lunes, 10 de abril de 2017
domingo, 9 de abril de 2017
viernes, 7 de abril de 2017
Cecilia XXVII
A veces me pregunto cómo estará Cecilia, que estará
haciendo en estos momentos. ¿Le irá bien? Cuando nos encontramos no me atrevo a
preguntarle, tampoco ella me comenta nada. Es como si tuviéramos un acuerdo
tácito. Creo que así es mejor. Aquí conmigo tiene un refugio y un lugar de
olvido. Y yo… ¡la tengo a ella!
Teniendo esos pensamientos en mi cabeza me eché a
dormir. Y Cecilia apareció.
-¡Hola amor! –La saludé
-¡Hola! ¿Qué tal?-Me preguntó.
-Bien amor. Te extrañé –Le confesé.
-Yo también te extrañé.
-Pero yo te extraño más –Le dije
-¿Cómo puedes saberlo? Si no ha pasado ni un día.
-¿Sabes qué es un día?
-Claro que lo sé. Pero dime, ¿Qué es un día para
ti?
-Un día es la vuelta que da la tierra sobre su eje.
En esa rotación la mitad del planeta recibe la luz del sol y la otra mitad se
sumerge en la oscuridad. El conjunto de 365 días hacen un año y como 75 años
conforman una vida humana. Mi vida no dura años. Nace y renace cuando el sol me
alumbra. Y cada día, al despertar, cuando me sorprendo vivo, inmediatamente mi
ser pregunta por tu presencia, donde estas. Solo en la noche, cuando me abate
la inconciencia me separo de ti y muero. Aun en sueños mi espíritu te busca y
si no te encuentra, se aturde con el caos de mi mundo onírico, hasta que salgo
de ese marasmo, a revivir cuando amanece el día y a preguntar otra vez… por ti.
-¡Qué lindo eres!
Me acerqué a ella y la abracé. Sentí su cuerpo, su
torso con mis manos, sus senos con mi pecho, su vientre con mi vientre. Al
separarnos besé su frente.
-¡Vamos a dar un vuelo! Le grité.
-¿Un vuelo? – Lo pensó un segundo y dijo -¡Vamos
pues!
Y al instante estábamos en una pradera con una
avioneta de color amarilla, monomotor esperándonos para pasear.
-¿Qué vamos hacer? -Inquirió
-¡Volar! –Le repliqué
-¿Sabes volar? –Preguntó.
-¡No! No necesitamos saber, recuerda que estamos en
un sueño.
-Aun así, tengo miedo de caer.
-Eso es lo mágico de los sueños.
Nos apeamos a la cabina, Cecilia se sentó atrás y
yo adelante. Me amarré una bufanda al cuello y unos lentes de pilotear.
-Ponte esta bufanda y estos lentes – Le pedí.
-¿Por qué no me das un paracaídas también? Por si
acaso.
-Tú ya tienes alas.
-¡Que gracioso!
Eché a andar el motor. Éste tosió un poco y la
avioneta comenzó a rodar. Después de un rato empezó a elevarse y dejamos el
suelo. Hacia sol y unas cuantas nubes de algodón flotaban en el cielo. Mirando
el horizonte me percate de algo inusual.
-¡Mira Cecilia, una nube se ha caído!
-¿Cómo que una nube se ha caído? ¡Una nube no se
cae!
-¡Si, mira!
De lo alto de una cadena de nubes, una de ellas se había
caído a la tierra y solo quedaba atada al resto de las otras nubes por unos
tiras y retazos de nube.
-¡Es cierto! ¡Que loco!
Atravesamos un valle y enrumbamos hacia el mar.
El océano lucia azul-verdoso y decidí volar a ras.
Volé tan bajo que el agua comenzó a salpicar.
-¡Me estoy mojando! –Gritó Cecilia
-Está bien. Subiré lo más alto que pueda.
Jalé la palanca y elevé el morro mientras pisaba el
pedal. La avioneta subía pero lentamente.
-Ya estamos muy alto, ya no veo la tierra –Me
advirtió Cecilia.
