sábado, 25 de marzo de 2017
viernes, 24 de marzo de 2017
Fundamento de los politicos
Los políticos en general basan el éxito de sus
mentiras y engaños en el pobre espíritu crítico y bajo nivel educativo de la mayoría
de la población.
jueves, 23 de marzo de 2017
Charango
Le
decíamos Charango porque gustaba llevar en una bolsa de yute, su charango de quirquincho,
terciado en la espalda, como un fusil.
Su
nombre era Lucho. Era casi pequeño y tenía un rostro de niño viejo. Era hijo de
un x-juez de Juli, la capital de Chucuito, en el departamento de Puno. Juli es
un pueblo más que todo aymara, al lado del lago Titicaca. Cuando Lucho me dijo
que era de Juli, pensé que era la abreviación de Juliaca. No le pregunté que
significaba Juli, por vergüenza de parecer ignorante. O por no ofenderlo, por
desconocer su pueblo. La verdad lo averigüe
después. EL nombre de Juli viene del nombre de un ave llamada Chulli o
Lulli. Juli fue el asentamiento del reino de los Lupakas, cultura anterior al
reinado Inka. Su padre quería que Lucho fuera abogado pero el eligió ser un
tira-vidas.
En
la clase de Materialismo dialectico de Sixto García, en la Facultad de Letras
de San marcos, Lucho lucía cara circunspecta y
reflexiva. Pero a mí me daba la impresión de que ponía la cara de niño
que escucha el sermón dominical en la iglesia. Pero Lucho era realmente un
mata-perro.
En
las noches, en las calles de Juli, Charango y sus amigos salían a “jugar” con
perros. El juego consistía en que se subían cada uno en una bicicleta con un
palo y manejaban por una calle donde había un montón de perros. Sabiendo que
los perros los perseguirían, gozaban apaleando a los que se les acercaban para
morderlos. Así que, era divertido verlos pedalear rápidamente para no ser
alcanzados por los perros y tener el chance de darles un palazo. La mayoría de
las veces, los perros salían perdiendo y se retiraban aullando lastimeramente
al sentir el sabor de un palazo en la cabeza.
Pero
una noche que salieron a golpear perros, un perro pequeño, flaco, chusco y feo
corrió como un cheetah y alcanzó a Juan Apaza, uno de los miembros de la banda.
Este le iba a dar un palazo pero el can se abalanza sobre su pierna y le clava sus
dientes de piraña en la pantorrilla.
-¡Agggggggg!
-Gimió Juan.
-¡Dale
con el palo! –Le gritaban los demás.
-¡Dale
con el palo!
Pero
Juan no atinaba a nada más que tratar de mantener la bicicleta derecha con las
dos manos porque ésta se iba en zig zag por todos lados. Y es que el perro ya
no corría, iba en el aire prendido de la pierna de Apaza y desbalanceaba la
bicicleta. Apaza, adolorido y quejándose, se salió de la pista y se metió por
un jardín donde había bastantes piedras y arbustos. El perro instintivamente se
soltó de la pierna de Apaza justo en el momento que la rueda delantera de la
bicicleta choca con una roca clavada en la tierra y la bicicleta frena en seco.
En una voltereta acrobática circense, la rueda trasera se vino hacia adelante, lo
que catapultó a Apaza de cara al suelo, haciéndole proferir un grito agónico.
Plantando sus cuatro patas en el suelo, los perros dejaron de perseguir a la
banda de mata-perros. Maldiciendo y recriminando se volvieron gruñendo corto, pero
orondos y orgullosos, con sus colas en alto. Y así, se sumergieron en la noche.
La
banda de los mata-perros no volvió por allí nunca más.
miércoles, 22 de marzo de 2017
martes, 21 de marzo de 2017
Manuelcha
Manuelcha entro último al grupo musical pero fue el primero que se
fue. Tocaba quena, antara, pinkuyo y hacia el coro. Era de Huancavelica, de mediana estatura, su
color era de barro, de tono arcilloso. Su cuerpo era compacto, las piernas
cortas, los brazos más largos. La espalda levemente encorvada y musculosa. Su cuello
era breve y su cabeza grande. Tenía el rostro una perenne actitud de queja. Sus
manos eran descomunalmente grandes, sus dedos alargados y nudosos, era una
estatua de Mérida. Cuando caminaba por la calles de Lima alzaba exageradamente
los pies, como ascendiendo pues estaba acostumbrado a subir cerros. Con un espíritu
vivo, vital, era realmente un supay huapasi tusak, un poseído por un wamani.
