domingo, 4 de febrero de 2018

Andrea Bocelli Time To Say Goodbye (por ti Volare) Subtitulado en Español



“Hora de decir adios”, en italiano "Con te partirò" y en inglés "With you I leave", es una canción italiana escrita por Francesco Sartori, la música y Lucio Quarantotto, la letra. Primero fue interpretado por Andrea Bocelli en el Festival de San Remo de 1995 y grabado en su álbum del mismo año, Bocelli. El sencillo se lanzó por primera vez como sencillo A con "Vivere" en 1995, encabezando las listas, primero en Francia, donde se convirtió en uno de los singles más vendidos de todos los tiempos, y luego en Bélgica, rompiendo el récord de todos los tiempos ventas allí.
Una segunda versión de la canción, en parte en inglés, lanzada en 1996 como "Time to Say Goodbye", emparejó a Bocelli con la soprano inglesa Sarah Brightman, y logró un éxito aún mayor, encabezando las listas de toda Europa, incluida Alemania, donde se convirtió en el sencillo más vendido de la historia. Brightman y Bocelli produjeron una versión con Brightman cantando en alemán y Bocelli en italiano. Esta sola versión ya ha vendido más de 12 millones de copias en todo el mundo, por lo que es uno de los sencillos más vendidos de todos los tiempos.
Letra.
La letra habla principalmente de una partida, en compañía, de una marcha hacia otros confines desconocidos, navegando los mares. Pero luego se menciona que esos lugares ya no existen más. ¿Cómo puede ser? A menos que el viaje fuera en otra condición y la jornada sea a otra realidad donde el espacio, los países como los conocemos no existen, que ocurre con la muerte. Entonces, no es extraño que esta canción sea entonada en funerales. Pero también puede significar una canción de amor, cuando dice “no hay luz cuando no estás aquí conmigo”, “… mi corazón al cual tienes acceso”, “contigo partiré”. Por ello, algunas novias piden que este tema sea tocado en sus bodas.



Epifanía


martes, 30 de enero de 2018

Scarborough


Buscaba una casa para vivir en Virginia, a donde se había mudado recientemente. Huía de Arizona, donde le predijeron que moriría. Si, se salvó de un asesinato y de un accidente por un pelo o por una intuición porque el también sentía que su vida corría peligro.
Charlottesville, la ciudad  donde ahora vivía era pequeña pero pintoresca, con colinas y exuberante vegetación. El clima era benigno, cálido en verano y con un invierno de uno o dos días de nieve por temporada. Para él, el otoño era la estación más bella, con sus millones de hojas que viajaban corto de los arboles al suelo. Era una maravilla ver la variación de color, del verde al rojo, al amarillo, al naranja y al marrón.
Estaba dando vueltas con su auto cuando tomó un camino que le llevó a las afueras de la ciudad. Para dar la vuelta se metió a una pequeña calle llamada Scarborough. De una manera instantáneamente se acordó de la canción que con obsesión le gustaba escuchar en su juventud, “Scarborough Fair”. Seguro la había escuchado más de mil veces. La calle no tenía salida y terminaba en una rotonda pero al pasar por una casa de tres pisos tuvo una reminiscencia, como si la hubiera visto antes o como si la hubiera soñado.
-En esta casa quiero vivir –se dijo.
El inmueble era de estilo colonial inglés. Tenía un jardín en frente, con unos escalones para acceder a la entrada. Pero no estaba a la venta y si hubiera estado a la venta lucía cara. Aun así, la quería pero no la pudo obtener… todavía.
Pasó un año cuando un agente de bienes raices le avisa que la casa estaba en venta. La dueña era una señora que había ganado la lotería dos veces y había comprado el inmueble al contado. Parecía imposible que la perdiera pero increíblemente la señora entró en quiebra y tenía que venderla. Dos veces la sorprendió frente a la que fue su casa, mirándola apenada. Sintió compasión por ella pues imaginó los gratos momentos que vivió allí como para hacerla aferrarse sentimentalmente a algo que no era ya más de ella, pues él ya la había comprado.
Y disfrutó muchos años de su vida allí, como si siempre hubiera sido su casa.
Pero un día buscando una canción en el internet encontró un tema que de fondo tenía un cuadro de una calle en una tarde lluviosa. Las casas a los lados, con jardín y faroles, lucían como del tiempo de los cuarenta, cuando los autos se encendían con manizuela. Estaba absorto contemplando el cuadro cuando una fuerza que recorrió su brazo le hizo alargar la mano hacia la pintura. Sus dedos rozaron el monitor de la computadora y en una infinita fracción de tiempo atravesó el espacio entre él y la pantalla del ordenador y se sumergió en el cuadro. Estando allí sintió la lluvia caer sobre su rostro. Caminó por la acera, se acercó a una casa, en el lado izquierdo de la calle, todo le era conocido, como si hubiera vivido allí. Percibió nostalgia y alegría. Y sintió la inocencia como cuando era joven y tenía un  corazón transparente donde crecía el amor perenne y  vivía la vida con todo su esplendor.
-¿Por q siento que he vivido aquí de niño y aun de viejo? – Se preguntó.
Acarició el dintel de la puerta, el marco de las ventanas, el pasto del jardín y la corteza agrietada del árbol frente a la casa que sintió fue un día suya. Esto lo conmovió.
 Pero al rato se alegró.
-¡Ya se! Le diré a todo el mundo que volví- se dijo para sí mismo.
Entonces se puso a caminar feliz por la calle brillante y mojada que se perdía en el fondo del cuadro.

