-A ver
Charango, ¿qué costumbres practican en tu tierra? - Preguntó Chara
al cabo de una conversación que teníamos sobre
la sexualidad en la cultura indígena.
Chullo
reclamó que nosotros habíamos inventado el amor libre y la convivencia antes que
los gringos.
-¡Nosotros teníamos
servinacuy!
-Es cierto
Chullo, antes de la conquista española la sexualidad en la vida era libre,
aceptada como una práctica natural, sin la estigma del pecado –Comento Chara.
-¿Cómo pudieron
reproducir escenas tan variadas y sensuales en su cerámicas? –Preguntó Palomino,
el ayacuchano.
-¿Cómo crees
que los mochicas y chimúes grabaron sus huacos eróticos? ¿Tú crees que paraban “sapeando”
a las parejas cuando estaban teniendo sus relaciones sexuales? –Esgrimió Chullo.
-Cierto,
porque ¿cómo crees Palomino que pudieron reproducirlas en las cerámicas si es
que no eran visibles y conocibles? –Siguió opinando Chara.
Chara
contaba que los jóvenes se conocían en las fiestas de la cosecha y recolección
y en esos jolgorios se iniciaban en las relaciones sentimentales y sexuales.
Estas experiencias se facilitaban por el empleo de técnicas y conocimientos
para evitar el embarazo.
-¡No usábamos
condón ni píldoras! –exclamaba Chullo
-Es cierto,
la vida sexual en el Perú era más sana que la que trajeron los españoles. No veían
las prácticas, como la sodomía, como pecado, tampoco el travestismo, ni la
homosexualidad.
-Chara, se
ve que eres experto en el tema de la sexualidad en el mundo andino – Opinó Palomino.
-Fíjate
bien, los huacos eróticos eran el reflejo de que las prácticas sexuales eran
comunes en su diversidad y variaciones.
-Hasta que
vinieron los españoles con su doctrina del infierno donde se quemarían los que
cometieran esas prácticas –Sentenció Chullo.
-¿Ustedes
saben que es… el arrastre? –Preguntó Charango, titubeando.
-¡No! –
dijeron todos
-Les contaré. Cuando
vivía en Juli nos reuníamos un grupo de amigos para hacer “arrastre”. Después
clases y hacer las tareas, nos juntábamos un grupo en la calle y conversábamos,
de cualquier cosa, hasta que uno se le ocurría algo y preguntaba ¿vamos
hacer arrastre?
Y todos respondían,
¡ya pues! Así que, a eso de las siete de la noche, cuando estaba oscuro, salíamos
a recorrer las calles más que todo alejadas. Andando nos topamos con lo que buscábamos.
Era una chola, de polleras azules, su manto de lana y su sombrero de paño. Al
verla, le caímos encima y a la voz de “!arrastre, arrastre! la llevamos a unos
matorrales. La chola pateaba y se defendía como podía, pero nosotros éramos
cinco. Al final, la agarramos bien y cada uno se subió encima y luego nos
fuimos corriendo.
Al día
siguiente, estábamos en el colegio, en la clase de matemáticas cuando entró el
director con la chola con la que hicimos el arrastre.
-¡Ya nos
jodimos! Le dije a un amigo al verla.
EL director
pidió un momento al profesor. La chola nos vio.
-¡Esos son,
esos son director!- Le gritó al director.
Ni modo, me
dije entre mí, ¡ya me fregué!
El director
nos sacó afuera del aula.
-¿Así que anoche salieron a hacer maldades, no?
- Nos preguntó colérico.
Nosotros estábamos
mudos de miedo. Me llegó la hora, pensé. El escándalo que se armaría, con mi
mamá, mi papá, mis hermanas, mi tía, mi abuelita cuando se enteren de
todo lo que hacía. Y lo peor de todo es que ellos me creían un santo.
-Aquí la señorita
reclama que ustedes le robaron su sombrero ayer - El director prosiguió.
-¡Queeeeee!
exclamamos todos al unísono, un grito que parecía de protesta frente a una
calumnia pero la verdad es que fue la expresión de un colosal asombro. Con esta
reacción ganábamos tiempo para que nuestros cerebros procesen lo que estaba pasando y esgrimir una respuesta
que nos salve la vida.
-¡No señor
director, nosotros no hemos cogido nada!-Ya repuestos y más cínicos que un político,
lo negamos todo con contundencia.
-¡Si señor
director, ellos fueron!- La chola insistió.
El director
nos miró enojado.
-¡Nos le
creo nada! Así que ¡van a tener que pagar el sombrero o llamo a sus padres!
Al final
tuvimos que pagar cinco soles entre todos.
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