miércoles, 5 de abril de 2017

Tranca asnal


A principios de los setenta, como en una diáspora, los habitantes de las diferentes culturas que conforman el Perú se dispersaron y muchos de ellos comenzaron a cercar a la capital. No fue una excepción Charango, el Charapa, Chuquipoma, Quispe, Vilca y muchos más. Y cuando vienen, suelen juntarse naturalmente con su gente, gente de su pueblo, de su provincia, de su departamento, de su lugar.
Cuando Charango llegó recién a la capital aún tenía la piel blanquecina de recibir muy poco rayos del sol en su tierra, Puno, y conservaba el color rojo en las mejillas, producto del frio que quema en las alturas. Cuando lo conocí en San Marcos, Charango se afanaba por no parecer, no digo provinciano, porque tenía un orgullo interno de serlo, sino de no parecer muy ingenuo frente a la picardía y las malas mañas de los limeños, de los capitalinos.
En lo que prontamente se ponen de acuerdo los estudiantes en la universidad no son obviamente las posiciones políticas, las afinidades deportivas ni menos las religiosas. Tampoco importa la provincia o el pueblo o la cultura a la que pertenecen. Lo que pronto nos homogeniza es la pasión desmedida e incondicional por la borrachera. Desligados prácticamente de padre y madre, con solo la responsabilidad de estudiar y chicas que afanar, nuestra visión del futuro se limitaba a donde y cuando seria la próxima borrachera.
De esas borracheras, Lucho tenía sus preferencias. Había una que superaba a otras en intensidad y lograba llevar al participante a un estado de liberación de las limitaciones del cuerpo, hacia estados supras de la mente, donde la percepción sensorial se reducía al mínimo y se concentraba en acelerar y mantener el efecto de desprendimiento material. En ese estado se podía alterar el tiempo, hacerlo más corto o más largo; las distancias se corrompían y el movimiento podíamos acelerarlo o retardarlo, tanto que parecía que estábamos haciendo una caminata lunar. Llegábamos a un estado tal de ingravidez que nuestros cuerpos, desafiando a las leyes de física y del espacio unificado, se balanceaban casi hasta tocar el suelo, sin caerse. A esos estados disociados de la mente Charango la llamaba una “tranca asnal”. Lo que causaba que nos imagináramos como burros libando licor, rebuznando y terminando después más brutos de lo que éramos cuando entramos a la universidad.


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