                                         *******************



domingo, 21 de enero de 2018

Virginia


                                                
La conocí en El Paraíso, en un recodo de la playa. Tenía una figura tan frágil que sus pies descalzos apenas dejaban alguna huella en la arena. Su piel bronceada era acariciada por un lino blanco que el viento ondulaba sobre su cuerpo, que descubría provocativa sus dorados muslos.
—Hola. ¿Cómo te llamas? —le pregunté.
—Me llamo Virginia, pero aquí me conocen como Reyna — me dijo, y yo le creí. Perdí el habla por un momento y solo me quedé mirándola. El delirio fue verla trotar a la vera del mar sobre un alazán brioso, como una amazona, cuando las mujeres reinaban sobre la tierra.
Le dije que quería ser su vasallo o su caballero, si ese don me concedía y rió de pura gracia. Era un gusto ver sus aperlados dientes brillar en cada sonrisa que esgrimía. Era una delicia apreciar cada mohín, cada mueca que hacía su boca sensual. Pero lo que más me turbó y conmovió de ella fue una extraña sensación de beatitud, de santidad, de divinidad que expelía su ser. Y me daban ganas de reverenciarla, de adorarla y rendirle mi devoción. Y no era su actitud la que la provocaba, pues era fraternal criatura, sencilla, sociable y sincera. No, era un halo que se desprendía de su interior y que me atraía hacia lo profundo de su ser; tocaba mi corazón y me causaba una paz celestial. Y mi corazón, como un ruiseñor en sus manos, temblaba agitado de tanta bondad. Me sentía un santo a su lado.
Nada más al día siguiente la llamé a su casa.
— ¡Hola! Te habla Josep. Nos conocimos ayer en El Paraíso —le dije.
—¡Hooolaa! —me respondió— ¡Qué sorpresa!
Su voz sonó cantarina y musical, tan suave y tierna, sus palabras se deslizaban por un imaginario pentagrama en mi cabeza.
—Disculpa que me atreva a llamarte así, sin permiso y de improviso.
—No te preocupes y gracias por llamarme. Pero tengo que decirte algo desde el principio, pues quiero ser sincera. Soy casada y tengo dos niños.
—Perdona; no quiero importunarte ni causarte problemas.
—No te preocupes, quería que lo supieras; por lo demás, me da mucho gusto que me hayas llamado. Me gusta tener amigos.
—Gracias. Solo quería decirte que la pasé muy bien ayer y me sentí muy encantado de conocerte y… que… pues, que eres muy bella, si puedo decir eso.
—Gracias por el halago, que si me hubieras dicho que era fea, eso si hubiera sido censurable.
— ¿Cuándo volverás a El Paraíso?
—No estoy segura cuándo; pero… de seguro me gustaría.
—Espero volverte a ver pronto.
—También yo.
Y me despedí de ella extremadamente emocionado. Estuve midiendo mis palabras todo el rato, conteniendo el aire, para sentir su respiración, para escuchar nítidamente su entonación. Me gustaba esa voz, esa dulce voz melosa, tersa, acariciante. Esperé tres días antes de volverla a llamar. No quería traspasar fronteras ajenas, límites prohibidos. Por eso, pensé bien a qué hora llamar, qué decir, qué impresión dar, qué excusa argüir.
Armándome de un valor que hablando con ella se desvanecía, marqué su número. — ¡Hola! ¿Cómo estás? Soy Josep.
— ¡Hola! ¿Cómo te ha ido?
— ¡Muy bien! —Exageré la entonación —Quería saber cómo estabas.
—No muy bien. Fíjate que en estos últimos días no me he sentido muy bien. Tuve un acceso de asma que no me dejaba respirar bien.
—Lo siento mucho —dije apenado. Su voz se oía enronquecida— Espero que no sea grave y que estés mejor pronto.
 —Bueno, ya me pasó la crisis y me siento un poco mejor.
— ¿Sabes? Desde ese día no dejo de pensar en ti, en lo bien que lo pasamos y de lo mucho que anhelo volver a verte.
—No sé cuándo estaré del todo bien para volver a salir.
La dejé. Me quedé apenado, deseando profundamente que se aliviase pronto. Al día siguiente retorné a El Paraíso más que nada para recordarla, para imaginar la silueta de ella hollando la arena con sus pies descalzos. Y caminé los mismos pasos, anduve por las mismas pisadas dadas. Y hablé y gesticulé, y repetí el diálogo que tuvimos, usando las mismas palabras dichas antes. Y así estuve hablando a las sombras que aún permanecían allí. Y amé la arena y la playa y el sol y el cielo del paraíso. Al salir, caminé por una estancia donde estaban guardados recordatorios de eventos y trofeos diversos de torneos de equitación. En un marco descubrí su foto recibiendo un premio que rodeaba con sus desnudos brazos. La desprendí y me la llevé.
Pasaron los días y aún mantenía intensamente su recuerdo en mi mente. Revivía las imágenes de Reyna en mi mente y me placía escuchar su voz una y otra vez en mi oído. Algo me atraía hacia ella y no podía definir qué; algo que me henchía de vida y me hacía sentir pleno y total.
La llamé a la semana siguiente, después de haber sufrido la angustia de quererla callada, silenciosamente, sin que ella, el origen de mi angustia, lo supiera. Pero no iba a ser así más.
—Tengo que confesarte algo… y es que siento por ti algo extraño que vive dentro de mí desde que te vi, pero que no sé definir. Creo que si dijera que te amo sería insuficiente. Ruego por favor que no me cuelgues por haberte dicho eso.
