Estaba sentado en la banca del
jardín donde nos vimos Cecilia y yo la primera vez. Me puse a pensar en lo que
sucedió en el café. Me pareció glorioso, un placer inesperado, una gloria
alcanzada. Pero no sabía cómo reaccionar, si debía decirle algo o comentar algo.
Aunque, todo estaba bien para mí. ¿Acaso era necesario palabras? ¿O sí? Una
canción francesa, Non, je ne regrette
rien daba vueltas en mi mente que me
hizo cantar “¡No! nada de nada, ¡no! no lamento nada, ni el bien que me han
hecho, ni el mal”.
Entonces
la vi venir por el camino de flores que conducía hasta aquí. Venía con un
vestido blanco de mangas cortas, más abajo de las rodillas y unas sandalias
marrones, Llevaba el pelo suelto con un pequeño cerquillo ondulado sobre la
frente. La mire desde lejos mientras ella miraba las flores. Estando más cerca
me miro y sonrió.
-Hola
–me dijo
-Hola
amor, ¿Cómo estás? –mi voz respondió.
-Muy
bien, ¿y tú?
-Te
veo y estoy bien.
-Ósea
que soy tu doctora.
-La
que me cura y la que me enferma si no te veo.
-¿Tanto
poder tengo?
-Puedes
destruir y construir mi mundo las veces que quieras.
-No
suena muy bonito eso.
-Puedes,
pero no lo haces y eso es lo bueno.
-De
lo que te libras.
Nos
quedamos en silencio un breve momento
-¿Quieres
ir a alguna parte?
-Quedémonos
aquí.
-¡Fenomenal!
-Quiero
preguntarte algo.
-Pregunta.
-Tú
dices que me quieres, ¿no?
-Por
supuesto, te quiero mucho.
-¿Cuánto es mucho?
-Es
mucho porque mi amor no tiene límites, se extiende y desborda mi corazón y se
sale fuera de mi cuerpo y de allí a todo el universo. No lo puedo medir porque
no tiene medida. Cuando miro al cielo, en la noche, mi amor por ti alcanza a
las estrellas que brillan en el infinito. Pero no es solo un sentimiento lo que
me impulsa a querer que seas feliz. Es la razón que me motiva a hacer todo lo
posible para que seas feliz. Porque si tú eres feliz yo soy feliz y si estas
triste, tu tristeza es la mía. Al final, gracias a ti yo vivo, sin ti, solo
existo.
La miré a los ojos, me miró y
bajó levemente su mirada. Hubo un silencio y luego Cecilia habló.
-Te pregunté porque quería que
sepas que yo también te quiero.
Y volteando su vista hacia mí,
nos abrazamos los dos.
Al fin oí lo que creí imposible de escuchar; que de
sus labios fluyeran palabras mágicas que me elevaran del suelo y me sostuvieran
en el aire, en un estado de exaltación sublime. He allí que hoy puedo dar
testimonio que el amor es un regalo divino de Dios al ser humano.
Estaba sentado en la banca del
jardín donde nos vimos Cecilia y yo la primera vez. Me puse a pensar en lo que
sucedió en el café. Me pareció glorioso, un placer inesperado, una gloria
alcanzada. Pero no sabía cómo reaccionar, si debía decirle algo o comentar algo.
Aunque, todo estaba bien para mí. ¿Acaso era necesario palabras? ¿O sí? Una
canción francesa, Non, je ne regrette
rien daba vueltas en mi mente que me
hizo cantar “¡No! nada de nada, ¡no! no lamento nada, ni el bien que me han
hecho, ni el mal”.
Entonces
la vi venir por el camino de flores que conducía hasta aquí. Venía con un
vestido blanco de mangas cortas, más abajo de las rodillas y unas sandalias
marrones, Llevaba el pelo suelto con un pequeño cerquillo ondulado sobre la
frente. La mire desde lejos mientras ella miraba las flores. Estando más cerca
me miro y sonrió.
-Hola
–me dijo
-Hola
amor, ¿Cómo estás? –mi voz respondió.
-Muy
bien, ¿y tú?
-Te
veo y estoy bien.
-Ósea
que soy tu doctora.
-La
que me cura y la que me enferma si no te veo.
-¿Tanto
poder tengo?
-Puedes
destruir y construir mi mundo las veces que quieras.
-No
suena muy bonito eso.
-Puedes,
pero no lo haces y eso es lo bueno.
-De
lo que te libras.
Nos
quedamos en silencio un breve momento
-¿Quieres
ir a alguna parte?
-Quedémonos
aquí.
-¡Fenomenal!
-Quiero
preguntarte algo.
-Pregunta.
-Tú
dices que me quieres, ¿no?
-Por
supuesto, te quiero mucho.
-¿Cuánto es mucho?
-Es
mucho porque mi amor no tiene límites, se extiende y desborda mi corazón y se
sale fuera de mi cuerpo y de allí a todo el universo. No lo puedo medir porque
no tiene medida. Cuando miro al cielo, en la noche, mi amor por ti alcanza a
las estrellas que brillan en el infinito. Pero no es solo un sentimiento lo que
me impulsa a querer que seas feliz. Es la razón que me motiva a hacer todo lo
posible para que seas feliz. Porque si tú eres feliz yo soy feliz y si estas
triste, tu tristeza es la mía. Al final, gracias a ti yo vivo, sin ti, solo
existo.
La miré a los ojos, me miró y
bajó levemente su mirada. Hubo un silencio y luego Cecilia habló.
-Te pregunté porque quería que
sepas que yo también te quiero.
Y volteando su vista hacia mí,
nos abrazamos los dos.
Al fin oí lo que creí imposible de escuchar; que de
sus labios fluyeran palabras mágicas que me elevaran del suelo y me sostuvieran
en el aire, en un estado de exaltación sublime. He allí que hoy puedo dar
testimonio que el amor es un regalo divino de Dios al ser humano.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario