viernes, 24 de marzo de 2017

Fundamento de los politicos


Los políticos en general basan el éxito de sus mentiras y engaños en el pobre espíritu crítico y bajo nivel educativo de la mayoría de la población.

jueves, 23 de marzo de 2017

que tienen tus ojos---Yaco Monti

Charango


Le decíamos Charango porque gustaba llevar en una bolsa de yute, su charango de quirquincho, terciado en la espalda, como un fusil.
Su nombre era Lucho. Era casi pequeño y tenía un rostro de niño viejo. Era hijo de un x-juez de Juli, la capital de Chucuito, en el departamento de Puno. Juli es un pueblo más que todo aymara, al lado del lago Titicaca. Cuando Lucho me dijo que era de Juli, pensé que era la abreviación de Juliaca. No le pregunté que significaba Juli, por vergüenza de parecer ignorante. O por no ofenderlo, por desconocer su pueblo. La verdad lo averigüe  después. EL nombre de Juli viene del nombre de un ave llamada Chulli o Lulli. Juli fue el asentamiento del reino de los Lupakas, cultura anterior al reinado Inka. Su padre quería que Lucho fuera abogado pero el eligió ser un tira-vidas.
En la clase de Materialismo dialectico de Sixto García, en la Facultad de Letras de San marcos, Lucho lucía cara circunspecta y  reflexiva. Pero a mí me daba la impresión de que ponía la cara de niño que escucha el sermón dominical en la iglesia. Pero Lucho era realmente un mata-perro.
En las noches, en las calles de Juli, Charango y sus amigos salían a “jugar” con perros. El juego consistía en que se subían cada uno en una bicicleta con un palo y manejaban por una calle donde había un montón de perros. Sabiendo que los perros los perseguirían, gozaban apaleando a los que se les acercaban para morderlos. Así que, era divertido verlos pedalear rápidamente para no ser alcanzados por los perros y tener el chance de darles un palazo. La mayoría de las veces, los perros salían perdiendo y se retiraban aullando lastimeramente al sentir el sabor de un palazo en la cabeza.
Pero una noche que salieron a golpear perros, un perro pequeño, flaco, chusco y feo corrió como un cheetah y alcanzó a Juan Apaza, uno de los miembros de la banda. Este le iba a dar un palazo pero el can se abalanza sobre su pierna y le clava sus dientes de piraña en la pantorrilla.
-¡Agggggggg! -Gimió Juan.
-¡Dale con el palo! –Le gritaban los demás.
-¡Dale con el palo!
Pero Juan no atinaba a nada más que tratar de mantener la bicicleta derecha con las dos manos porque ésta se iba en zig zag por todos lados. Y es que el perro ya no corría, iba en el aire prendido de la pierna de Apaza y desbalanceaba la bicicleta. Apaza, adolorido y quejándose, se salió de la pista y se metió por un jardín donde había bastantes piedras y arbustos. El perro instintivamente se soltó de la pierna de Apaza justo en el momento que la rueda delantera de la bicicleta choca con una roca clavada en la tierra y la bicicleta frena en seco. En una voltereta acrobática circense, la rueda trasera se vino hacia adelante, lo que catapultó a Apaza de cara al suelo, haciéndole proferir un grito agónico. Plantando sus cuatro patas en el suelo, los perros dejaron de perseguir a la banda de mata-perros. Maldiciendo y recriminando se volvieron gruñendo corto, pero orondos y orgullosos, con sus colas en alto. Y así, se sumergieron en la noche.
La banda de los mata-perros no volvió por allí nunca más.


