado, no sabía bien hacia dónde pedalear. En el fondo de su yo experimentaba, sin lugar a dudas, el íntimo y oculto deseo de buscar un lobo para morderle, pero pensaba que no le resultaría demasiado fácil encontrar una víctima y, por otro lado, quería evitar dejarse influenciar en demasía por el contenido de los tratados. No ignoraba en absoluto que, con un poco de suerte, no le sería imposible acercarse a los animales del Jardin des Plantes, pero prefirió reservar tal posibilidad para un momento de mayor apremio. La flamante bicicleta absorbía en aquel momento toda su atención. Aquel artilugio niquelado le encandilaba, y, por otra parte, no dejaría de serle útil a la hora de regresar a su guarida.

A mediodía estacionó la máquina delante del hotel, ante la mirada un tanto reticente del portero. Pero su elegancia, y sobre todo aquellos ojos que semejaban carbúnculos, parecían privar a la gente de la capacidad de hacerle el más mínimo reproche. Con el corazón exultante de alegría, se entretuvo en la búsqueda de un restaurante. Finalmente eligió uno tan discreto como de buena pinta. Las aglomeraciones le impresionaban todavía y, a pesar de la amplitud de su cultura general, temía que sus maneras pudiesen evidenciar un ligero provincianismo. Por eso pidió un sitio apartado y diligencia en el servicio.

Pero lo que Denis ignoraba era que precisamente en ese lugar de tan sosegado aspecto se celebraba, justo aquel día, la reunión mensual de los Aficionados al Pez de Agua Dulce Rambouilletiano. Cuando estaba a medio comer vio irrumpir de repente una comitiva de caballeros de resplandeciente tez y joviales maneras que, en un abrir y cerrar de ojos, ocuparon siete mesas de cuatro cubiertos cada una. Ante tan súbita invasión, Denis frunció el ceño. Mas, como se temía, el maître acabó por acercarse cortésmente a la suya.

—Lo siento mucho, señor —dijo aquel hombre lampiño y cabezón—, ¿pero podría hacernos el favor de compartir su mesa con la señorita?

Denis echó una ojeada a la zagala, desfrunciendo el ceño al mismo tiempo.

—Encantado —dijo incorporándose a medias.

—Gracias, caballero —gorjeó la criatura con voz musical. Voz de sierra musical, para ser más exactos.

—Si usted me lo agradece a mí —prosiguió Denis— ¿a quién deberé yo? Agradecérselo, se sobreentiende.

—A la clásica providencia, sin duda —opinó la monada.

Y a continuación dejó caer su bolso, que Denis recogió al vuelo.

—¡Oh! —exclamó ella—. ¡Tiene usted unos reflejos extraordinarios!

—Sí… —confirmó Denis.

—Sus ojos son también bastante extraños —añadió la joven al cabo de cinco minutos—. Los veo parecidos a… a…

—¡Ah! —comentó Denis.

—A granates —concluyó ella.

—Es la guerra… —musitó Denis.

—No le entiendo…

—Quería decir —explicó Denis—, que esperaba que le recordasen a rubíes. Pero al oír que sólo ha dicho granates, no he podido por menos que pensar en restricciones. Concepto que, por una relación de causa efecto, me ha llevado acto seguido al de guerra.

—¿Estudió usted Ciencias Políticas? —preguntó la morenita.

—Le juro que no volveré a hacerlo.

—Le encuentro bastante fascinante —aseguró llanamente la señorita, que, entre nosotros, lo había dejado de ser muchas ya más veces de las que pudiera contar.

—De buena gana le devolvería el piropo, pero pasándolo al género femenino —expresóse Denis, madrigalesco.

Salieron juntos del restaurante. La lagarta confió al lobo convertido en hombre que, no lejos de allí, ocupaba una encantadora habitación en el Hotel del Pasapurés de Plata.

—¿Por qué no viene a ver mi colección de grabados japoneses? —acabó susurrando al oído de Denis.

