Dormí en la que era tu casa, a unos días después que partiste. No había
planeado quedarme a pasar la noche, pero ….
Rápidamente caí en sueños. Abrí los ojos y no vi nada, solo la oscuridad.
Estaba en medio de una habitación, a media altura del suelo. No era un sueño o
no era un sueño que yo solía tener. Supe entonces que veía tras unos ojos que
no eran los míos, eran los tuyos. Me asusté, como asustada estabas tú. No veía
nada porque tus ojos no veían nada. Estabas en una casa, pero no había ningún
mueble ni tampoco gente. No caminabas sino flotabas. Me deslizaba por la casa
como si buceara bajo el agua, pero más ligeramente. Fuimos buscando gente
porque gente querías encontrar, pero no había nada, solo silencio y oscuridad.
No había ninguna luz encendida como si hubiera un apagón. Apenas la luna
delataba las formas y pasillos de la casa. Te era imposible darte cuenta y no
lo podías creer, pero esa era tu casa. Sentí que te desesperabas y te
preguntaste ¿Dónde estoy? Desconcertada por no encontrar nada en las
habitaciones ni en los corredores salimos al exterior, pero sin cruzar la
puerta, sin atravesar las paredes, solo con desear salir estábamos afuera. Y
nos hallamos en la calle, frente a la casa, allí la reconocí mejor, el frente
de la casa con tres niveles, la calle que terminaba en un pasaje y el parque en
el otro extremo. Era tu casa donde habías vivido los últimos quince años.
Mirabas incrédula y no entendías que estaba pasando, no podías aceptar que algo
grave, absurdo, inconcebible y tenebroso te había pasado. Te acongojaste y me
soltaste.
Me desperté asustado.
- ¿Qué haces con ese piyama? – Me pregunto una tía.
-No tenía que ponerme para dormir y encontré esto en el último cajón de
la cómoda.
-Te queda bien, pero era el piyama de la difunta.
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