sábado, 2 de enero de 2021

¡Guíame Mabel! - XVI


                                                    XVI

Yo no creía en Dios.

Deje de creer cuando era un niño de 7 años, cuando una moneda que llevaba para comprar dulces se me escapa de las manos y cae por unas rendijas a una toma de aire en la acera donde caminaba alegre y despreocupado. Impotente la veía relucir en el fondo, pues no podía hacer nada para recobrarla. Entonces pedí a Dios que haga algo para sacarla, el dios que, según mi mamá, estaba en todas partes y en todo lugar, que veía todo lo que hacía, el todo poderoso, creador del mundo y de nosotros. Pero no me escuchó.

Desde ese momento no creí en él; pensaba que el hombre había inventado a Dios por la necesidad de creer en algo más grande que él. Cuando sucede horribles catástrofes tener alguien a quien pedir protección es muy reconfortante, nada más. La ciencia y la razón había sustituido a dios en mi devoción.

Ha pasado muchos desastres por mi vida, terremotos, accidentes, me han rozado asesinatos, enfermedades que doctores auguraban que no sobreviviría.  Pude haber muerto muchas veces, que amigos culpaban a la providencia divina que todavía este vivo. Y en ninguno de esos casos clamé a Dios.

Mi vida y mi mundo estaban perfecta y racionalmente organizados hasta que hechos comenzaron a resquebrajarlos.

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miércoles, 30 de diciembre de 2020

¡Guíame Mabel! -XV


                                                           XV

Mabel y yo nos habíamos conocido mucho antes, aproximadamente hace cien años, alrededor de 1918. En ese tiempo se llamaba Perla.

Nos conocimos por intermedio de su padre. Don Ricardo era presidente del gremio de fabricantes de cuero y talabartería. Poseía el taller más tecnificado de su tiempo. Su eficiencia y calidad de su trabajo; su rectitud y honestidad como persona lo habían hecho popular y con ascendencia sobre sus pares. Yo me dedicaba a importar maquinaria y herramientas y visitaba su taller apenas tenía alguna novedad que le pudiera interesar. Yendo a visitarlo conocí a su familia, que vivía en el segundo piso del local. Sus tres hijos trabajaban con él y sus dos hijas le ayudaban a llevar las cuentas y organizar el almacén. El mayor se llamaba Juan y era el oficial del taller y como tenía casi teníamos la misma edad congeniamos y nos hicimos amigos. La hermana menor se llamaba Perla y la mayor Gisela. Juan era calmado, confiado, algo sencillo y amoroso de su familia. Era soltero, a sus 40 años eso era muy raro, aunque también lo era yo. Juan había tenido amoríos con algunas damas, pero su actitud pacífica y tranquila no invita a la paciencia de mujeres que demandaban más que todo un hombre impulsivo. Yo me encontraba soltero debido a un fracaso matrimonial a causa de mi dedicación en cuerpo y alma a mi trabajo. Nos reuníamos en su taller después de cerrar los sábados. En esos momentos tenia la oportunidad de conversar con las dos hermanas. Perla era afable y simpática, le gustaba sonreír. Era de carácter y voluntad firme, de moral estricta y principios exigentes. Estaba de amores con un muchacho socio del gremio, hijo único que acababa de hacerse cargo del negocio de su padre. Lo observaba cuando venía a visitar a Perla. Tenía un aspecto taciturno y reservado, que se reservaba sus sentimientos pues muchas veces noté que Perla le acariciaba el cabello o le tomaba la mano mientras Carlos, que así se llamaba, se mostraba seco e impasible ante las muestras de cariño de Perla. Al conversar con Perla, pude descubrir que era una persona fiable en el trabajo y en los sentimientos pues detestaba la superficialidad. Anhelaba seguridad en la vida y en amor. Tenía una inmensa capacidad de trabajo y sentía un temor al fracaso, lo que le hacía trabajar en exceso. Le gustaba las plantas, los animales y la naturaleza y lo más importante su familia.

Una vez se enemistó con su enamorado y hablando con Juan le exprese mis reparos de que Carlos entablara una relación más seria con Perla.