-Pararé de subir.
Bajé lentamente el morro y quité poco a poco el pie
del pedal.
-¿Qué tal ahora?
-Está mejor.
-¿Qué tal sin manos?
-¿Cómo que sin manos?
-Levanta las manos cuando yo te diga.
Coloqué el morro lo más derecho que pude. Y le
grité.
-¡Sin manos!
-¡Sin manosssssssssss! –gritó Cecilia también.
Y así, con los brazos en alto volamos un rato
mientras la avioneta se dirigía al sol.
De regreso a tierra le pregunté,
-¿Qué te pareció?
-¡Súper emocionante!
-Así quisiera irme de este mundo.
-No te entiendo.
-Si he de morir un día, quisiera hacerlo así,
montado en una avioneta, sobre un mar verde y cielo azul y de allí dar un salto
a la eternidad.
-Se ve que estás loco, pero cada loco con su lema.
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jueves, 6 de abril de 2017
Un dia
Lo que ha demostrado la civilización actual hasta ahora es que por el bien de la tierra necesita sucumbir.
miércoles, 5 de abril de 2017
Tranca asnal
A principios de los setenta, como en una diáspora, los
habitantes de las diferentes culturas que conforman el Perú se dispersaron y
muchos de ellos comenzaron a cercar a la capital. No fue una excepción Charango,
el Charapa, Chuquipoma, Quispe, Vilca y muchos más. Y cuando vienen, suelen
juntarse naturalmente con su gente, gente de su pueblo, de su provincia, de su
departamento, de su lugar.
Cuando Charango llegó recién a la capital aún tenía la piel blanquecina
de recibir muy poco rayos del sol en su tierra, Puno, y conservaba el color
rojo en las mejillas, producto del frio que quema en las alturas. Cuando lo conocí
en San Marcos, Charango se afanaba por no parecer, no digo provinciano, porque tenía
un orgullo interno de serlo, sino de no parecer muy ingenuo frente a la picardía
y las malas mañas de los limeños, de los capitalinos.
En lo que prontamente se ponen de acuerdo los estudiantes
en la universidad no son obviamente las posiciones políticas, las afinidades
deportivas ni menos las religiosas. Tampoco importa la provincia o el pueblo o
la cultura a la que pertenecen. Lo que pronto nos homogeniza es la pasión
desmedida e incondicional por la borrachera. Desligados prácticamente de padre
y madre, con solo la responsabilidad de estudiar y chicas que afanar, nuestra visión
del futuro se limitaba a donde y cuando seria la próxima borrachera.
De esas borracheras, Lucho tenía sus preferencias. Había
una que superaba a otras en intensidad y lograba llevar al participante a un
estado de liberación de las limitaciones del cuerpo, hacia estados supras de la
mente, donde la percepción sensorial se reducía al mínimo y se concentraba en
acelerar y mantener el efecto de desprendimiento material. En ese estado se podía
alterar el tiempo, hacerlo más corto o más largo; las distancias se corrompían
y el movimiento podíamos acelerarlo o retardarlo, tanto que parecía que estábamos
haciendo una caminata lunar. Llegábamos a un estado tal de ingravidez que
nuestros cuerpos, desafiando a las leyes de física y del espacio unificado, se
balanceaban casi hasta tocar el suelo, sin caerse. A esos estados disociados de
la mente Charango la llamaba una “tranca asnal”. Lo que causaba que nos imagináramos
como burros libando licor, rebuznando y terminando después más brutos de lo que
éramos cuando entramos a la universidad.
***
lunes, 3 de abril de 2017
LUIS AGUILE - UN BESO ES POCA COSA
Un
beso es poca cosa para ver si yo te amo
Un beso
es poca cosa para yo saber sin duda
Si me
gustas, si me gustas
o solo es simplemente simpatía.
Talvez
de parte tuya, talvez de parte mía.
Un
beso es poca para ver si yo te amo
Volvamos
a encontrarnos
Porque
creo estar seguro
Que me
gustas, que me gustas
Y vamos
a besarnos nuevamente
Pero ahora
con un poco
Un poco
más de ardor
Y
ahora si vendrá, vendrá
Vendrá
el amor el amor
El amor
verdadero
Que ha
de ser nuestro.
