I
Empecé mi
jornada por esta tierra en los años 50 del siglo XX. Todo parecía en calma en
los dominios del Perú.
Dicen que cuando
vine al mundo tenía los ojos abiertos como canicas. No recuerdo, no sabía que
eran ojos. De donde venía no los necesitaba. Solo sé que veía manchas, luces y
sombras. Solo comencé a escuchar.
Escuché los usuales cumplidos que dan
a los bebes cuando nacen, “que lindo, que preciosura, que hermoso”. Para mí los
halagos eran “tiene ojos de toro loco”, “que cabezón”. Pero lo que parecían
defectos llegaron a ser mis armas, las herramientas con que iba a enfrentar el
mundo.
Los ojos grandes
como bolas de boliche me sirvieron para ver más y con más detalles y la cabeza
ciclópea que se bamboleaba en mi pobre cuello la usé para pensar y guardar mis
millones de pensamientos en el cerebro. Pero algo que no era físico, que la
gente no podía saber que llevaba conmigo era el sentir. Saber cosas para mí era
sentirlas. Yo era como una ameba que con su envoltura intercambiaba información, estímulos
que se convertían en sensaciones que me hacían conocer mi realidad. Podía saber
cuándo me querían solo con sentir la forma en como me colocaban en la cuna,
como me arropaban, delicada o bruscamente. A los tres años ya sabía lo que era
pobreza con solo verla que era injusticia con solo sentirla y sufrimiento con
solo tocarla.
Vivía con mis
padres y siete hermanos en los alrededores de la ciudad donde se alojaban miles
de provincianos que empezaban a sitiar a Lima después de más de 500 años que
Manco Inca la sitió por primera vez. Así como en la Colonia los peruanos
se diferenciaban según el grupo social al que pertenecían, en el presente dependían
del dinero que tenían.
En la Plazuela
Manco Cápac frecuentaban diferentes grupos sociales que a los 4 años podía
reconocer fácilmente.
-No te juntes
con los zambos del cuarto piso y anda a comprar carbón donde Takeo, el japonés
de la esquina.
-Los serranos de
enfrente ya pusieron sus huaynos desde las 5 de la mañana.
-¿De dónde le
habrá salido gringa a la hija de la Paredes?
-Vino con esa
criatura después que abandono a su esposo quien dijo que nunca la recibiría y
¿ya ves?
Pero ¿yo que
era? No era gringo, no era chino ni japonés. Tampoco era azul ni zambo. ¡Yo que
sé!
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