-          ¿Por qué lo dice? – me preguntó.

-          Lo veo inestable e inseguro sentimentalmente.

-          Puede ser, aunque podría cambiar. Eso ya corresponde a los asuntos de mi hermana.

-          Creo que tampoco es un buen aliado para el gremio. No lo percibo como firme en su negocio, una inestabilidad psicológica puede influir en los negocios.

-          En su negocio.

-          Cierto, pero uno no sabe cómo las cosas irán en el futuro – Me vino a una premonición, que Carlos iba a afectar negativamente al negocio de don Ricardo y también al gremio.

Me preocupe de ese futuro, pero más me inquieto que Juan pudiera adivinar los sentimientos que empezaba a tener por su hermana.

Como había pasado ya como un mes que el enamorado no la visitaba me animé a declararle mi amor a Perla. Un sábado compre un arreglo floral y me dirige a la casa de Perla a preguntarle si quería estar conmigo. Llegando a su casa Juan me hace saber que Juan se había amistado con Perla y la iba a pedir a sus padres en matrimonio. Lo único que dije para mis adentros fue ¡Noooooooo!

Carlos cumplió con sus designios, hizo quebrar el negocio de Don Ricardo y arruinó al gremio. Y lo más triste es que Perla nunca fue feliz en su matrimonio.

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sábado, 19 de diciembre de 2020

¡Guíame Mabel! - XIV


                                                        XIV

Te llamé para sacar a los chicos a pasear pues ya me regresaba al país donde residía. Tú sabes, ya están adolescentes, dentro de poco querrán salir con sus amigos y no con un tío mayor como yo. En ese momento supe que te ibas a operar por eso los chicos no iban a salir.

-Sabes cómo me divierte salir con ellos.

-Será para otro día-me dijiste.

Y ya no hubo otro día.

Tuve un sueño, alguien tocó la puerta de la casa de mi hermana. Abrí y una mujer me asombra al cercarse tan cerca de mi rostro y entra sin hablar nada. Su rostro era oscuro, como si fuera de ascendencia africana. Cuando entra, le siguieron tus hijos; apurados subieron al segundo piso. Yo los seguí para encontrar a la mujer que ingresó sin hablar. La vi correr por el pasadizo a una habitación del fondo.  Entré, pero no había nadie. Les pregunte a tus hijos si habían visto a la mujer, dijeron que no y me desperté.

Me fue fácil descifrar el sueño, la mujer que vi y tenía piel oscura eras tú, porque te decían “Negrita” y significaba que yo iba poder salir con tus hijos. Y dicho y hecho. Mi hermana me dice que iban a venir el domingo temprano para ir a pasear. Listo, se iba a cumplir mi deseo pendiente. Pero me llaman inesperadamente, me dicen que tenía que viajar para una reunión inaplazable de trabajo. No puede ser, me dije, y no podía dejar de ir, ¡qué mala suerte! Y no podía creer que mi sueño no se iba a cumplir.

Bueno, me resigné. Así estaba cuando recibí una llamada que me decía que la reunión se adelantaba para el sábado, por motivos de fuerza mayor. Me asombré otra vez, ¡cómo es posible que todo llegue a concordar para que sueño se llegue a materializar! ¡que fuerza puede manipular de esa manera la realidad!

Asistí a la reunión de trabajo y regresé a mi casa el sábado por la noche. Estaba entusiasmado y ansioso porque te iba a ver.

No te vi. En la mañana del domingo, como estaba previsto, tocaron la puerta y abrí, pero, no te vi. Entraron tus hijos, que me saludaron y subieron a saludar a su tía que estaba en el último dormitorio del segundo piso. Hasta allí los seguí, tan igual como lo soñé. Quería saber dónde estabas, pero intuí que estabas allí, alrededor, sintiéndonos.

La pasamos fenomenal, nos fuimos a un parque de diversiones y nos divertimos ¡como nunca! Al final del día los llevé a tu casa y me despedí.

Aunque quiero decir un millón de palabras que traduzcan un megatón de sentimientos que siento, todo lo que puedo decirte es gracias, a ti.

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