Buscaba una casa para vivir en Virginia, a donde se había mudado
recientemente. Huía de Arizona, donde le predijeron que moriría. Si, se salvó
de un asesinato y de un accidente por un pelo o por una intuición porque el también
sentía que su vida corría peligro.
Charlottesville, la ciudad donde ahora
vivía era pequeña pero pintoresca, con colinas y exuberante vegetación. El
clima era benigno, cálido en verano y con un invierno de uno o dos días de
nieve por temporada. Para él, el otoño
era la estación más bella, con sus millones de hojas que viajaban corto de los
arboles al suelo. Era una maravilla ver la variación de color, del verde al
rojo, al amarillo, al naranja y al marrón.
Estaba dando vueltas con su auto cuando tomó un camino que le llevó a las afueras de la ciudad. Para dar la vuelta se
metió a una pequeña calle llamada Scarborough. De una manera instantáneamente se
acordó de la canción que con obsesión le gustaba escuchar en su juventud, “Scarborough
Fair”. Seguro la había escuchado más de mil veces. La calle no tenía salida y
terminaba en una rotonda pero al pasar por una casa de tres pisos tuvo una
reminiscencia, como si la hubiera visto antes o como si la hubiera soñado.
-En esta casa quiero vivir –se dijo.
El inmueble era de estilo colonial inglés. Tenía un jardín en frente,
con unos escalones para acceder a la entrada. Pero no estaba a la venta y si
hubiera estado a la venta lucía cara. Aun así,
la quería pero no la pudo obtener… todavía.
Pasó un año cuando un agente de bienes
raices le avisa que la casa estaba en venta. La dueña era una señora que había ganado
la lotería dos veces y había comprado el inmueble al contado. Parecía imposible
que la perdiera pero increíblemente la señora entró en quiebra y tenía que venderla. Dos veces la sorprendió
frente a la que fue su casa, mirándola apenada. Sintió compasión por ella pues
imaginó los gratos momentos que vivió allí como
para hacerla aferrarse sentimentalmente a algo que no era ya más de ella, pues él
ya la había comprado.
Y disfrutó muchos años
de su vida allí, como si siempre hubiera sido su casa.
Pero un día buscando una canción en el internet encontró un tema que de
fondo tenía un cuadro de una calle en una tarde lluviosa. Las casas a los lados,
con jardín y faroles, lucían como del tiempo de los cuarenta, cuando los autos
se encendían con manizuela. Estaba absorto contemplando el cuadro cuando una
fuerza que recorrió su brazo le hizo alargar la mano hacia la pintura. Sus
dedos rozaron el monitor de la computadora y en una infinita fracción de tiempo
atravesó el espacio entre él y la pantalla del ordenador y se sumergió en el
cuadro. Estando allí sintió la lluvia caer sobre su rostro. Caminó por la acera, se acercó a una casa, en el lado
izquierdo de la calle, todo le era conocido, como si hubiera vivido allí. Percibió
nostalgia y alegría. Y sintió la inocencia como cuando era joven y tenía un corazón transparente donde crecía el amor
perenne y vivía la vida con todo su
esplendor.
-¿Por qué siento que he vivido aquí de niño y
aun de viejo? – Se preguntó.
Acarició el dintel de la puerta, el marco de
las ventanas, el pasto del jardín y la corteza agrietada del árbol frente a la
casa que sintió fue un día suya. Esto lo conmovió.
Pero al
rato se alegró.
-¡Ya se! Le diré a todo el mundo que volví- se dijo para sí mismo.
Entonces se puso a caminar feliz por la calle brillante y mojada que se perdía
en el fondo del cuadro.
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