¡No, no! Este layqa no llevaba ni tijeras ni tampoco vestimenta
ornamental. Había caído a esta Lima a demostrar su condición de danzaq secular.
Y podría haberse traspasado el cuerpo con agujas y espinas y subirse a las
torres de la catedral. Pero desconocía el dolor y entre nosotros se hizo mortal,
para su mal.
Recuerdo la primera vez que te vi. Usabas tus ojotas de llanta,
pantalón pasa río y tu camisa kaki. Todo tu cuerpo estaba empaquetado de fibras
de músculos y tendones. Eras ostentoso e exultante, indio lleno de vitalidad y
alegría. Me hacías acordar al “Gigante de Paruro” de Chambi. Si, eras jovial y
risueño; talvez porque no te dabas cuenta que eras pobre y encima indio o
talvez porque te diste cuenta de todo eso pero entendías que no importaba nada.
Por eso eras más rico que nosotros, más íntegro y más sabio. Sé que muchos te
despreciaban, por tu condición de serrano y tu ignorancia de no postrarte. Al
contrario, te mostrabas cándido, orgulloso y altanero.
¿Recuerdas hermano cuando cantamos el “Aleluya” de Tomás Luis de
Victoria? ¿Y el “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara? Éramos muy jóvenes y sin
saber solo presentíamos que “la vida es eterna en cinco minutos”. Nos
emocionaba tanto que casi todos terminábamos llorando.
Tu voz bronca de bajo soportaba a las contraltos y sopranos. Cuantas
gracias dábamos nosotros los tenores y barítonos de contar contigo ¡Cuánto nos
deleitaba el cantar contigo! Ahora, estoy aquí, frente a tu ataúd, lamentando,
apenado, que no cantes más. ¡Como pajita te has ido!
Recuerdo que una vez no nos dejaron cantar en el Club de la Unión,
porque no teníamos terno. Y no fueron los dueños del club los que nos
impidieron entrar, fue nuestra propia gente, los directivos del coro. Peleé y
apelé, pero la directiva impuso su razón.
-¡Que como van a entrar así! Esta es una presentación formal ante las autoridades
del país.
-¡Al diablo con las autoridades del país!- les dije.
- Kanchari, hermanito, déjalo así- me dijiste. Y yo no sabía
porque me llamabas por mi apellido materno, si todos me llamaban Israel.
Recuerdo que me llevaste al centro cultural Huancayo y
danzamos el Huaylas y la Chonguinada. Y
tus movimientos eran ágiles y elásticos y tus pasos eran imponentes y retumbaban
en la tierra apisonada. Y tu risa de vizcacha se agudizaba mientras más chicha
bebías.
Recuerdo que pregunte que te pasó, quien te mató. Me dijeron que
en la plaza de Huanupata hablaste de más. ¿Decir la verdad es hablar de más? Me
dijeron que tres policías te llevaron a las afueras de la ciudad y en el camino
a Jauja te ultimaron. Tus padres recogieron tu cuerpo que sepultaron
silenciosamente.
Ahora frente a ti, recuerdo tu verdadero nombre, Manuel Mamani
Condori. Y ahora entiendo porque me llamabas Kanchari. Entiendo ahora que no
era para avergonzarme. Si no para que
sepa quién soy en realidad.
“Lo
heroico es buscar la verdad”
En tu casa, a tu mama Justina le pregunto. Me mira con un alma
seca de lágrimas y lánguidamente baja la mirada. A tu hermana mayor, a Ester,
le pregunto de ti, tú que eras su esperanza, el único que fue a la universidad.
-No sé.
Y su s palabras se desprenden de sus labios, rozan mi rostro y
caen al suelo y se desvanecen
-¿Te sirvo algo? ¿Un café?
Sus preguntas salen de su lóbulo frontal, no viene del corazón.
Y me siento al filo de un tablón que funge de comedor y el agua
que trata de hervir, en el fogón, no es suficiente para calentar el alma.