— ¡Me sorprendes! Pero no te voy a colgar.
—Es que no puedo ocultar más este sentimiento.
—Pero… es que te he contado mi situación y lo que me dices…es ¡inesperado!
—No te digo por algo, por algo a cambio. Solo quería que supieras que el pensar en ti me infunde una fuerza vivificante y hermosa que hace grata mi vida.
—De verdad, aprecio lo que dices y te doy las gracias; pero…
—Es que quiero que sepas que algo parte de ti… y se introduce en mi pecho, hondo y profundo… que traspasa el amor y la pasión y me hace sentir… vida, vida desconocida, tenue y leve pero poderosa y real y que no puede venir más que de tu espíritu.
—Dices cosas lindas y maravillosas. De verdad estoy agradecida por tus palabras. —Es algo que me impulsa desde adentro a decirlas.
— No sigas que me da pena.
—Te contaré que tengo tu foto. La encontré en El Paraíso.
— Imagino de donde la tomaste.
—Sí, me paso el tiempo viéndola. Me dan ganas de ponerla en un altar y adorarte como una virgen, como a la virgen María.
— ¡Qué extraño!
— ¿Por qué? Así es como te siento… como la virgen.
—Yo hacía el papel de la Virgen María en el colegio… todos los años.
— ¡Pero si eres una virgen!
—Gracias; pero no soy una santa.
— ¡Me alegra que no lo seas!
—De verdad, otras personas me han dicho eso.
— ¿Qué?
—Que me parezco a la virgen María.
—Eso prueba que digo la verdad.
— ¡Que coincidencia!
Y sin saber por qué y para qué, le dije
— Tú tienes una figura de la virgen en tu casa.
— ¿Ah?
—Una estatua de la virgen, en tu casa.
— ¡Sí! ¡Es verdad! Es verdad. Es inmensa, de tamaño natural y está en el patio interior junto a un pequeño jardín...
—Que da a tu cuarto…
— ¿Cómo lo sabes?
— ¡No lo sé!... solo lo dije.
— ¡Qué extraño!... ¡Me asusta!
—Tal vez solo lo presentí…
Y así, olvidé este hecho. Y así, fácilmente aceptamos algo sobrenatural, acaso porque en el fondo se acepta como parte constitutiva de la realidad. Es de ese modo que se olvida la visión de un fantasma, unos objetos que se mueven, unas voces que nadie más escucha, el tintinear de campanitas en la soledad…
Tres veces toqué la puerta. Ella abrió.
—Josep, ¿qué haces aquí?
—Pasaba por aquí y decidí visitarte. Discúlpame si te importuno.
—No, entra.
—No pienses que soy un insensato por venir a verte así, de pronto. Es algo mucho más fuerte que mi voluntad, que me llama a desear verte, a pensar en ti y quería decírtelo como un desahogo, para ver si así se aquieta mi alma.
Allí la tenía, frente a mí. Su menuda figura, tan delicada, tan tenue su presencia, pero que abarcaba tremenda energía, me atraía.
—Quería que sepas cuán necesitado estoy de ti… ¡Sí!... ¡te necesito, necesito de ti! Hoy que me duele vivir. No más tú, tan divina… angelical… como la virgen, puede reconfortar esta alma desolada.
Acerqué mis labios a su pálida mejilla y, rozándola suavemente, la besé.
—Solo quería sentirte cerca... y embriagarme en tu aliento.
Y mis labios volaron hacia la otra mejilla.
—Porque eres tan divina.
Y deslicé mis labios hacia el nacimiento de su boca y le di un beso.
—Eres tan vital.
Y mis labios acariciaron su rostro, bordearon su lineal nariz y abrigaron sus párpados cerrados y entibiaron su pálida frente. Mis brazos se extendieron y abrazaron su cuerpo inerme, quieto. Mis manos se entrecruzaron en su cintura mientras mi boca descendía por su leve y vencido cuello. Ella empezó a temblar como gacela en las garras de un león, conteniendo su respiración, mientras que mis dedos buscaron su cálida piel bajo la blusa discreta. Mi boca lamía el dorso de su cuello y mis manos alcanzaron sus tibios pezones cuando un suspiro quedo, inaudible, casi escapó de su boca. La llevé hasta su habitación, la tendí sobre el lecho y, desnudándola suavemente, besé todo su cuerpo. Me sentí extasiado, emocionado hasta el límite de la conciencia. Fue mi amor ola amenazante y tormentosa que golpea sucesivamente la playa para convertirse lentamente en quieto remanso. Más en la penumbra del sueño, la voz de ella me inquirió permanecer.
—No te levantes, ahora. Yo…
Y ella se alzó sobre mí. Sus manos descendieron hacia mi vientre y tomaron una flor, cálida y rosa, sus dedos recorrieron su largo pistilo, la acercó a su rostro, la acarició con sus labios, murmurándole, hablándole suave. Estuvo un largo rato, un atemporal instante, poseyendo, dominando, enloquecida, poseída, trastornada. Luego se levantó. Incrédulo, busqué su mirada. Ella, desnuda toda, frente a mí, me miró de soslayo, mostrándome toda su perfilada y blanca desnudez. Su rostro reflejaba un  angelical placer. Me retiré aún ido, flotando en el aire.
Saliendo de la casa, mi vista de pronto tropezó con la presencia imponente y majestuosa de una virgen en su pedestal, que esquivaba mi mirada inclinando sus ojos entrecerrados hacia el suelo, humildemente, avergonzada. La visión me encegueció, el aurea de la marmórea imagen me estremeció.
Compuesto, me alejé tambaleante, con una extraña sensación de gozo y… de haber pecado.

