domingo, 23 de abril de 2017

La cholada


Como un rio serrano que de pronto se acrecienta en el verano, así la cholada se había engrandecido y ya copaba los dos extremos de la calle y se extendía por dos cuadras. No más un rato atrás estábamos en la casa de Don Ccallo tomando un “calientito” al lado de la hoguera, donde hervía un ollón de agua bajo el leño que ardía ahumando el patio, la casa y el cielo del olor de eucalipto. El pocillo quiñado  con té caliente me abrigaba las dos manos, yo que había venido a la altura con solo una casaca de abrigo, me habían prestado un poncho de lana de carnero, chalina de alpaca, chullo y sombrero.
Me hacía yo allí pues me había llegado el tiempo de la pena y se me había cogido de la punta de mi corazón. Allá me fui lejos para estirar su cuerda para que se rompa. Allí me estaba donde nadie la conocía pero los paisanos vieron en mi cara su marca y sentí su compasión silenciosa. Ya me había tocado el olvido antes y subir a la sierra las ahoga. ¿Adónde más me iba ir?
¿Porque será que el recuerdo da frio? Entonces me abrigaba sentado, con los paisanos, codo a codo, en redondel, en medio del patio, charlando hasta que Don Ccallo dio la orden de salir. El cielo estaba claro, azul, en contraste del amarillo de las paredes de la casa y el plomo de las calaminas del techo. De a pocos iban saliendo, los cholos y las cholas, con sus ropas de azul o plomo o marrón, saludándose como si no se hubieran visto un buen tiempo, marchando por la calles con sus cabezas bombeadas. Caminamos en patota, con las mantas de colores luciendo pardas bajo el cielo alumbrado por una luna fosforescente que hacía a la oscuridad bien clara. Llegamos al colegio Chucahuacas y la tropa se desbordó entre la cancha de fútbol y el patio principal de la escuela. Don Choquehuayta nos recibió con una caja de cerveza. Nos emparejamos rápidamente con los demás mientras que la cholada se desgañitaba cantando acompañada de una estudiantina de guitarras, charango, acordeón:
Cholas bonitas todas
los cholos bravos somos
lazo seguro carajo;
nadie nos pisa el poncho
linda cholada mía
alegre como el cha
rango
Bailando, agarrado de las manos curtidas de las cholas, rozando nuestros cuerpos, estrujaba mi alma con su ternura y su vivificante serenidad. Me acunaban en sus brazos, ellas que son una con la naturaleza y yo uno con ellas.
Y al abrigo de la comunidad y su cálida solidaridad mi pena se iba disipando al sentirme parte de la cholada.


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