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Foto: El Gigante de Paruro - Manuel Chambi
domingo, 19 de marzo de 2017
sábado, 18 de marzo de 2017
Lo llamaban "Llama"
Yo me
sentaba con él, juntos. Parábamos juntos en el recreo y en la salida. Solíamos
comprar la gelatina de tres colores que el vendedor cacheteaba en un pedazo de
papel de envolver. O cuando nos la cortábamos para mecharnos con otros niños en
el parque frente al colegio. Y era verdad, olía a cosas de la sierra, como a
charqui del “Olluquito con charqui”. Además no le quedaba bien que llevara más
alto de la cintura la correa de los pantalones o que usara muy subida la basta.
Por todo eso decían que era monce. Asimismo Yanayacu vivía en la cuadra 5 de
Unanue, a tres cuadras de La Parada, en un lugar sórdido y tugurizado, a
diferencia de los barrios donde vivían los compañeros de clase como Residencial Grau o la Unidad Vecinal. Sus padres tenían un puesto de condimentos en
el Mercado Minorista. Yanayacu acostumbraba a levantarse a las cinco de la
mañana para ayudar a sus padres y moler los ajos en el batán. Los padres de los
otros chicos tenían pequeños empleos u oficios menores. Se notaba que sus
padres hacían un gran esfuerzo para enviar a Yanayacu a estudiar a una escuela
privada. Terminado el quinto de primaria me fui a estudiar la secundaria en un
colegio en el Paseo de La República. A Yanayacu no lo volví a ver más.
Muchos años
después, estudiando en la universidad viaje al Cuzco, para organizar un
concierto de rock en La Convención. Pero me topé con los comuneros del lugar,
que se oponían a que se realizara cualquier actividad extranjerizante en la
zona. Estábamos discutiendo cuando se aproxima el Secretario General de la Confederación
Campesina del Perú, autoridad de los comuneros. Venía bajando una loma y
rodeado de otros dirigentes. Lucía corpulento, llevaba el pelo largo, chiva y
bigote. Cuando se acercó, fue Yanayacu quien me reconoció y al grito de ¡Kanchari!
me abrazó fuertemente. Ni que decir que autorizó el concierto de rock.
Aún
recuerdo con simpatía como el estudiante “monce”, el “punto” de la clase, el
serrano que “olía a llama”, el pobre, el marginado se había convertido en el líder
comunal de cientos de comunidades y dirigente de miles de comuneros.
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Foto: http://magisterioperu.blogspot.com/2015/07/ante-indiferencia-de-gobierno-peruano.html
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Foto: http://magisterioperu.blogspot.com/2015/07/ante-indiferencia-de-gobierno-peruano.html
viernes, 17 de marzo de 2017
El profesor enamorado
Había terminado mi bachillerato en ingeniería y
buscaba trabajo desesperadamente. Un amigo me aconsejo.
-¿Por qué no te metes de profesor?
No veía con buenos ojos ser profesor, jamás lo había
pensado además pensaba que la profesión de profesor estaba desacreditada y
desvalorada
-Podría ser-Le dije más por cumplir y por mostrarme
estar abierto a cualquier opción aunque fuera mentira. Nunca se me hubiera
ocurrido ser profesor, andar con pantalones lustrosos, sacos envejecidos, manos
de tiza y rostro cansado. No, el profesorado no era lo mío.
-Tengo un amigo que trabaja en la unidad educativa de
Santa Beatriz y te podría conseguir un trabajo.
-¡Qué bien!
-Anda a verlo mañana. Lo llamaré para que te espere.
Iría por no defraudar a mi amigo que tan preocupado se
veía por mí.
Al día siguiente me entrevisté con su amigo e inmediatamente me dio un trabajo de profesor de
matemáticas. ¡Qué mala suerte! Por mi inexperiencia no sabía que la mayoría de
trabajos se conseguía por recomendaciones y no por llenar solicitudes.
Así que heme,
aquí en el primer día de clase en una escuela secundaria. En la sala de
profesores conocí a mis colegas, todos mis simpáticos, agradables y jóvenes como
yo. Me cayó súper bien
una profesora de literatura llamada Clotilde a quien todos llamaban Coty. Yo
era como el nuevo chico del barrio, todos eran muy atentos conmigo y bien
amistosos, especialmente Coty. En la hora del almuerzo me volví a encontrar con
mis colegas y yo deseaba más que todo encontrarme con Coty. Era de casi mediana
estatura, bonita figura, simpática y una voz ronquita, como la de Marisol.
