martes, 14 de septiembre de 2021

¡Guíame Mabel! - XXXII


 

- ¡Me muero! – me dije.

De repente, sin aviso me fui apagando, mi energía se iba yendo y mi corazón latía despacio. Respiraba, pero sentía que la vida de mi cuerpo se estaba recogiendo al centro de mi pecho. Me entró una angustiante desesperación.

- ¡Necesito comer! – pensé.

Algo drenó mis fuerzas. Había tenido muchos tipos de dolores, pero nunca había sentido algo así, solo podía ser la muerte. Apurado me senté a la mesa tragando desesperadamente lo que había en un plato.

- ¡Salva tu vida! – deseé.

Al instante, como vino se fue esa sensación mortal. Mire la hora, 2:45, que bueno que tenía cita con el doctor.

Camino a la consulta su hermana me llama para decirme que Mabel había muerto.


-¡Me muero! – se dijo.

Ya había sentido esa sensación de desvanecerse un mes atrás, el de repentinamente entrar, en contra de su voluntad, a través de convulsiones en un sueño mortal.

-Cuiden a mis hijos – solicitó.

Pero luchó y venció esa vez. Pidió que rezaran por ella, algo que nunca había hecho, pues sintió que sus fuerzas no serían suficiente para vencer la muerte la próxima vez.

Trató de indagar porque tendría que morir. Los médicos desconocían la respuesta. En la víspera, en sus sueños, sus padres se acercaron a su cama. Eso debió decirle que su fin estaba cerca.

Durante mucho tiempo estuvo pensando en mí y soñaba que un día nos reuniríamos. En ese segundo final se abrazó a mi corazón por ayuda. Se dio cuenta que la vida la estaba abandonando ya.

-¿Dónde está Dios – se preguntó abatida.

Supo entonces que el Dios a quien se dirigía había decidido terminar sus días.

Y le vino, al último rezago de conciencia que poseía, el vaticinio que le hice y que temía se cumpliera.

-Nunca estaremos juntos.

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