jueves, 26 de enero de 2017

Cecilia XVIII


En sueños todo puede pasar, hasta que los elefantes vuelen. Pero no con mis sueños con Cecilia. Eran como una vida normal, totalmente normal o… casi.
Un día estábamos en una fiesta con unos amigos, entre ellos estaba el que iba a ser su esposo. No es que lo hayamos invitado, es que las cosas que habitan en nuestra mente se materializan en nuestros sueños. Así que allí estaba, conversando afanosamente con Ceci. Y era fastidiosamente empalagoso, "que estudio esto, que hago esto, que tengo aquello". Cansado de su parloteo le pregunto a Ceci mentalmente
-¿Porque no nos vamos de aquí?
Estaba sentada en un sofá en medio de una amiga y el fastidioso ese. Yo estaba frente a ella, sentado en un puf, mirándola embobado, como vestía, como movía las manos al hablar, el rumbo de sus ojos y las muecas de su rostro. Para irme de allí bastaba con hacerme humo instantáneamente pero no solo, sino con Cecilia. Le pregunto
-¿Te molesta mucho?
-Me estaba preguntando como me enamoré de este. Contestó.
-Ahora ya lo sabes, vámonos.
La lleve a la playa, pero no al espacio exterior donde fuimos un día, sino a la playa del León dormido. Me imaginé esa playa porque había ido muchas veces de niño. Me gustaba el boquerón que el mar había cavado en una montaña que se había atrevido a aproximarse mucho al mar. Las olas lo golpeaban incesantemente y al entrar al boquerón el mar rugía en su interior y su rugido se escuchaba en toda la playa. Caminamos por la orilla, íbamos de pantalones cortos, sandalias y camisetas.
-Hagamos un castillo. Le propuse.
Y arrodillada comenzó a escarbar la arena con sus manos. Me decía que cada vez que iba a la playa trataba de construir un castillo de arena pero el mar siempre la vencía.
-Esta vez será diferente. Me dijo

Pero yo ya veía algo diferente. Sin pensar, mis ojos se habían detenido a mirar las piernas desnudas de Cecilia. Flexionadas por estar de rodillas, las vi bonitas, bien formadas y bronceadas. Al salir de mi asombro, me dije que Cecilia seguramente había leído mis pensamientos. No es que todos mis pensamientos los pueda leer, tiene que dirigir su atención para hacerlo, como mover una antena para captar lo que pasa por mi mente. Esperaba que no. No sabía cómo ella podía haberlo tomado. No, no había pasado nada entre nosotros, más que andar tomados de la mano y algún abrazo. Yo no tenía ninguna otra intención. Me deleitaba viéndola, saborear su presencia, sentirla cerca. ¿Qué más podía pedir un hombre enamorado? Y es que estaba enamorado y solo pensamientos románticos reinaban mi corazón. Pero prácticamente la estaba tocando con mis ojos. Pero no, aun no se presentaba el deseo. ¿Acaso hace falta? Pero, ¿y si en ella anidó ya el deseo y yo me estoy quedando rezagado? ¿Cómo poder saberlo? No quiero imaginar que algún día me cante “Palabras, palabras” de Silvana de Lorenzo. ¡Uyy caray! me di cuenta ¡Esa canción ya antes me la habían cantado!

No hay comentarios.:

Publicar un comentario