Estaba con dos amigas, una se llamaba Isabel y la otra Janet, ambas profesoras
de literatura también. Charlamos un rato.
-¿Cómo te fue en tus primeras clases? –Preguntó Coty.
-Muy bien, los chicos son tranquilos y se ve que
tienen ganas de aprender.
-Lo que pasa es que te quieren impresionar para que te
confíes. No le sigas el juego, mantente serio, no te rías ni hagas bromas hasta
medio semestre. Después si quieres te puedes soltar.
Lo estaba haciendo bien gracias a los consejos de Coty
y eso me hacía verla más imprescindible, más fraterna y más cálida conmigo. Además
era bonita, graciosa y juvenil.
Había pasado dos meses y cada día me atraía más.
Bueno, no era el único que la veía así. Me di cuenta que por lo menos había dos
colegas que también se interesaban sentimentalmente por ella y me veían
recelosamente. Yo me hacia el “loco” pues no quería originar una mala impresión
en un trabajo en el cual era novicio y sin experiencia. Así que trataba en lo
posible de no delatar ningún sentimiento hacia Coty. Nadie debía de sospechar
mi gusto hacia ella.
En contraste había una colega, amiga de Coty, que
insinuaba tener alguna intención para conmigo. Sonreía un poco más de la cuenta
cuando hablaba conmigo y era un poco más solicita en ayudarme cuando necesitaba
algo. Yo me mostraba cortes y agradecido por sus favores pero nada más. Me
cuidaba celosamente para no crear falsas expectativas en ella. Así que todo
estaba bien y empecé a dar más muestras de mi predilección por Coty.
-Muchas gracias por ayudarme. Sin tu ayuda hubiera
sido muy difícil el trabajo con los estudiantes.
-No exageres. Tú eres inteligente y sé que podrías
haberlo hecho sin mi ayuda.
-Pero con tu ayuda ha sido mejor y mucho más fácil.
-Gracias por tus palabras.
-Me dicen mis estudiantes que tú eres su profesora
favorita.
-¿Así?
-Pues tienen toda la razón. Eres muy inteligente,
preparada, amable y además…bien simpática.
-¡Que exagerado habías sido!
-No, dirás que honesto.
Así fue pasando los meses y mi ansiedad por Coty se
acrecentaba más y más. Un día decidí hacer más seria nuestra amistad
invitándola a cenar. Era casi hora de salida y subí al ascensor que conducía al
tercer piso, al cuarto de materiales donde iba a recabar un mapa para mi última
clase. Subí y estaba solo, apreté el botón del tercer piso y las puestas del
ascensor empezaron a cerrarse. Casi en el último instante una mano detiene una
puerta, con las dos las abre y entra Janet.
-¡Hola! Pasa, no me di cuenta que venias.
Janet me sonrió. Entró y se paró al lado mío sin dejar de sonreír.
El ascensor se echó a andar. Había recorrido un piso cuando de pronto Janet se
abalanza sobre mí y me echa sus brazos
sobre mis hombros… y me besa. Abre lentamente mis labios y mi boca con su
lengua y los succiona frenéticamente con sus labios. Yo estaba de una pieza. A
unos segundos me soltó cuando la puerta del ascensor se disponía a abrir. Janet
se compuso y bajó.
Yo me quedé allí, sin
saber qué hacer ni que pensar. El ascensor automáticamente bajó y se detuvo en el primer piso otra
vez cuando bajé.
Termine mi última clase como un zombi y aun con el
estupor de lo que había pasado. Fui al salón de profesores y me encuentro con
Coty para invitarle a cenar
-Ya me contaron lo que pasó hoy en el ascensor. Te hiciste
enamorado de Janet.
-Bueno, yo…
¡No! ¡Yo no me he hecho enamorado de nadie! Quise gritar.
Janet es la que me beso. Me sorprendió y no supe cómo reaccionar. Janet no me
gusta, para nada. Solo me gustas tú.
Pensé decirle todo eso a mi amor pero… ¡que me va
creer! Ni yo lo creería. Además, como puedo acusar a una mujer de aprovecharse,
sería una bajeza y falta de caballerosidad.
-Sí, así es –Dije con resignación.
-Ya soy enamorado de Janet.
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-Ya soy enamorado de Janet.
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