III
Se asume que los niños no entienden ni comprenden lo que ven. Los
adultos los ven como animalitos que quieren comer, dormir y que los acompañen
porque no les gustan estar solos. Pero no es así. Saben lo que ven, la carita
que ponen es de asombro, no de desconocimiento.
A los tres años escuché una la discusión que tenía mi madre con mi
padre, ella le increpaba que mi padre se había metido con la empleada de la
casa. La discusión tuvo lugar en la noche mientras yo estaba en mi cuna. Mi
padre lo negaba a pesar que la muchacha lo encaraba. Años después le pregunte a
mi hermana mayor si recordaba esa escena.
-No, para nada.
Finalmente le pregunté a mi madre.
- ¿Cómo recuerdas eso si eras tan pequeño?
-Lo recuerdo claramente.
-Es verdad, tu padre se metió con la muchacha.
Una vez me llevaron a la casa de una tía,
hermana de mi padre, un poco tiempo después del incidente con la muchacha.
Recuerdo que en ese instante estaba mi tía con una sobrina por parte de su
esposo. Ella era ya un poco mayor. Parece que no había nadie más en casa y que
ellas me estaban cuidando. En un momento mi tía tuvo urgencia de ir al baño.
Fue allí con su sobrina, yo las seguí. La sobrina comenzó a adornarse frente al
espejo mientras mi tía, frente al retrete, se bajaba su ropa interior antes de sentarse para orinar. Yo me quede
mirando sus genitales rodeados de vello oscuro, negro. Estaba asombrado, no por
ver sus partes íntimas, sino el hecho de que no respetara mi individualidad,
pues yo no quería ver eso. Mi tía me miró a los ojos por un instante. Seguro pensó
que yo era como un perrito curioso o, si ella creyó que yo me daba cuenta de lo que estaba viendo, pensó que al final yo lo olvidaría todo. Terminó y se secó con
un pedazo de papel higiénico y luego las dos mujeres se acicalaron frente al
espejo.
No se puede culpar totalmente a los adultos de
estos desatinos. Hay que considerar que la cara de tontos o inocentes que
tienen los niños ayuda a que los mayores no sepan que los estamos “viendo”.
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