XII
Al abrir los ojos tras dejar atrás un manto de niebla me vi en el patio
de tu casa. Pude ver sus paredes rosadas frente a mí, con el ventanal que da a
la cocina y al costado una puerta que se abría al comedor. De repente, sin
saber de dónde, cruzaste toda desnuda la habitación, bloqueando por un instante
mi visión. Te encaminaste al cuarto de costura donde tu mama hilvanaba una
blusa para ti. Intuí que fuiste para cerciorarte en que estaría ocupada por un
buen rato allí.
Volviste al patio. Pude ver tu silueta aun juvenil pasando muy cerca,
casi rozándome. Y te paraste a unos cuantos metros de mí, dejando ver tu cuerpo
desnudo completamente bronceado. Me sorprendí y me perturbó lo que vi, porque
nunca habías sido así. Siempre llevabas ropa que te cubría desde el cuello
hasta los pies, sea con pantalones, jeans, faldas sobre mallas, chaqueta,
suéteres o polos, con cuello tortuga, en invierno, primavera, en otoño y hasta
en verano.
Y lo más desconcertante, me miraste con actitud desafiante sin nada que
decir. Para evitar que tu madre me escuchara y no sabiendo que si te hablaba me
delatabas, te interrogué levantando un poco mi cabeza, como diciendo ¿qué hay?
Me tranquilicé cuando me respondiste igual. Luego gesticulaste unas
palabras sin hablar y haciendo una seña con la mano me indicaste la recámara
del segundo nivel, mensaje que entendí muy bien. La emoción que sentí me puso
tan arrebatadoramente feliz que, para mi desgracia, me desperté.
-¿Tú me deseabas? No lo sabía.
Hoy solo espero noche tras noche retomar el sueño donde nos quedamos.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario