XVI
Yo no creía en
Dios.
Deje de creer
cuando era un niño de 7 años, cuando una moneda que llevaba para comprar dulces
se me escapa de las manos y cae por unas rendijas a una toma de aire en la
acera donde caminaba alegre y despreocupado. Impotente la veía relucir en el
fondo, pues no podía hacer nada para recobrarla. Entonces pedí a Dios que haga
algo para sacarla, el dios que, según mi mamá, estaba en todas partes y en todo
lugar, que veía todo lo que hacía, el todo poderoso, creador del mundo y de
nosotros. Pero no me escuchó.
Desde ese
momento no creí en él; pensaba que el hombre había inventado a Dios por la
necesidad de creer en algo más grande que él. Cuando sucede horribles
catástrofes tener alguien a quien pedir protección es muy reconfortante, nada
más. La ciencia y la razón había sustituido a dios en mi devoción.
Ha pasado muchos
desastres por mi vida, terremotos, accidentes, me han rozado asesinatos,
enfermedades que doctores auguraban que no sobreviviría. Pude haber muerto muchas veces, que amigos
culpaban a la providencia divina que todavía este vivo. Y en ninguno de esos casos clamé a Dios.
Mi vida y mi
mundo estaban perfecta y racionalmente organizados hasta que hechos comenzaron
a resquebrajarlos.
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