jueves, 19 de marzo de 2020

Aquí todos los limeñitos lloran




Estábamos yendo a Pucallpa, a la selva central. Nos habían invitado a su cumpleaños el director del Centro de investigación agropecuaria. Viajábamos en un ómnibus interprovincial los integrantes del grupo folclórico, de los “tocachines”. A mi lado estaba Chullo, adelante Davis “el colorado” y “Charango”. Al frente tenía a Héctor y a su lado a Norka. Era de noche, todo estaba oscuro y se sentía como el camino zarandea al ómnibus. Hilos de agua corren por el pasillo. Mis botas de montañista me protegen de mojarme los pies. Cruzo los brazos para abrigarme, pero tengo frio. Y empiezo a tiritar.
- Que pasa hermanito? Me pregunta Chullo.
- Tengo frio. ¿Dónde estamos?
- ¡En Cerro de Pasco, aquí todos los limeñitos lloran! ¿Lo ves? Y rio como siempre, con su risa de vizcacha.
Empecé a sentirme calenturado, el ómnibus seguía bamboleándose como un bote a punto de naufragar. El agua seguía entrando y empezaba a hacerse charcos. No iba a llorar, pero, ¡qué mal me sentía! Me encogí en mi asiento mientras buscaba en mi casaca sin cuello donde meter mi garganta. Me abracé más fuerte.
- ¿Qué te pasa hermanito? ¿Tas bien?
- Me siento mal Chullo. Creo que ya me dio la fiebre. Se desenredo su chalina del cuello y me la dio,
- Abrígate con esto hermanito.
Y extendí el brazo y abrí mi mano como se recibe una limosna. Chirriando los dientes le dije
- ¡Gracias Chullito!
Vi su sonrisa petrificada y recordé el huaco retrato de la cultura Mochica. Chullo tenía una sonrisa delineada, esculpida en arcilla. Pero en ese instante me di cuenta que su sonrisa, era una sonrisa para él. ¡Si! Chullo sonreía para sí mismo y nosotros teníamos la gracia de experimentarla. Chullo no nos regalaba una sonrisa, no nos daba su sonrisa, la compartía.
¡Que Chullo!

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