viernes, 7 de abril de 2017

Cecilia XXVII


A veces me pregunto cómo estará Cecilia, que estará haciendo en estos momentos. ¿Le irá bien? Cuando nos encontramos no me atrevo a preguntarle, tampoco ella me comenta nada. Es como si tuviéramos un acuerdo tácito. Creo que así es mejor. Aquí conmigo tiene un refugio y un lugar de olvido. Y yo… ¡la tengo a ella!
Teniendo esos pensamientos en mi cabeza me eché a dormir. Y Cecilia apareció.
-¡Hola amor! –La saludé
-¡Hola! ¿Qué tal?-Me preguntó.
-Bien amor. Te extrañé –Le confesé.
-Yo también te extrañé.
-Pero yo te extraño más –Le dije
-¿Cómo puedes saberlo? Si no ha pasado ni un día.
-¿Sabes qué es un día?
-Claro que lo sé. Pero dime, ¿Qué es un día para ti?
-Un día es la vuelta que da la tierra sobre su eje. En esa rotación la mitad del planeta recibe la luz del sol y la otra mitad se sumerge en la oscuridad. El conjunto de 365 días hacen un año y como 75 años conforman una vida humana. Mi vida no dura años. Nace y renace cuando el sol me alumbra. Y cada día, al despertar, cuando me sorprendo vivo, inmediatamente mi ser pregunta por tu presencia, donde estas. Solo en la noche, cuando me abate la inconciencia me separo de ti y muero. Aun en sueños mi espíritu te busca y si no te encuentra, se aturde con el caos de mi mundo onírico, hasta que salgo de ese marasmo, a revivir cuando amanece el día y a preguntar otra vez… por ti.
-¡Qué lindo eres!
Me acerqué a ella y la abracé. Sentí su cuerpo, su torso con mis manos, sus senos con mi pecho, su vientre con mi vientre. Al separarnos besé su frente.
-¡Vamos a dar un vuelo! Le grité.
-¿Un vuelo? – Lo pensó un segundo y dijo -¡Vamos pues!
Y al instante estábamos en una pradera con una avioneta de color amarilla, monomotor esperándonos para pasear.
-¿Qué vamos hacer? -Inquirió
-¡Volar! –Le repliqué
-¿Sabes volar? –Preguntó.
-¡No! No necesitamos saber, recuerda que estamos en un sueño.
-Aun así, tengo miedo de caer.
-Eso es lo mágico de los sueños.
Nos apeamos a la cabina, Cecilia se sentó atrás y yo adelante. Me amarré una bufanda al cuello y unos lentes de pilotear.
-Ponte esta bufanda y estos lentes – Le pedí.
-¿Por qué no me das un paracaídas también? Por si acaso.
-Tú ya tienes alas.
-¡Que gracioso!
Eché a andar el motor. Éste tosió un poco y la avioneta comenzó a rodar. Después de un rato empezó a elevarse y dejamos el suelo. Hacia sol y unas cuantas nubes de algodón flotaban en el cielo. Mirando el horizonte me percate de algo inusual.
-¡Mira Cecilia, una nube se ha caído!
-¿Cómo que una nube se ha caído? ¡Una nube no se cae!
-¡Si, mira!
De lo alto de una cadena de nubes, una de ellas se había caído a la tierra y solo quedaba atada al resto de las otras nubes por unos tiras y retazos de nube.
-¡Es cierto! ¡Que loco!
Atravesamos un valle y enrumbamos hacia el mar.
El océano lucia azul-verdoso y decidí volar a ras. Volé tan bajo que el agua comenzó a salpicar.
-¡Me estoy mojando! –Gritó Cecilia
-Está bien. Subiré lo más alto que pueda.
Jalé la palanca y elevé el morro mientras pisaba el pedal. La avioneta subía pero lentamente.
-Ya estamos muy alto, ya no veo la tierra –Me advirtió Cecilia.
-Pararé de subir.
Bajé lentamente el morro y quité poco a poco el pie del pedal.
-¿Qué tal ahora?
-Está mejor.
-¿Qué tal sin manos?
-¿Cómo que sin manos?
-Levanta las manos cuando yo te diga.
Coloqué el morro lo más derecho que pude. Y le grité.
-¡Sin manos!
-¡Sin manosssssssssss! –gritó Cecilia también.
Y así, con los brazos en alto volamos un rato mientras la avioneta se dirigía al sol.
De regreso a tierra le pregunté,
-¿Qué te pareció?
-¡Súper emocionante!
-Así quisiera irme de este mundo.
-No te entiendo.
-Si he de morir un día, quisiera hacerlo así, montado en una avioneta, sobre un mar verde y cielo azul y de allí dar un salto a la eternidad.

-Se ve que estás loco, pero cada loco con su lema.
                                       ********



No hay comentarios.:

Publicar un comentario