Luisito
Aguilé nacio en Argentina en 1936 y murió
en España en el 2009. Fue un cantante y autor de música romántica, que vivió
también en España. Activo desde los años 1950, se hizo famoso en toda
Latinoamérica y en España. Grabó más de 800 canciones, la mitad de ellas de su
autoría, y algunas se han convertido en estándares de la música popular en
castellano, como «Cuando salí de Cuba», quizá su canción más conocida, grabada
por muchos otros artistas. También compuso canciones para niños y publicó
varios libros.
La
mayoría de los temas compuestos por Luis Aguilé reflejan una visión optimista
de la vida y en ocasiones son directamente humorísticos. Muchos de ellos se
convirtieron en éxitos veraniegos, como Juanita Banana (versión del tema de
Henri Salvador), La banda borracha, El frescales, El tío Calambres, Es el sol
español o La vida pasa felizmente. También interpretó temas musicales
infantiles, uno de ellos fue la versión en español de Pecos Bill.
Las
canciones de Luis Aguilé se han caracterizado por estar alejadas de temas
sociales o políticos. Algunos críticos las han considerado como pasatistas. Él
personalmente tampoco ha tenido una actuación política o social, aunque se ha
declarado contrario a la Revolución Cubana. La canción Cuando salí de Cuba se
refiere precisamente al momento en que decidió dejar Cuba, donde estaba
radicado y era un ídolo juvenil. Aguilé cuenta que al momento de vender sus
propiedades, el gobierno revolucionario había sancionado una ley de control de
cambios, que limitaba la cantidad de dólares que se podían comprar, y que por
esa razón sólo pudo sacar de Cuba una cantidad limitada; el resto se la regaló
a sus amigos.
Fuente:
https://en.wikipedia.org/wiki/Luis_Aguil%C3%A9
El ómnibus del amor
Vivía
en Lima, capital de Perú, a mediados de los años sesenta. En ese tiempo contaba
con quince años de edad y me dirigía a la casa de un familiar, la hermana de mi
padre. Para tal fin abordé un ómnibus que recorría dos avenidas principales de
la ciudad, avenida Grau y luego la avenida Alfonso Ugarte, nombre de dos héroes
peruanos, de una guerra fratricida con un “hermano país”, que así se suele
llamar las relaciones entres los países sudamericanos, que revisando la
historia, más parecerían hermanastros. Bueno, ese es otro cuento.
El
ómnibus era una vieja unidad de madera, de transporte público. Inclusive, hasta
el piso era de madera, con listones que estaban entornillados al chasis por unos
pernos visibles. El ómnibus tenía un conductor y un cobrador del pasaje. El bus
no tenía puertas, se subía por la parte
posterior y se bajaba por la parte delantera.
Era
sábado, por la mañana y las siete y media cuando subí al bus. Algo extraño
sucedió, mejor dicho, dos cosas inusuales ocurrieron en esa travesía. Al subir
el cobrador solo me hizo pagar la tarifa de universitario, ósea la mitad del
pasaje normal. Me sorprendí pues no pensaba que me veía tan mayor como parecer
estudiante de universidad y que además, que el cobrador no me pidiera mostrarle
mi carnet, que para eso realmente lo usaban los universitarios.
Luego
de dos paraderos subió un hombre que vestía un terno, saco, pantalón y corbata.
El hombre pagó y se paró casi detrás del conductor. Yo estaba sentado un poco
más atrás y divisé al hombre que se agarraba
con las dos manos del pasamano que pendía del techo del bus. Le miré la
cara y me di cuenta que estaba ebrio,
como una uva. Su rostro estaba desencajado, sus pupilas brillosas, tenía una
mueca singular en el rostro y se balanceaba parado en su sitio. Sospeché que
venía de algún compromiso del día viernes, que se le alargó hasta la madrugada.
