miércoles, 10 de junio de 2020

¡Guíame Mabel! - I


I
Empecé mi jornada por esta tierra en los años 50 del siglo XX. Todo parecía en calma en los dominios del Perú.
Dicen que cuando vine al mundo tenía los ojos abiertos como canicas. No recuerdo, no sabía que eran ojos. De donde venía no los necesitaba. Solo sé que veía manchas, luces y sombras. Solo comencé a escuchar.
Escuché los usuales cumplidos que dan a los bebes cuando nacen, “que lindo, que preciosura, que hermoso”. Para mí los halagos eran “tiene ojos de toro loco”, “que cabezón”. Pero lo que parecían defectos llegaron a ser mis armas, las herramientas con que iba a enfrentar el mundo.
Los ojos grandes como bolas de boliche me sirvieron para ver más y con más detalles y la cabeza ciclópea que se bamboleaba en mi pobre cuello la usé para pensar y guardar mis millones de pensamientos en el cerebro. Pero algo que no era físico, que la gente no podía saber que llevaba conmigo era el sentir. Saber cosas para mí era sentirlas. Yo era como una ameba que con su envoltura intercambiaba información, estímulos que se convertían en sensaciones que me hacían conocer mi realidad. Podía saber cuándo me querían solo con sentir la forma en como me colocaban en la cuna, como me arropaban, delicada o bruscamente. A los tres años ya sabía lo que era pobreza con solo verla que era injusticia con solo sentirla y sufrimiento con solo tocarla.
Vivía con mis padres y siete hermanos en los alrededores de la ciudad donde se alojaban miles de provincianos que empezaban a sitiar a Lima después de más de 500 años que Manco Inca la sitió por primera vez. Así como en la Colonia los peruanos se diferenciaban según el grupo social al que pertenecían, en el presente dependían del dinero que tenían.
En la Plazuela Manco Cápac frecuentaban diferentes grupos sociales que a los 4 años podía reconocer fácilmente.
-No te juntes con los zambos del cuarto piso y anda a comprar carbón donde Takeo, el japonés de la esquina.
-Los serranos de enfrente ya pusieron sus huaynos desde las 5 de la mañana.
-¿De dónde le habrá salido gringa a la hija de la Paredes?
-Vino con esa criatura después que abandono a su esposo quien dijo que nunca la recibiría y ¿ya ves?
Pero ¿yo que era? No era gringo, no era chino ni japonés. Tampoco era azul ni zambo. ¡Yo que sé!

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