Vivíamos en un
mundo dentro de otro mundo.
Y nuestro mundo tenía
su propio códice de conducta, formas de comunicación y una identidad e ideal
que compartíamos todos nosotros. Lo que indiscutiblemente nos unía era el amor
y la práctica de las expresiones artísticas de la cultura andina. Fundamentalmente
compartíamos una forma de ver el mundo. La mayoría de sus miembros eran
migrantes de casi todas las regiones del país. Venían de las variadas comunidades
que han existido antes de la colonización europea y aun antes de la conformación
de la nación moderna llamado Perú. Eran los que originariamente mandaron pero que
devinieron en dominados. Esas comunidades preservaron sus costumbres
ancestrales a pesar que el Perú oficial dominante les imponía una diferente organización
social, política, económica y cultural
Entonces, como
hormigas, los integrantes de ese mundo se esforzaban y se multiplicaban por
llevarse a cabo los eventos donde se cultivaban las tradiciones andinas. Las
familias de migrantes preservaban las costumbres de sus comunidades a través de
fiestas, eventos, ceremonias cívicas y religiosas. Todo ello requería el acopio
de infinidad de equipo y vestuario para cada danza. Para una danza comúnmente se
requería siete a ocho accesorios para el varón, como sombrero, pañuelo,
chaleco, faja, pantalón, zapatos, pañuelos de mano. Para las mujeres necesitan otro
tanto, como sombrero, pañal, maquitos, cotón, faja, fustán y zapatos. Todo eso
de una sola danza y el número de las danzas que generalmente se practicaba eran
cien.
El acarreo del vestuario,
para por lo menos cuatro parejas por actuación, el transportar a los músicos ejecutantes
de la música vernácula, exigía movilizarse por los diversos municipios de Lima.
Las líneas de transporte de ese material cruzaban la ciudad de norte a sur y de
este a oeste, principalmente los viernes sábados y domingos, desde que amanecía
hasta el amanecer del nuevo día.
Chullo era uno
de los encargados de esa tarea. Cruzaba varias veces el damero de Pizarro, la
parte posterior del Palacio de Gobierno. De allí hasta La Parada, a Breña, el
teatro Pardo y Aliaga, el Teatro Municipal, muchas veces localidades como
Vitarte y aun hasta Naña y Atocongo. Luego de terminar las actuaciones, Chullo
tenía que hacer todo de vuelta, pero al revés.
Un lunes lo encontré
a la una de la madrugada en su cuarto en la Plaza Unión, recostado en su colchón
de paja, medio muerto de cansancio. Noté que se había sacado los
zapatos y un calcetín aparecía en la entrada de su cuarto.
- Chullo, ¿Que
hace tu media allí? –Le pregunté.
-Descansando.
- ¿De tu pie?
-De mi zapato.
-Se ha
arrastrado hasta allí, agonizante, con la lengua afuera.
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