En sueños todo puede pasar, hasta que los elefantes vuelen.
Pero no con mis sueños con Cecilia. Eran como una vida normal, totalmente
normal o… casi.
Un día estábamos en una fiesta con unos amigos, entre
ellos estaba el que iba a ser su esposo. No es que lo hayamos invitado, es que
las cosas que habitan en nuestra mente se materializan en nuestros sueños. Así
que allí estaba, conversando afanosamente con Ceci. Y era fastidiosamente
empalagoso, "que estudio esto, que hago esto, que tengo aquello". Cansado de su
parloteo le pregunto a Ceci mentalmente
-¿Porque no nos vamos de aquí?
Estaba sentada en un sofá en medio de una amiga
y el fastidioso ese. Yo estaba frente a ella, sentado en un puf, mirándola
embobado, como vestía, como movía las manos al hablar, el rumbo de sus ojos y
las muecas de su rostro. Para irme de allí bastaba con hacerme humo
instantáneamente pero no solo, sino con Cecilia. Le pregunto
-¿Te molesta mucho?
-Me estaba preguntando como me enamoré de este. Contestó.
-Ahora ya lo sabes, vámonos.
La lleve a la playa, pero no al espacio exterior donde
fuimos un día, sino a la playa del León dormido. Me imaginé esa playa porque había ido muchas veces
de niño. Me gustaba el boquerón que el mar había cavado en una montaña que se
había atrevido a aproximarse mucho al mar. Las olas lo golpeaban incesantemente
y al entrar al boquerón el mar rugía en su interior y su rugido se escuchaba en
toda la playa. Caminamos por la orilla, íbamos de pantalones cortos, sandalias
y camisetas.
-Hagamos un castillo. Le propuse.
Y arrodillada comenzó a escarbar la arena con sus
manos. Me decía que cada vez que iba a la playa trataba de construir un
castillo de arena pero el mar siempre la vencía.
-Esta vez será diferente. Me dijo
Pero yo ya veía algo diferente. Sin pensar, mis ojos se
habían detenido a mirar las piernas desnudas de Cecilia. Flexionadas por estar
de rodillas, las vi bonitas, bien formadas y bronceadas. Al salir de mi asombro, me dije que Cecilia seguramente había leído mis pensamientos. No es que todos
mis pensamientos los pueda leer, tiene que dirigir su atención para hacerlo,
como mover una antena para captar lo que pasa por mi mente. Esperaba que no. No
sabía cómo ella podía haberlo tomado. No, no había pasado nada entre nosotros, más
que andar tomados de la mano y algún abrazo. Yo no tenía ninguna otra
intención. Me deleitaba viéndola, saborear su presencia, sentirla cerca. ¿Qué más
podía pedir un hombre enamorado? Y es que estaba enamorado y solo pensamientos
románticos reinaban mi corazón. Pero prácticamente la estaba tocando con mis
ojos. Pero no, aun no se presentaba el deseo. ¿Acaso hace falta? Pero, ¿y si en
ella anidó ya el deseo
y yo me estoy quedando rezagado? ¿Cómo poder saberlo? No quiero imaginar que
algún día me cante “Palabras, palabras” de Silvana de Lorenzo. ¡Uyy caray! me
di cuenta ¡Esa canción ya antes me la habían cantado!
No hay comentarios.:
Publicar un comentario