martes, 21 de marzo de 2017

Manuelcha



Manuelcha entro último al grupo musical pero fue el primero que se fue. Tocaba quena, antara, pinkuyo y hacia el coro.  Era de Huancavelica, de mediana estatura, su color era de barro, de tono arcilloso. Su cuerpo era compacto, las piernas cortas, los brazos más largos. La espalda levemente encorvada y musculosa. Su cuello era breve y su cabeza grande. Tenía el rostro una perenne actitud de queja. Sus manos eran descomunalmente grandes, sus dedos alargados y nudosos, era una estatua de Mérida. Cuando caminaba por la calles de Lima alzaba exageradamente los pies, como ascendiendo pues estaba acostumbrado a subir cerros. Con un espíritu vivo, vital, era realmente un supay huapasi tusak, un poseído por un wamani.
¡No, no! Este layqa no llevaba ni tijeras ni tampoco vestimenta ornamental. Había caído a esta Lima a demostrar su condición de danzaq secular. Y podría haberse traspasado el cuerpo con agujas y espinas y subirse a las torres de la catedral. Pero desconocía el dolor y entre nosotros se hizo mortal, para su mal. 
Recuerdo la primera vez que te vi. Usabas tus ojotas de llanta, pantalón pasa río y tu camisa kaki. Todo tu cuerpo estaba empaquetado de fibras de músculos y tendones. Eras ostentoso e exultante, indio lleno de vitalidad y alegría. Me hacías acordar al “Gigante de Paruro” de Chambi. Si, eras jovial y risueño; talvez porque no te dabas cuenta que eras pobre y encima indio o talvez porque te diste cuenta de todo eso pero entendías que no importaba nada. Por eso eras más rico que nosotros, más íntegro y más sabio. Sé que muchos te despreciaban, por tu condición de serrano y tu ignorancia de no postrarte. Al contrario, te mostrabas cándido, orgulloso y altanero.
¿Recuerdas hermano cuando cantamos el “Aleluya” de Tomás Luis de Victoria? ¿Y el “Te recuerdo Amanda” de Víctor Jara? Éramos muy jóvenes y sin saber solo presentíamos que “la vida es eterna en cinco minutos”. Nos emocionaba tanto que casi todos terminábamos llorando.
Tu voz bronca de bajo soportaba a las contraltos y sopranos. Cuantas gracias dábamos nosotros los tenores y barítonos de contar contigo ¡Cuánto nos deleitaba el cantar contigo! Ahora, estoy aquí, frente a tu ataúd, lamentando, apenado, que no cantes más. ¡Como pajita te has ido!
Recuerdo que una vez no nos dejaron cantar en el Club de la Unión, porque no teníamos terno. Y no fueron los dueños del club los que nos impidieron entrar, fue nuestra propia gente, los directivos del coro. Peleé y apelé, pero la directiva impuso su razón.
-¡Que como van a entrar así! Esta es  una presentación formal ante las autoridades del país.
-¡Al diablo con las autoridades del país!- les dije.
- Kanchari, hermanito, déjalo así- me dijiste. Y yo no sabía porque me llamabas por mi apellido materno, si todos me llamaban Israel.
Recuerdo que me llevaste al centro cultural Huancayo y danzamos  el Huaylas y la Chonguinada. Y tus movimientos eran ágiles y elásticos y tus pasos eran imponentes y retumbaban en la tierra apisonada. Y tu risa de vizcacha se agudizaba mientras más chicha bebías.
Recuerdo que pregunte que te pasó, quien te mató. Me dijeron que en la plaza de Huanupata hablaste de más. ¿Decir la verdad es hablar de más? Me dijeron que tres policías te llevaron a las afueras de la ciudad y en el camino a Jauja te ultimaron. Tus padres recogieron tu cuerpo que sepultaron silenciosamente.
Ahora frente a ti, recuerdo tu verdadero nombre, Manuel Mamani Condori. Y ahora entiendo porque me llamabas Kanchari. Entiendo ahora que no era para avergonzarme.  Si no para que sepa quién soy en realidad.
                      “Lo heroico es buscar la verdad”
En tu casa, a tu mama Justina le pregunto. Me mira con un alma seca de lágrimas y lánguidamente baja la mirada. A tu hermana mayor, a Ester, le pregunto de ti, tú que eras su esperanza, el único que fue a la universidad.
-No sé.
Y su s palabras se desprenden de sus labios, rozan mi rostro y caen al suelo y se desvanecen
-¿Te sirvo algo? ¿Un café?
Sus preguntas salen de su lóbulo frontal, no viene del corazón.
Y me siento al filo de un tablón que funge de comedor y el agua que trata de hervir, en el fogón, no es suficiente para calentar el alma.
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Foto: El Gigante de Paruro - Manuel Chambi


sábado, 18 de marzo de 2017

Lo llamaban "Llama"


