Muchas veces en la vida suceden cosas contrarias a lo
que esperamos, hagamos lo que hagamos, las cosas se manifiestan siguiendo un
plan, no el de nosotros.
Extrañaba tanto a Cecilia que quise comunicarme con
ella a través de los sueños, como lo hacía antes. Me dormía pensando en ella.
Llamaba su nombre en la frontera de la vigilia. Pero no venía, no venía.
Una noche me sumergí en mis sueños. Me vi en un amplio
patio de escasa luz. La vi caminando con su hermana. La seguí y la pude separar
de ella. Me acerqué dispuesto a hablarle. Sin decir una palabra me dijo que tenía
que hacer. Caminamos lado a lado por la calle Capón donde un montón de
bicicletas, cargadores y gente con paquetes transitando nos atropellaban al
caminar. Tuvimos que andar en hilera hasta que encontramos una escalera. Subimos
a un primer nivel y encontramos calles más anchas por donde corrían omnibuses rojos
de dos pisos. Me dije que estábamos en Londres. Andando llegamos a la Plaza
Trafalgar que me recordó a la primera cuadra del Paseo de La Republica. Nos
sentamos y sin mirarme me habló:
-¿Por qué me llamas?
-Te quiero y sé que tú también me quieres. Quería
verte, saber de ti.
No es posible vernos.
-Pero, ¿ni en sueños?
-Ni aun en sueños porque los sueños repercuten en la
realidad. Para ti es fácil porque no tienes a nadie pero yo tengo un compromiso.
Le cogí la mano.
-No es justo que ni aun en sueños te pueda amar.
-No
es cuestión de justicia, es cuestión de sacrificio.
Le había cogido la mano pero no me miraba,
miraba el horizonte, el cielo y el suelo pero no mis ojos. Me acerque más a
ella, no se movió. Despacio aproximé mi rostro, mis labios buscaban sus labios.
A un instante de besarla, sus ojos miraron los míos. En ese instante conocí de
su dolor, su sufrimiento, angustia y temor. Pero también supe de su amor, de
sus ansias de querer y ser querida, de ser feliz y vivir una vida que no había vivido
hasta ahora. Cuando mis labios se juntaron con los de ella, cerró sus ojos. Y sentí
como si hubiera besado a un espíritu.
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