—¿Sería prudente? —inquirió éste—. ¿Su marido, su hermano o algún otro de sus parientes no lo vería con inquietud?

—Digamos que soy un poco huérfana —gimió la pequeña, haciéndole cosquillas a una lágrima con la punta de su ahusado índice.

—Una verdadera lástima —comentó cortésmente su distinguido acompañante.

Al llegar al hotel creyó darse cuenta de que el recepcionista parecía llamativamente distraído. También constató que tanta felpa roja amortiguante hacía diferir notablemente ese establecimiento de aquel otro en el que él se había alojado. Pero en la escalera se distrajo contemplando primero las medias y luego las pantorrillas, inmediatamente adyacentes, de la señorita. En el afán de instruirse, la dejó tomar hasta seis escalones de ventaja. Y una vez que se creyó bastante instruido, apretó nuevamente el paso.

Por lo que tenía de cómica, la idea de fornicar con una mujer no dejaba de chocarle. Pero la evocación de Fausses-Reposes hizo desaparecer finalmente aquel elemento retardatario y, muy pronto se encontró en condiciones de poner en práctica con el tacto, los conocimientos que en el añorado bosque le entraran por la vista. Llegados a determinado punto plugo a la hermosa reconocerse, a gritos, satisfecha; y el artificio de tales afirmaciones, mediante las cuales aseguraba haber llegado a la cúspide, pasó inadvertido al entendimiento poco experimentado en ese terreno del bueno de Denis.

Apenas si comenzaba éste a salir de una especie de coma bastante distinto de todo cuanto hubiese conocido hasta entonces, cuando oyó sonar el despertador. Sofocado y pálido, se incorporó a medias en el lecho y quedó boquiabierto viendo cómo su compañera, con el culo al aire, dicho sea con todo respeto, registraba con diligencia el bolsillo interior de su americana.

—¿Desea una foto mía? —dijo sin pensarlo dos veces, creyendo haber comprendido.

Se sintió halagado pero, por el sobresalto que empinó la bipartita semiesfera que ante sus narices tenía, al instante se dio cuenta del inmenso error de tan aventurada suposición.

—Esto… eh… sí, querido mío —acabó por decir la dulce ninfa, sin saber muy bien si se le estaba o no tomando la cabellera.

Denis volvió a fruncir el ceño. Se levantó, y fue a comprobar el contenido de su cartera.

—¡Así que es usted una de esas hembras cuyas indecencias pueden leerse en la literatura del señor Mauriac! —explotó finalmente—. ¡Una prostituta, por decirlo de algún modo!

Se disponía ella a replicar, y en qué tono, que se cagaba en tal y en cual, que se lo montaba con su cuerpo serrano, y que no acostumbraba a tirarse a los pasmados por el gusto de hacerlo, cuando un cegador destello procedente de los ojos del lobo antropomorfizado le hizo tragarse todos y cada uno de los proyectados exabruptos. De las órbitas de Denis emanaban, en efecto, dos incesantes centellas rojas que, cebándose en los globos oculares de la morenita, la sumieron en muy curiosa confusión.

—¡Haga el favor de cubrirse y de largarse en el acto! —sugirió Denis.

Y para aumentar el efecto, tuvo la inesperada idea de lanzar un aullido. Hasta entonces, nunca semejante inspiración se le había pasado por las mientes. Mas, a pesar de tal falta de experiencia, la cosa resonó de manera sobrecogedora.

Aterrorizada, la damisela se vistió sin decir ni pío, en menos tiempo del que necesita un reloj de péndulo para dar las doce campanadas. Una vez solo, Denis se echó a reír. Se sentía asaltado por una viciosa sensación bastante excitante.

—Debe ser el sabor de la venganza —aventuró en voz alta.

Volvió a poner donde correspondía cada uno de sus avíos, se lavó donde más lo necesitaba y salió a la calle. Había caído la noche, el bulevar resplandecía de manera maravillosa.

