XXV
Cuantas veces
escuche decir que uno labra su destino, que mi voluntad decide el rumbo de mi
vida, que uno forja su futuro, que con esfuerzo y trabajo podría alcanzar la
felicidad.
Ósea, nada está
decidido en la existencia, era un juego de azar donde yo jugaba mis cartas que
con dedicación hubiera conseguido. Tener amigos y buenos amigos también se le
atribuye a la suerte.
Suerte tuve de
conocer a Pepe. Era 1976 y yo tocaba rock en un conjunto musical. Alguien le
pasó la voz a Juan, quien era el jefe del grupo folclórico donde tocaba Pepe.
Me invitaron a que tocara la guitarra con ellos. Generalmente yo hacía los bordones y “llamados” de la música andina de acuerdo a la región o
provincia de la canción. Pepe tocaba el charango, Juan la quena y una chica,
Fresia, el bombo. Hacíamos presentaciones en eventos culturales los fines de
semana y eventualmente en los días de semana. Estuvimos en ese plan por casi un
año.
Un martes dos de
octubre se me ocurre darle una serenata a mi padre por su cumpleaños. Seria
apoyado por mis hermanos y unos amigos que también tocaban instrumentos.
Teníamos quena, zampoña, guitarra y bombo. Faltaba el charango que le daba
alegría y tradición a las canciones andinas.
El charango era
un instrumento difícil de conseguir. No se hacían muchos porque pocos sabían
tocarlos. Así que le pediría prestado el charango a mi amigo Pepe. Fui a su
casa en la urbanización Sol de Oro.
Cuando fui me
dijeron que estaba en el Jirón Ica, en el local del grupo “Retablo”. Fui allá y
lo encontré ensayando con otro grupo. Le pedí que me prestara el charango
cuando acabara su ensayo. Me dijo que ya. A las ocho de la noche lo fui a
buscar y le pedí el charango.
-Lo voy a
necesitar mañana en la noche.
-No te
preocupes, te lo llevo a tu casa mañana por la mañana
-La verdad, se
lo he prestado a un amigo.
Eso me
desilusionó tremendamente. Había perdido casi un día tratando de que me lo
prestara para que me defraudara de esa manera. Yo que había hecho la idea de
que la serenata iba a salir bonita. Frustrado regresé a mi casa y di la
serenata sin el charango.
Paso un año y
estaba en mi casa cuando toco la puerta Pepe. Nos saludamos y me reveló el
motivo de la visita. La visita era extraña porque nunca había venido a mi casa
y no lo había visto desde el día martes dos de octubre del año pasado cuando me
negó el charango. Y justo se aparece un año después en la misma fecha, 2 de
octubre.
-Quisiera que me
prestes tu charango.
Me asombró que supiera que tenía un charango. El charango que yo tenía era un
quirquincho, un charango especial, estaba hecho del caparazón del armadillo. El
charango que rehusó prestarme era de madera, que no chillaba como el mío.
-Necesito que me
lo prestes porque tengo un evento y no tengo charango.
-No tengo
charango, el que uso me lo presta un amigo que vive en Balconcillo.
-¿Puedes darme
la dirección para pedirle que me lo preste?
-Claro! Espérame
un ratito que saco su dirección.
Mientras entraba
en mi casa me detuve a pensar en lo que estaba haciendo.
Yo tenía el
charango conmigo pues lo había comprado a mi amigo puneño. El negárselo me parecía
egoísta. Entonces reflexioné. Pepe me viene a pedir el charango al año exacto
cuando me lo negó. Encima me engaño diciéndome que me lo daría cuando después
se negó. También pensé en todo el trabajo que Pepe había hecho para localizarme
y venir desde tan lejos hasta Javier Prado en San Isidro. Sentí compasión. Dudé
que el supiera que estaba pasando, que al año de haberme negado prestarme el
charango él se ponía en el lugar que yo estuve un año atrás.
Bajé de mi dormitorio y le di una dirección que me imaginé tendría mi amigo Lucho, el del charango, porque la verdad la
desconocía.
Le entregué la dirección a Pepe y se fue a localizar a mi amigo. Al cabo de una
hora regresa Pepe y toca mi puerta.
-Encontré a tu
amigo y me dijo que no tiene el charango.
Me asombré que
Pepe hubiera encontrado una dirección falsa.
-No sé por qué
te habrá dicho eso. Tal vez no quiere prestártelo. -Lo vi entristecerse.
En ese instante
dudé. Pensé que de todas maneras debería prestarle el charango. Pero, de
pronto, me acordé de la duda que tuvo Arjuna frente a una batalla que se relata
en el Bhagavad Gita. Arjuna era un guerrero líder de su familia que iba a
luchar por recobrar su reino arrebatado por sus familiares, tíos y primos. Al
verlos frente a su ejército, Arjuna se desploma y rehúsa dar inicio a la
batalla porque eso causaría la muerte de sus parientes. Ante ese hecho, su
amigo el dios Krishna le aconseja que lo haga porque esos familiares no eran
merecedores de su reino y que para todas luces ellos ya estaban muertos pues no
es de Arjuna la decisión que ellos vivan o mueran. Entonces Arjuna da inicio a
la batalla.
Entonces entendí
que no era casualidad lo que me estaba pasando, que yo tan solo era un
instrumento del desenlace que Pepe iba a sufrir. Yo tenía que cumplir mi parte
en ese juego cósmico del destino que ya estuvo establecido entre Pepe y yo.
Lo mandé al
Centro del Arte Popular de San Marcos, donde tenían un charango, aunque dudé que se lo fueran a prestar.
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