Es la forma con que despiden la semana los empleados en el llamado "sábado
chico”. No había nadie más que iba parado en el bus y me dije, que mala suerte
tiene este hombre que no haya asiento, porque si no, podría pasarla descansando
durante el viaje. Frente a este borracho estaba sentada una señora. Digo
señora en relación a mi edad. Toda mujer después de los 25 años eran señoras,
para mí y para toda mi generación. No distinguimos si eran solteras o casadas.
La señora aquella tendría 30 a 35. Se veía que era muy seria por su vestimenta
y como mantenía su postura sentada, tiesa y mirando de frente.
No
me había dado cuenta al principio pero luego, al ver el rostro del borracho, noté que estaba sonriendo a la señora, a quien miraba fijamente. Me pareció gracioso, un borracho
haciéndose de Don Juan ante una mujer seria. Pensé que con el licor muchos
hombres tienen ese atrevimiento. Pero algo ocurría más abajo, lo cual no me
había percatado. El hombre tenía la cremallera del pantalón abierta y por allí
se salía su órgano sexual. Presumí que el tipo debió de orinar antes de subir
al bus y por los tragos olvido guardárselo.
El
miembro era totalmente visible, pues no tenía el tamaño de un pichoncito de
paloma, forma que suele tener cuando está "dormido". Parece que poco
a poco el entusiasmo que el hombre sentía por la señora hacia que lentamente el
miembro se irguiera.
Miré
a la mujer, lucía incomoda, fastidiada, apretando los labios, pero no atinaba a hacer
nada más. No había otro sitio disponible y su formalidad la tenía atornillada a
su asiento y lo peor, mirando al frente, justo al miembro viril del borracho.
No
podía creer lo que estaba pasando. Obviamente no fui el único que se percató
del hecho. Otros señores, que no estaban
ebrios, también se dieron cuenta; también otras señoras, e incluso el cobrador
que pasaba de atrás para adelante. Increíblemente nadie objeto nada, nadie se
levantó de su asiento para apostrofarle al borracho su conducta, ni siquiera
alzaron la voz para detener esa vejación. ¿Qué hubieran podido hacer? Decirle
quizá, Señor, guarde su… o Señor, ¿no se da cuenta que su…? Parece que
cualquier cosa que hicieran lo tomarían como algo muy bochornoso, así que, no atinaron hacer
nada. Lo peor fue que el ebrio se había entusiasmado tanto con la señora que su
pene alcanzó el 100 por ciento de erección mientras que la señora seguía seria
e impertérrita.
Al
ver que nadie intervenía a increpar la conducta al borracho me iba a levantar
para cederle mi asiento cuando el ómnibus entro en una rotonda. El ómnibus se
ladeó para la derecha y el borracho para mantener el equilibrio echó su cuerpo al lado contrario, acercando sus
caderas y por ende el miembro erecto a la cara de la señora. Inexplicablemente
la mujer sonrió levemente. El borracho al darse cuenta de ese efecto, continuó
echándose hacia el rostro de la mujer ya descaradamente ¿y la mujer? Continuaba
sonriendo, pero más, como si encontrará un gusto a lo que pasaba. No encontraba
explicación a esa reacción de la señora. Sabía que en un ataque de pánico las
personas se quedaban petrificadas, pero que a la vez sonrieran no era nada
lógico. Cuando el bus termino de dar la vuelta a la plaza me bajé al llegar a mi paradero.
Me
hubiera gustado quedarme para ver como terminaba ese romance. A mi corta edad
nunca había visto una escena erótica como esa, ni siquiera en una película para
adultos de Ingmar Bergman, en ninguna función del cine Apolo del Jirón Puno, en
Barrios Altos. Al reflexionar sobre lo que había visto atiné a creer que lo que
pasó en el ómnibus no fue una escena voluptuosa, fue un romance desnudo y
carnal. Y encima constatable, pues la doña podía verificar instantáneamente
cuanto ella atraía al borracho, con solo ver el grado de erección de su miembro
y el borracho ver en la sonrisa de la dama el gusto que tenía ella por él.
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sábado, 1 de abril de 2017
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