Aquí está este galeote,
encadenado con una cuerda de plástico a la cabeza, preso en su cubículo. El
ton-ton del TKS medra en el tiempo y en el espacio. Los fulgurantes rayos del
monitor acuchillan mi visión y tornan rojas mis pupilas. Los supervisores nos
azotan inmisericordes para rendir mejor. Extenuados, algunos caen, otros son
terminados por deficientes y arrojados a la mar de inseguridad. Ocho horas por
cuarenta años, mi cuerpo se encuentra entumecido y encorvado ya. Estoy aquí, pero
no estoy realmente, mi mente vaga y vuela por las alturas donde moran los
espíritus. No oigo ni veo bien. Solo puedo ver fantasmas de los que fueron una
vez mis compañeros, con quienes reí y les enseñé a soñar. Solo escucho
murmullos y el chirriar del elevador que sube y baja trayendo más cuerpos.
Siento que es de noche para mí ya y voy a ser terminado.
A ti, para los seres sin
cuerpo, te dejo mi testimonio en el éter, para que sepas lo que sufrí.
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