No había caminado ni dos metros, cuando tres individuos se le acercaron. Vestidos un poco llamativamente, con ternos demasiado claros, sombreros demasiado nuevos y zapatos demasiado lustrados, lo cercaron.

—¿Podemos hablar con usted? —dijo el más delgado de todos, un aceitunado de recortado bigotillo.

—¿De qué? —se asombró Denis.

—No te hagas el tonto —profirió uno de los otros dos, coloradote y grueso.

—Entremos ahí… —propuso el aceitunado según pasaban por delante de un bar.

Lleno de curiosidad, Denis entró. Hasta aquel momento, la aventura le parecía interesante.

—¿Saben jugar al bridge? —pregunto a sus acompañantes.

—Pronto vas a necesitar uno[4] —sentenció el grueso coloradote sombríamente. Parecía irritado.

—Querido amigo —dijo el aceitunado una vez que hubieron tomado asiento—, acaba usted de comportarse de una manera muy poco correcta con una jovencita.

Denis comenzó a reír a mandíbula batiente.

—¡Le hace gracia al muy rufián! —observó el colorado—. Ya veréis como dentro de poco le hace menos.

—Da la casualidad —prosiguió el flaco— de que los intereses de esa muchacha son también los nuestros.

Denis comprendió de repente.

—Ahora entiendo —dijo—. Ustedes son sus chulos.

Los tres se levantaron como movidos por un resorte.

—¡No nos busques las vueltas! —amenazó el más grueso.

Denis los contemplaba.

—Noto que voy a encolerizarme —dijo finalmente con mucha calma—. Será la primera vez en mi vida, pero reconozco la sensación. Tal como ocurre en los libros.

Los tres individuos parecían desorientados.

—¡Arreglado vas si piensas que nos asustas, gilipollas! —tronó el grueso.

Al tercero no le gustaba hablar. Cerrando el puño, tomó impulso. Cuando estaba a punto de alcanzar el mentón de Denis, éste se zafó, atrapó de una dentellada la muñeca del agresor y apretó. La cosa debió doler.

Una botella vino a aterrizar sobre la cabeza de Denis, que parpadeó y reculó.

—Te vamos a escabechar —dijo el aceitunado.

El bar se había quedado vacío. Denis saltó por encima de la mesa y del adversario gordo. Sorprendido, éste se quedó un instante aturdido, pero llegó a tener el reflejo de agarrar uno de los pies calzados de ante del solitario de Fausses-Reposes.

Siguió una breve refriega al final de la cual, Denis, con el cuello de la camisa desgarrado, se contempló en el espejo. Una cuchillada le adornaba la mejilla, y uno de sus ojos tendía al índigo. Prestamente, acomodó los tres cuerpos inertes bajo las banquetas. El corazón le latía con furia. Y, de repente, sus ojos fueron a fijarse en un reloj de pared. Las once.

«¡Por mis barbas», pensó, «es hora de marcharse!».

Se puso apresuradamente las gafas oscuras y corrió hacia su hotel. Sentía el alma pletórica de odio, pero la proximidad de su partida le apaciguó. Pagó la cuenta, recogió el equipaje, montó en su bicicleta, y se puso a pedalear incansablemente como un verdadero Coppi.

Estaba llegando al puente de Saint-Cloud, cuando un agente le dio el alto.

—¿O sea que va usted sin luces? —preguntó aquel hombre semejante a tantos otros.

—¿Cómo? —se extrañó Denis—. ¿Y por qué no? Veo de sobra.

—No se llevan para ver —explicó el agente— sino para que le vean a uno. ¿Y si le ocurre un accidente? Entonces, ¿qué?

—¡Ah! —exclamó Denis—. Sí; tiene usted razón. ¿Pero puede explicarme cómo funcionan las luces de este armatoste?

—¿Se está burlando de mí? —indagó el alguacil.

—Escuche —se puso serio Denis—. Llevo tanta prisa que ni siquiera tengo tiempo de reírme de nadie.

—¿Quiere usted que le ponga una multa? —dijo el infecto municipal.

