Nos volvimos a encontrar en el bulevar donde
prometimos no volvernos a separar nunca más. Y me gusta ese paseo. La calle es
ancha para acomodar una vía secundaria, de ida y vuelta, las dos bermas a los
costados donde se instalan vendedores y ferias, los jardines que corren al lado
de las bermas y en el centro van las vías dobles donde circulan muy pocos autos.
El bulevar de quince cuadras empieza y termina en dos arcos que semejan el arco
del triunfo. Los jardines tienen flores multicolores como la retama, la flor de
amancaes, girasol y el crisantemo todas de color amarillo; también begonias,
gardenias y azucenas con su color rosado; además de rosas, lirios y gerberas que
le dan el tono rojizo y margaritas, jazmines y claveles el blanco. Claro que
también hay arbustos coloridos y geranios que dan una visión democrática a ese
paraíso. Andábamos por la derecha del bulevar, con el sol en el poniente que se filtraba por las copas de los
arboles dándonos calor. Cecilia estaba bella en sus pantalones jeans
envejecidos y una blusa blanca tejida de algodón.
-Hola corazón- Le dije
-Hola- solo eso respondió.
Yo la trataba con sumo cuidado, como una flor
en botón, como una copa de cristal, como algo sumamente delicado, como si
tuviera en mis manos su corazón. Yo la amaba pero no quería agobiarla con mi
amor. Además de sus labios no habían brotado un te quiero aun, más sé que yo le
gustaba mucho y un gran cariño debía de sentir por mí por venir a verme aquí.
Si, sus ojos parecían decir que me quería, sus labios entonaban una melodía de
amor, su risa era una carta donde yo era el destinatario pero no había palabras
que hicieran vibrar el aire al decir “te quiero amor”.
Pero estaba allí conmigo. Y allí estábamos los
dos paseando por el jardín.
-¿Qué flor te gusta mi amor?
-Me gusta la violeta.
Arranque una y se la di en su mano mientras le
di un beso en la mejilla. Ella sonrió
-¿Quieres conocer Paris? -Se me ocurrió.
-Debe ser bonito. Siempre hablan de Paris,
sino los pintores, los poetas y escritores y por último los enamorados. Si
vamos pues.
En un cerrar y abrir de ojos estábamos en la
explanada de la Torre Eiffel. Pensé, que más representativo que este lugar para
empezar a conocer la ciudad luz.
Empezamos a subir las escaleras de este
colosal monumento de fierro. Poco a poco las cosas desde lo alto se
empequeñecían pero a la vez nuestra visión se extendía.
-¡Mira! Ese es el Campo de Marte.
-¿Cómo Lima?
-¡Aja! Tiene el mismo nombre pero este es más
grande.
Seguimos escalando y llegamos hasta un
descanso, una plataforma que alojaba un sobrio y austero restaurante “El 58
Tour Eiffel”. Nos sentamos a descansar. Vi que ofrecían vino y champan.
-¿Qué deseas beber? Le pregunté
-Sería bueno probar el champan, ¿no? Pues venir hasta aquí y no saborearlo sería un
crimen de lesa humanidad.
-Sí, tomar el Chapman y hacernos dueños de la
ciudad.
Tomamos las copas de champan y brindamos
-¡Por el amor! -Dije
-¡Por el amor -respondió Cecilia.
Degustamos un poco, luego meneamos la copa y
dimos otro sorbo. Las burbujas del champan estallaban en nuestras bocas, perfumaban
nuestro aliento y adormecía nuestras cabezas.
-Está rico- comentó.
Estuvimos deleitándonos con el champan y
mirándonos. La mire fijamente, me miro también por un instante y luego, haciendo
a un lado su mirada hizo, sonriendo, una leve mueca con sus labios.
-¿Seguimos subiendo? Preguntó
-Sí, vamos a ver hasta donde llegamos. Son
como 3000 escalones y ya habremos subido 50.
