miércoles, 5 de octubre de 2016

Cecilia -V-


Había cumplido 42 años y me encontraba solo, sin pareja. De hecho había decidido no casarme ni tener hijos. No quería casarme porque sabía que los sentimientos son cambiantes y muchas veces no son recíprocos. No quería tener hijos porque es una gran fuente de problemas. La verdad era que temía sufrir por esas dos causas.
            Estaba solo pero estaba en contacto con Cecilia… indirectamente. Ella y mi hermana se habían hecho buenas amigas. Las dos tenían la misma edad, estaba casadas y tenían ambas dos hijos. Así que cuando hablaba con mi hermana me decía que fíjate que Cecilia esto y aquello, que se ha mudado, que sus hijos están grandecitos, etc. Yo fingía que la escuchaba sin mucha atención aunque “paraba bien la oreja” para enterarme de cualquier detalle. De hecho esos detalles animaban mi tranquila y rutinaria vida. Aunque en mi existencia había tenido muchas cosas buenas, exuberantes y alegres y algunas un tanto tristes, erradas y penosas, adolecía del amor, del amor de mi vida, del amor de Cecilia.
            Fácil sería decir que lo que yo sentía era solo una obsesión. Pero era mucho más que eso. Y es que cuando pensaba en ella, cuando recreaba en mi mente el momento cuando la vi, donde la vi, como la vi, que le dije, que me dijo, que hicimos, algo se encendía en mi cerebro que me volvía animoso, sentía más confianza, me sentía más vivo. Era como si sintiera una suerte de placer mental cuando me envolvía en pensamientos y sentimientos sobre Cecilia. Claro que todo eso no era real porque no existía en el mundo físico pero si en mi cabeza que lo aceptaba como real. Pero ¿Qué es la realidad? ¿No es acaso, en última instancia lo que sentimos? Un paisaje causa alegría a algunos pero tristeza a otros aunque todos admitan que ven los árboles, la pradera y el cielo azul.
Una noche tuve un sueño. Soñé que estaba en una casa grande de madera. Yo era un sirviente que vestía una ropa simple de la edad media. La dueña del señorío me llamó.  Tomaba un baño caliente en una tinaja de madera. El cuarto de baño era grande y separada del resto de la casa por una gran cortina oscura.
-Sécame los pies – me ordenó
Deslizo un pie por entre las cortinas y lo sequé con un paño blanco. Luego le sequé el otro. Después corrió la cortina y sonriéndome salió envuelta en una gran manta blanca. Desperté y reconocí el  rostro que vi en mi sueño. Tenía otro cuerpo, otro rostro, otra piel, más en mis adentros sabía que era Cecilia.
            Quise averiguar que significaba ese sueño y fui a ver a una gitana.
-Tú conoces a esa mujer. Te has encontrado con ella antes, en otra vida.  Tú eras su siervo y ella tu dueña pero aun así te quiso, fue buena contigo y cuido bien de ti. Ahora tienes que retribuir lo que recibiste.
-¿De qué manera?
-Tienes que amarla porque ella no sabe que es el amor.
-Pero…
-El amor podría estar frente a ella pero no lo vería porque no sabe lo que es.
-Pero yo…
-Y debes decirle que la amas aunque no te quiera escuchar,…
-Yo he tratado…
-… y aun cuando no te crea.
De pronto, lo que dijo la gitana inundo mi mente de una luz resplandeciente, como si hubiera descubierto una gran verdad.
-Porque ella sufre y necesita sentir que es amada.
-Eso no lo puedo hacer.
-No es lo que puedas o no puedas hacer, es lo que tienes que hacer.
Me fui, no quería escuchar más.

            Comprendí que tenía que hablar con Cecilia y decirle que la amaba aunque tuviera que romper el arca de la alianza en ese intento. 

                                                        MMK

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