-Silverio murió.
Salíamos de un edificio de varios pisos que parecía un
hospital. Estábamos ya en la salida cuando Mabel me espectó
esa dura declaración sobre su esposo.
-No puedes ser- le dije en mis adentros.
La miré de reojo, su rostro seguía inmutable
-¡No puede ser! Le dije o creí que le dije. Y
volteando para mirarle a la cara le dije
- ¡Tú
eres la que está muerta!
Allí me desperté.
No te escribí prontamente esta carta a pesar que había pasado quince diez días, cuando usualmente la escribo al día siguiente. Me fue muy triste redactarla, ni siquiera podía revivirla en mi mente. Y es que nunca te había descrito y usado contigo la palabra muerta. Si aun hoy no lo puedo creer o no lo puedo aceptar. Disculpa entonces este débil sentimiento hacia ti.
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