En el colegio “Priale” de primaria, su sufrimiento, como el de muchos otros niños andinos empezaba cuando pasaban la lista de asistencia, por primera y hasta la última vez. Todos éramos colegiales, hasta allí. Algo más se nos iba a agregar luego, el apodo, “la chapa”. El maestro empezaba la lista con los apellidos que empiezan con “A”, como Albornoz o Ayala, Barra o Bazán,…..y así se llegaba al primer “punto”, al estudiante que se apellidaba Huamán. Pues ¿quién no había escuchado decir “eres un Huamán” o “eres un huamanrripa” como insulto? Luego pasaban por otros apellidos de origen quechua como el mío, Kanchari, que de mofa me decían “cancha”.  Y el último pero el primero para fastidiar era Yanayacu, a quien decían “llama”. No duele mucho si te apodan con un nombre o adjetivo que se deriva de tu apellido o tu nombre como Vergara, verga, Osorio, oso o Clavijos, clavo. Pero duele más cuando usan tu apellido para bajarte, para ponerte en último lugar de las consideraciones de los demás. Porque tu apellido quechua te hacia serrano y ser serrano era ser bruto, sonso, atrasado, pobre, sirviente, sucio y mucho más. Sí, yo era Kanchari y la burla me caía desde la historia, desde la conquista, inescapablemente, a mí y a Yanayacu. Pero la mofa era más intensa y brutal con Yanayacu por una inesperada y fortuita diferencia, yo no parecía serrano. Era ñato, tenía los huecos de la nariz grande y los labios  gordos, aparte de ser ojón. Era más que similar al resto de la clase,  por eso no me machacaban tanto. Aun otros alumnos tenían más rasgos serranos que yo, pero es fácil gritar “al ladrón” para salvar el pellejo; amen que algunos escondían su origen nativo en su apellido materno que los maestros no solían repetir a menos que hubiera alumnos con el mismo apellido paterno. En cambio Yanayacu tenía todo de serrano, desde la nariz aguileña, pómulos salientes, pelo hirsuto y tez quemada por la puna. Tan solo verlo caminar lo delataba, andaba como si estuviera subiendo una cuesta. Así que cualquier referencia a la sierra, allí estaba Yanayacu. ¿Comida andina? Yanayacu, ¿mote? Yanayacu; ¿charqui? Yanayacu; ¿vicuna? Yanayacu…todo era Yanayacu. Decian:”Oye Yanayacu, hueles a llama”.
Yo me sentaba con él, juntos. Parábamos juntos en el recreo y en la salida. Solíamos comprar la gelatina de tres colores que el vendedor cacheteaba en un pedazo de papel de envolver. O cuando nos la cortábamos para mecharnos con otros niños en el parque frente al colegio. Y era verdad, olía a cosas de la sierra, como a charqui del “Olluquito con charqui”. Además no le quedaba bien que llevara más alto de la cintura la correa de los pantalones o que usara muy subida la basta. Por todo eso decían que era monce. Asimismo Yanayacu vivía en la cuadra 5 de Unanue, a tres cuadras de La Parada, en un lugar sórdido y tugurizado, a diferencia de los barrios donde vivían los compañeros de clase como Residencial Grau o la Unidad Vecinal.  Sus padres tenían un puesto de condimentos en el Mercado Minorista. Yanayacu acostumbraba a levantarse a las cinco de la mañana para ayudar a sus padres y moler los ajos en el batán. Los padres de los otros chicos tenían pequeños empleos u oficios menores. Se notaba que sus padres hacían un gran esfuerzo para enviar a Yanayacu a estudiar a una escuela privada. Terminado el quinto de primaria me fui a estudiar la secundaria en un colegio en el Paseo de La República. A Yanayacu no lo volví a ver más.
Muchos años después, estudiando en la universidad viaje al Cuzco, para organizar un concierto de rock en La Convención. Pero me topé con los comuneros del lugar, que se oponían a que se realizara cualquier actividad extranjerizante en la zona. Estábamos discutiendo cuando se aproxima el Secretario General de la Confederación Campesina del Perú, autoridad de los comuneros. Venía bajando una loma y rodeado de otros dirigentes. Lucía corpulento, llevaba el pelo largo, chiva y bigote. Cuando se acercó, fue Yanayacu quien me reconoció y al grito de ¡Kanchari! me abrazó fuertemente. Ni que decir que autorizó el concierto de rock.
Aún recuerdo con simpatía como el estudiante “monce”, el “punto” de la clase, el serrano que “olía a llama”, el pobre, el marginado se había convertido en el líder comunal de cientos de comunidades y dirigente de miles de comuneros.
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Foto: http://magisterioperu.blogspot.com/2015/07/ante-indiferencia-de-gobierno-peruano.html