—Es usted pelmazo de más —replicó el lobo ciclista.

—¡De acuerdo! —sentenció el innoble bellaco—. Pues ahí va…

Y sacando la libreta y un bolígrafo, bajó la nariz un instante.

—¿Su nombre, por favor? —preguntó volviendo a levantarla.

Después, sopló con todas sus fuerzas en el interior de su tubito sonoro, pues, muy lejos ya, alcanzó a ver la bicicleta de Denis lanzada, con él encima, al asalto del repecho.

En el mencionado asalto, Denis echó el resto. Al asfalto, pasmado, no le quedaba más que ceder ante su furioso avance. La costana de Saint-Cloud quedó atrás en un abrir y cerrar de ojos. Atravesó a continuación la parte de la ciudad que costea Montretout —fina alusión a los sátiros que vagan por el parque dedicado al antes nombrado santo— y giró después a la izquierda, en dirección hacia el Pont Noir y Ville-d’Avray. Al salir de tan noble ciudad y pasar frente al Restaurante Cabassud, advirtió cierta agitación a sus espaldas. Forzó la marcha y, sin previo aviso, se internó por un camino forestal. El tiempo apremiaba. A lo lejos, de repente, algún carillón comenzaba a anunciar la llegada de la medianoche.

Desde la primera campanada, Denis notó que la cosa no marchaba. Cada vez le costaba más trabajo llegar a los pedales; sus piernas parecían irse acortando paulatinamente. A la luz del claro de luna seguía sin embargo escalando, montado sobre su rayo mecánico, por entre la gravilla del camino de tierra. Pero en cierto momento se fijó en su sombra: hocico alargado, orejas erguidas. Y al instante dio de morros en el suelo, pues un lobo en bicicleta carece de estabilidad.

Felizmente para él. Pues apenas tocó tierra se perdió de un salto en la espesura. La moto del policía, entretanto, colisionó ruidosamente contra la recién caída bicicleta. El motorista perdió un testículo en la acción a la vez que el treinta y nueve por ciento de su capacidad auditiva.

Apenas recobrada la apariencia de lobo y sin dejar de trotar hacia su guarida, Denis consideró el extraño frenesí que lo había asaltado bajo las humanas vestiduras de segunda mano. Él, tan apacible y tranquilo de ordinario, había visto evaporarse en el aire tanto sus buenos principios como su mansedumbre. La ira vengadora, cuyos efectos se habían manifestado sobre los tres chulos de la Madeleine —uno de los cuales, apresurémonos a decirlo en descargo de los verdaderos chulos, cobraba sueldo de la Prefectura, Brigada Mundana—, le parecía a la vez inimaginable y fascinante. Meneó la cabeza. ¡Qué mala suerte la mordedura del Mago del Siam! Felizmente, pensó no obstante, la penosa transformación habría de limitarse a los días de plenilunio. Pero no dejaba de sentir sus secuelas, y esa cólera latente, ese deseo de venganza no dejaban de inquietarlo.






sábado, 5 de febrero de 2022

Compañero

 


Andábamos por la calle de granadillas, era las tres de la tarde de un día medio nublado con un sol empequeñecido colgando en el fondo del cielo.

—¿Qué ves? —le pregunté.

—¡Mundos maravillosos! —me respondió.

Andábamos por la calle de granadillas, y de repente ya no andábamos más...

De ambos lados de la calle se alzaron paredes inmensas de nubes negras que oscurecieron el sol. El suelo se tornó en alfombra de niebla. Llovían rayos alrededor de nosotros que traspasaban el suelo. Las montañas de nubes, de miles de metros de altura, se abrían a nuestro paso y se volvian blancas. Callados y sin mirarnos proseguimos andando por el cielo.

En lo inconmensurable del universo sentimos que éramos algo y a la vez nada. Mi mente se inundaba de vacío, mi mente se vació de contenido.

Y de repente otra vez estábamos caminando por la calle de granadillas.

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