martes, 7 de noviembre de 2023

¡Guíame Mabel! - LXI


 

Fui a ver a Sebastián pues necesitaba que me hiciera un trabajo. Llegué a su casa, de apariencia modesta en un barrio humilde. Toqué la puerta y me abrió Sebastián. Se que se sorprendió de verme.

(¿Qué hace aquí? ¿Por qué habrá venido?)

Eran preguntas que se le cruzaron por la mente. Es verdad que no debería de acercarme a él, después de lo que sucedió. Pero fui, no por fresco ni inconsciente. Algo dentro me animó a hacerlo.

-¡Hola Sebastián! -dije con naturalidad, como si no nos hubiéramos dejado de hablar después de nueve años.

No espere que me respondiera.

-Quería que me ayudaras a cortar y pintar este mástil de bandera.

Había llegado con una bandera de cuatro o cinco metros y un pendón multicolor.

-Pasa – me dijo seriamente.

Entramos a la sala, pequeña, con muebles desgastados, piso con losas descoloridas y pintura de las paredes envejecida. Me senté en un sofá desvencijado y le comencé a explicar qué exactamente necesitaba. De pronto se me acercaron dos niños, un varoncito de 8 o 9 años y una niñita de, talvez de tres. La niña se me trepó queriendo que la cargara. El niño me hablaba de juegos que le gustaba. Sentí que todo ese peso de criar a dos hijos, huérfanos de madre debía de ser muy duro para Sebastián, teniendo que trabajar en su casa para cuidarlos, pero perdiendo la oportunidad de visitar o buscar nuevos clientes.

Sebastián no me dijo que me iba a ayudar, pero tampoco que no, pero sentí que estaba dispuesto.

Ya los chicos tenían que comer y Sebastián les ordenó que sentaran en una mesa de mantel de plástico raído. Quise llevar a la niña a su silla cuando de pronto, de una habitación aledaña a la sala, que era el único dormitorio de la casa, salió una mujer que se sentó al lado de los chicos. Nadie la vio, ni siquiera Sebastián. Todos actuaban como si esa mujer no existiera, pero yo si la vi.

-Y … ¡eras tú! Serena y callada, ¡eras tú! Te reconocí, a pesar de tu ropa antigua. Tú, al lado de tu familia, de tu esposo y de tus hijos. Nunca los abandonaste, siempre viste por ellos. Y me alegré profundamente por ello, pero sin saber porque, también me entristecí.

 

viernes, 3 de noviembre de 2023

Gordon Lightfoot - If You Could Read My Mind. Si pudieras ller mi mente

 
If you could read my mind. Gordon Lightfoot, 1970

El arpegio de la guitarra al inicio de la canción nos trae un humor de melancolía, una nostalgia dulce que nos entrega a la voz que revelará una historia de fantasma e encantamiento, de una cruel soledad y castigo. Y es por intermedio del cuento, la forma simple y arcaica que usamos para conocer la realidad de la existencia y las vicisitudes del corazón. Solo el cuento puede retrotraer las vidas pasadas que tuvimos y entrelazarlas con el presente. Así, la agonía de una ruptura se desglosa en tantas vidas, eternamente.


miércoles, 1 de noviembre de 2023

El futuro - Julio Cortázar

¡Guíame Mabel! - LX


Tengo que decirte que las canciones que les gustaban a mis padres, a fines de los cincuenta, sonaban sosas a mis oídos, siempre las relacionaba con antigüedad, atraso y estancadas en el tiempo. Por lo tanto, canciones de “La sonora matancera”, “Los Panchos”, “Pedro Armendáriz” y una retahíla más de intérpretes de aquel tiempo me disgustaban. Y ni hablar de los géneros musicales como guaracha, mambo, bolero o son cubano, olían a naftalina, como la ropa que usaban los mayores. Desde ese entonces esa música y el contenido de sus letras estaban guardadas en el arcón donde se almacenan los trastos olvidados de la vieja generación que se olvida.

Por otra parte, me he deleitado en dedicarte canciones de mi generación, entre poemas y cuentos que usualmente te escribo. Muchas veces me he preguntado si tiene sentido hacerlo sabiendo que tú lo sabes todo lo que está dentro de mi corazón. Pienso que lo que hago se torna redundante. Lo hago por obsequiarte algo bello, aunque la mayoría de las veces no lo logro, pero lo hago con mi mejor esfuerzo para que sepas lo que siento por ti. En verdad, no sabía cómo lo tomabas.

Hace dos días desperté súbitamente y en mis sienes retumbaba el titulo una canción: “Escríbeme”. La voz que la cantaba era de una mujer y la melodía era de un bolero. Ya había escuchado esa canción antes, en la época de mis padres, cuando en la radio les gustaba escuchar esas canciones pero que a mi tanto me desagradaba. Era cursi,  con exceso de sentimentalismo, con versos toscos como “aunque sea con borrones”. ¿A quién se le ocurriría componer un tema así, ahora?

Entonces, me pregunté, ¿Qué hace esa canción en mi cabeza? Canción que había quedado tan lejana en el tiempo. Solo tu podías habérmela plantado y era la respuesta sutil a mi interrogación ¿te gusta que te escriba?

-Si …

Son tus cartas mi esperanza

mis temores, mi alegría

y aunque sean tonterías

escríbeme, escríbeme.

 

Tu silencio me acongoja

me preocupa y predispone

y aunque sea con borrones

escríbeme, escríbeme

 

Me hacen más falta tus cartas

que la misma vida mía

lo mejor morir sería

si algún día me olvidaras

 

Cuando llegan a mis manos

su lectura me conmueve

y aunque sean malas nuevas

escríbeme, escríbeme…

 


jueves, 26 de octubre de 2023

¡Guíame Mabel! - LIX



Andábamos en parejas por la acera izquierda de una calle de casas de dos pisos, de estilo colonial. Las casas estaban bordeadas por un seto que alcanzaba nuestros hombros. Al frente de las casas, a nuestra derecha se desplegaba un bosque de altos pinos. Yo iba de la mano de mi esposa, tú y tu esposo caminaban delante. Sería fines de otoño pues vestíamos sacones y pantalones de lana, azul marino y negro. Hablábamos caminando, comentando de cosas. Yo iba detrás de ti y ansioso, me afanaba por verte, como si no lo hubiera hecho por años, como si te hubiera extrañado una vida, pero no pude. Después de andar un rato ideé una pregunta que requería que me miraras. Me preparé para verte, me puse mi mejor y mas encantadora sonrisa para recibirte. Te volteaste rápidamente, pero, ¡oh sorpresa! lucías otro rostro, tan contrastante con el tuyo. Nosotros frisábamos los cuarenta, pero tú volteaste con la cara de una mujer de setenta, con cabello cano, incluso las cejas, con tez clara adornada con arrugas. Y me miraste desafiante, como queriendo decir …                                                                            

  -Me quieres ¿no? A ver si me quieres asi.                                                                          

Querías derrumbar el gusto y amor que tengo por ti, pero ¡sorpréndete! yo no corregí ningún gesto ni varié ningún músculo de la sonrisa afable y cariñosa que te acogió, porque … sabía que eras tú.