Joan Osborne One Of Us Subtitulado Español Inlges

viernes, 19 de enero de 2018

OTRO DIA MAS SIN VERTE - JON SECADA (Subtitulado)



Juan Francisco Secada Martínez es un cantautor nacido en La Habana, Cuba el 4 de octubre de 1962. Es más conocido como Jon Secada. Fue criado en Miami, Florida, Estados Unidos.
En 1991, el artista cambia oficial y legalmente su nombre por Jon. Al año siguiente, lanza su álbum debut en inglés como solista "Jon Secada", con el que tuvo mucho éxito, logrando vender 6 millones de copias y por el que obtuvo un triple disco de platino en Estados Unidos. A su vez, este LP logró ubicarse en el puesto 15 de la lista Billboard. Con este material, Jon Secada situó la canción “Just another” Day en el puesto 5 de los charts, así como tres temas más dentro del Top 30 de música pop “Angel”, “I'm free”, y “Do you believe in us”? Paralelamente sacó una versión en español de la misma producción bajo el nombre de “Otro Día Más Sin Verte”. Este disco se convirtió en número uno en las listas de éxitos de las radios latinas en 1992. De esta manera, Jon Secada obtiene su primer premio Grammy como mejor álbum pop latino.
La canción
Lo atrayente de esta canción es su ritmo, constante, pulsante llevada por el bajo que en un juego elaborado de ritmo sincopado, desde el principio al final de la canción y que junto con una perseverante percusión ayuda al tema a crear  la sensación monótona de los días que pasan, uno tras otro, sin nada que hacer.
La melodía expresa aflicción, pesar por la separación del ser querido. La introducción del piano sonando aisladamente, nos sumerge en la soledad del tema. El coro y el cantante entonan la letra, se juntan, se separan, a veces hacen unísono, como en una tragedia griega. Pero es la voz de Jon Secada lo que otorga drama a la canción, con su voz, que como un quejido, casi un grito, denuncia su desesperación y desosiego.

“Otro día mas sin verte” es una larga canción, de más de cinco minutos de duración pero que aun así, se podría escuchar incansablemente.