Yo solía pensar
que las experiencias fuera de lo normal eran sucesos que le pasan, en mayor o
menor grado, a todas las personas del mundo. Nunca pensé que algunas personas
nunca tuvieron alguna. Contrariamente, a mí me habían ocurrido muchas.
Un día de
invierno en Lima, se le ocurrió a mi padre ir con toda la familia a Ica,
específicamente a La Huacachina, la laguna turística a pocos kilómetros de la
ciudad de Ica. Nos acomodamos los siete miembros de mi familia en el auto de
ocho cilindros Pontiac, Le mans. Salimos como a las seis de la noche para
llegar a la laguna como a las once.
Al llegar dimos
una vuelta para conocer la laguna y luego buscamos un hotel para alojarnos. Nos
dijeron que no había ninguna habitación disponible. En ese tiempo, en los
sesenta solo había un hotel. Entonces decidimos dormir en el auto, total ya era
casi las doce de la noche. Volvimos a la laguna y nos estacionamos en una calle
al lado de un parque con vista a la Huacachina. Nos acomodamos lo mejor que
pudimos, cuatro hermanos atrás y y yo y mis padres adelante. Estaríamos
cogiendo el sueño cuando empezó a escucharse una guitarra.
- ¿Quién estará
tocando guitarra a esta hora? –Preguntó mi padre.
- Ni siquiera es
una serenata. – Contesté.
Bueno, la
guitarra no se escuchaba muy fuerte, además la música era melódica y suave. Así
que decidimos seguir durmiendo.
La guitarra
siguió sonando, pero no le dimos mucha importancia y empezamos a dormir.
De pronto, el
auto se meció de izquierda a derecha. Pensamos que era un movimiento sísmico y
abrimos las puertas rápidamente y salimos. No vimos a nadie, ni nadie gritaba
¡Temblor! Que extraño nos pareció, pero ante la evidencia de que no había nada
nos acomodamos otra vez para dormir.
Habría pasado un
momento cuando otra vez el auto se volvió a balancear. Instintivamente yo
volteo para ver la parte trasera del auto y diviso a un hombre que apoyando sus
manos sobre la maletera hacia balancearse el auto. Bajé del carro y fui a
buscar al tipo. No lo encontré. Me agaché para mirar debajo del Pontiac,
pensando que allí se había escurrido, pero no había nada. Me dije, este tipo es
muy rápido para desaparecer en un segundo porque apenas lo vi, salí
instantáneamente a buscarlo. No nos quedó otra opción que intentar dormir otra
vez. Pero esta vez estaría preparado cuando el hombre volviera a balancear el
auto.
Habremos dormido
un rato cuando el auto se volvió a zarandear. No miré a ningún lugar, abrí la
puerta y salí a atrapar al facineroso. Corrí detrás del auto donde sabía que no
lo iba a encontrar y enfilé a la esquina de la calle siguiente. Para mi
sorpresa no había nadie, nadie corría huyendo, todo estaba tranquilo. Regresé
al auto para decirle a mi familia que no había encontrado a nadie. Mi padre
decidió dejar la Huacachina y regresar lo más pronto a Lima.
Al poco tiempo
me entero que en la Huacachina penaban.
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