-Si vamos
El champan se nos había subido a la casa y
subíamos riendo más fuerte.
Cecilia subía por delante por gente bajaba al
mismo tiempo. Entonces vi la figura de su cuerpo arriba mio. Vi su blusa ondulante
por el viento y vi sus jeans ceñidos a sus caderas y a sus piernas. Y me gustó.
Algo se revolvió dentro de mí. Quería alcanzarla y estrujarla con mis brazos.
Ella sonreía lo que me provocaba aún más. Llegamos hasta el segundo nivel. Había
un restaurante llamado el “Jules Verne” y nos sentamos a comer.
-¿Qué tal si comemos algo típico de Paris, de
Francia?
-Ya pues.
-Acá dice que los mussels es un plato típico
en Paris.
-Muy bien ordenemos mussels.
Nos trajeron como una olla de… choros.
-¿Esto es mussels?
-De repente sabe diferente en francés.
Probamos los mussels. Tenía poca sal, estaba
aderezada con cebolla y ajo y una verdura que no sabíamos que era.
-Yo preferiría cien veces choritos a la
chalaca- comentó
-Yo también.
-¿Y de postre?
-¿Qué tal si pedimos “Creme Brulee”?
-Suena bien
Nos trajeron nuestros postres.
-Esto parece… ¡leche asada!
-Sí, con nombre francés.
Claro que lo degustamos pero no pudimos dejar
de pensar que la leche asada que venden en el mercado de mi barrio es más rica
que aquí en parís en el “Jules Verne” de la Torre Eiffel.
Bajamos de la
Torre Eiffel y caminamos un rato por el
Campo de Marte., Al lado corría el Sena y al otro lado se vislumbraba casas y
departamentos. Algunos niños jugaban en el pasto y algunas parejas se besaban
en las bancas. Entonces me anime. Le cogí
su mano y la conduje a un árbol en medio del jardín. Yo me había imaginado una
noche con la luz de la luna cuando besaría a Cecilia pero era de día y con
pleno sol. Pero no pude resistirme más. El champan, Paris, la Torre Eiffel, el
campo de marte, todo me susurraba ¡bésala!
Me recosté en el árbol y la atraje sobre mí.
Me miró presintiendo lo que estaba a punto de suceder. La cogí de la cintura y
ella se dejó llevar. Nuestros rostros se acercaban y antes de que nuestros
labios se juntaran, cerró sus ojos y yo los
cerré también. Mis labios sintieron los suyos, tibios y tersos. Y en ese
instante la reconocí. El beso al unirme me separó de ella para hacerme consiente
de su ser, de su existencia allí, en mi vida, como la otredad que mi yo carecía.
Y al amarla conocí la verdad, que el tanto amar a alguien, el amor al
desbordarse, regresa a ti. Y el beso fue y se propagó por todo mi cuerpo. Una sensación
de bienestar me embriagó. Pero luego de un momento, mi urgencia cambió. Sentí
la necesidad de llevarla dentro de mí y de introducirme dentro de ella. La caricia
de sus labios se tornó en una presión de desesperación. Mi boca quería abrirse
para tragarme a Cecilia entera. Forcejeamos un poco hasta que Cecilia se soltó.
Nos compusimos lentamente y salimos del jardín.
-¿Vamos a caminar por los Campos Eliseos? Le
pregunté, por tener algo que decir.
-Vamos pues- Me dijo casi casi cantando al
final de la frase o eso es lo que creí oír.
Entramos al bulevar pues era una suerte de
bulevar con aceras anchas para caminar con las tiendas, cafés, restaurantes y
negocios para observar.
-Eso me recuerda un poco a la Avenida Larco.
-Sí, es cierto. Un poco más ancho pero es el
mismo concepto.
-Todas las capitales de los países modernos
tienen casi la misma fisonomía.
-Sí, y no es casual.
-¿Por qué no es casual? Me lo vas a tener que
explicar, ¡eh!
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