viernes, 17 de marzo de 2017

El profesor enamorado


Había terminado mi bachillerato en ingeniería y buscaba trabajo desesperadamente. Un amigo me aconsejo.
-¿Por qué no te metes de profesor?
No veía con buenos ojos ser profesor, jamás lo había pensado además pensaba que la profesión de profesor estaba desacreditada y desvalorada
-Podría ser-Le dije más por cumplir y por mostrarme estar abierto a cualquier opción aunque fuera mentira. Nunca se me hubiera ocurrido ser profesor, andar con pantalones lustrosos, sacos envejecidos, manos de tiza y rostro cansado. No, el profesorado no era lo mío.
-Tengo un amigo que trabaja en la unidad educativa de Santa Beatriz y te podría conseguir un trabajo.
-¡Qué bien!
-Anda a verlo mañana. Lo llamaré para que te espere.
Iría por no defraudar a mi amigo que tan preocupado se veía por mí.
Al día siguiente me entrevisté con su amigo e inmediatamente me dio un trabajo de profesor de matemáticas. ¡Qué mala suerte! Por mi inexperiencia no sabía que la mayoría de trabajos se conseguía por recomendaciones y no por llenar solicitudes.
Así que heme, aquí en el primer día de clase en una escuela secundaria. En la sala de profesores conocí a mis colegas, todos mis simpáticos, agradables y jóvenes como yo. Me cayó súper bien una profesora de literatura llamada Clotilde a quien todos llamaban Coty. Yo era como el nuevo chico del barrio, todos eran muy atentos conmigo y bien amistosos, especialmente Coty. En la hora del almuerzo me volví a encontrar con mis colegas y yo deseaba más que todo encontrarme con Coty. Era de casi mediana estatura, bonita figura, simpática y una voz ronquita, como la de Marisol. Estaba con dos amigas, una se llamaba Isabel y la otra Janet, ambas profesoras de literatura también. Charlamos un rato.
-¿Cómo te fue en tus primeras clases? –Preguntó Coty.
-Muy bien, los chicos son tranquilos y se ve que tienen ganas de aprender.
-Lo que pasa es que te quieren impresionar para que te confíes. No le sigas el juego, mantente serio, no te rías ni hagas bromas hasta medio semestre. Después si quieres te puedes soltar.
Lo estaba haciendo bien gracias a los consejos de Coty y eso me hacía verla más imprescindible, más fraterna y más cálida conmigo. Además era bonita, graciosa y juvenil.
Había pasado dos meses y cada día me atraía más. Bueno, no era el único que la veía así. Me di cuenta que por lo menos había dos colegas que también se interesaban sentimentalmente por ella y me veían recelosamente. Yo me hacia el “loco” pues no quería originar una mala impresión en un trabajo en el cual era novicio y sin experiencia. Así que trataba en lo posible de no delatar ningún sentimiento hacia Coty. Nadie debía de sospechar mi gusto hacia ella.
En contraste había una colega, amiga de Coty, que insinuaba tener alguna intención para conmigo. Sonreía un poco más de la cuenta cuando hablaba conmigo y era un poco más solicita en ayudarme cuando necesitaba algo. Yo me mostraba cortes y agradecido por sus favores pero nada más. Me cuidaba celosamente para no crear falsas expectativas en ella. Así que todo estaba bien y empecé a dar más muestras de mi predilección por Coty.
-Muchas gracias por ayudarme. Sin tu ayuda hubiera sido muy difícil el trabajo con los estudiantes.
-No exageres. Tú eres inteligente y sé que podrías haberlo hecho sin mi ayuda.
-Pero con tu ayuda ha sido mejor y mucho más fácil.
-Gracias por tus palabras.
-Me dicen mis estudiantes que tú eres su profesora favorita.
-¿Así?
-Pues tienen toda la razón. Eres muy inteligente, preparada, amable y además…bien simpática.
-¡Que exagerado habías sido!
-No, dirás que honesto.
Así fue pasando los meses y mi ansiedad por Coty se acrecentaba más y más. Un día decidí hacer más seria nuestra amistad invitándola a cenar. Era casi hora de salida y subí al ascensor que conducía al tercer piso, al cuarto de materiales donde iba a recabar un mapa para mi última clase. Subí y estaba solo, apreté el botón del tercer piso y las puestas del ascensor empezaron a cerrarse. Casi en el último instante una mano detiene una puerta, con las dos las abre y entra Janet.
-¡Hola! Pasa, no me di cuenta que venias.
Janet me sonrió. Entró y se paró al lado mío sin dejar de sonreír. El ascensor se echó a andar. Había recorrido un piso cuando de pronto Janet se abalanza sobre mí y  me echa sus brazos sobre mis hombros… y me besa. Abre lentamente mis labios y mi boca con su lengua y los succiona frenéticamente con sus labios. Yo estaba de una pieza. A unos segundos me soltó cuando la puerta del ascensor se disponía a abrir. Janet se compuso y bajó. Yo me quedé allí, sin saber qué hacer ni que pensar. El ascensor automáticamente bajó y se detuvo en el primer piso otra vez cuando bajé.
Termine mi última clase como un zombi y aun con el estupor de lo que había pasado. Fui al salón de profesores y me encuentro con Coty para invitarle a cenar
-Ya me contaron lo que pasó hoy en el ascensor. Te hiciste enamorado de Janet.
-Bueno, yo…
¡No! ¡Yo no me he hecho enamorado de nadie! Quise gritar. Janet es la que me beso. Me sorprendió y no supe cómo reaccionar. Janet no me gusta, para nada. Solo me gustas tú.
Pensé decirle todo eso a mi amor pero… ¡que me va creer! Ni yo lo creería. Además, como puedo acusar a una mujer de aprovecharse, sería una bajeza y falta de caballerosidad.
-Sí, así es –Dije con resignación.
-Ya soy enamorado de Janet.

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