miércoles, 8 de febrero de 2017

Cecilia XX


Nos volvimos a encontrar en el bulevar donde prometimos no volvernos a separar nunca más. Y me gusta ese paseo. La calle es ancha para acomodar una vía secundaria, de ida y vuelta, las dos bermas a los costados donde se instalan vendedores y ferias, los jardines que corren al lado de las bermas y en el centro van las vías dobles donde circulan muy pocos autos. El bulevar de quince cuadras empieza y termina en dos arcos que semejan el arco del triunfo. Los jardines tienen flores multicolores como la retama, la flor de amancaes, girasol y el crisantemo todas de color amarillo; también begonias, gardenias y azucenas con su color rosado; además de rosas, lirios y gerberas que le dan el tono rojizo y margaritas, jazmines y claveles el blanco. Claro que también hay arbustos coloridos y geranios que dan una visión democrática a ese paraíso. Andábamos por la derecha del bulevar, con el sol en el poniente que se filtraba por las copas de los arboles dándonos calor. Cecilia estaba bella en sus pantalones jeans envejecidos y una blusa blanca tejida de algodón.
-Hola corazón- Le dije
-Hola- solo eso respondió.
Yo la trataba con sumo cuidado, como una flor en botón, como una copa de cristal, como algo sumamente delicado, como si tuviera en mis manos su corazón. Yo la amaba pero no quería agobiarla con mi amor. Además de sus labios no habían brotado un te quiero aun, más sé que yo le gustaba mucho y un gran cariño debía de sentir por mí por venir a verme aquí. Si, sus ojos parecían decir que me quería, sus labios entonaban una melodía de amor, su risa era una carta donde yo era el destinatario pero no había palabras que hicieran vibrar el aire al decir “te quiero amor”.
Pero estaba allí conmigo. Y allí estábamos los dos paseando por el jardín.
-¿Qué flor te gusta mi amor?
-Me gusta la violeta.
Arranque una y se la di en su mano mientras le di un beso en la mejilla. Ella sonrió
-¿Quieres conocer Paris? -Se me ocurrió.
-Debe ser bonito. Siempre hablan de Paris, sino los pintores, los poetas y escritores y por último los enamorados. Si vamos pues.
En un cerrar y abrir de ojos estábamos en la explanada de la Torre Eiffel. Pensé, que más representativo que este lugar para empezar a conocer la ciudad luz.
Empezamos a subir las escaleras de este colosal monumento de fierro. Poco a poco las cosas desde lo alto se empequeñecían pero a la vez nuestra visión se extendía.
-¡Mira! Ese es el Campo de Marte.
-¿Cómo Lima?
-¡Aja! Tiene el mismo nombre pero este es más grande.
Seguimos escalando y llegamos hasta un descanso, una plataforma que alojaba un sobrio y austero restaurante “El 58 Tour Eiffel”. Nos sentamos a descansar. Vi que ofrecían vino y champan.
-¿Qué deseas beber? Le pregunté
-Sería bueno probar el champan, ¿no?  Pues venir hasta aquí y no saborearlo sería un crimen de lesa humanidad.
-Sí, tomar el Chapman y hacernos dueños de la ciudad.
Tomamos las copas de champan y brindamos
-¡Por el amor! -Dije
-¡Por el amor -respondió Cecilia.
Degustamos un poco, luego meneamos la copa y dimos otro sorbo. Las burbujas del champan estallaban en nuestras bocas, perfumaban nuestro aliento y adormecía nuestras cabezas.
-Está rico- comentó.
Estuvimos deleitándonos con el champan y mirándonos. La mire fijamente, me miro también por un instante y luego, haciendo a un lado su mirada hizo, sonriendo, una leve mueca con sus labios.
-¿Seguimos subiendo? Preguntó
-Sí, vamos a ver hasta donde llegamos. Son como 3000 escalones y ya habremos subido 50.
-Si vamos
El champan se nos había subido a la casa y subíamos riendo más fuerte.
Cecilia subía por delante por gente bajaba al mismo tiempo. Entonces vi la figura de su cuerpo arriba mio. Vi su blusa ondulante por el viento y vi sus jeans ceñidos a sus caderas y a sus piernas. Y me gustó. Algo se revolvió dentro de mí. Quería alcanzarla y estrujarla con mis brazos. Ella sonreía lo que me provocaba aún más. Llegamos hasta el segundo nivel. Había un restaurante llamado el “Jules Verne” y nos sentamos a comer.
-¿Qué tal si comemos algo típico de Paris, de Francia?
-Ya pues.
-Acá dice que los mussels es un plato típico en Paris.
-Muy bien ordenemos mussels.
Nos trajeron como una olla de… choros.
-¿Esto es mussels?
-De repente sabe diferente en francés.
Probamos los mussels. Tenía poca sal, estaba aderezada con cebolla y ajo y una verdura que no sabíamos que era.
-Yo preferiría cien veces choritos a la chalaca- comentó
-Yo también.
-¿Y de postre?
-¿Qué tal si pedimos “Creme Brulee”?
-Suena bien
Nos trajeron nuestros postres.
-Esto parece… ¡leche asada!
-Sí, con nombre francés.
Claro que lo degustamos pero no pudimos dejar de pensar que la leche asada que venden en el mercado de mi barrio es más rica que aquí en parís en el “Jules Verne” de la Torre Eiffel.
Bajamos de la Torre Eiffel y caminamos un  rato por el Campo de Marte., Al lado corría el Sena y al otro lado se vislumbraba casas y departamentos. Algunos niños jugaban en el pasto y algunas parejas se besaban en las bancas.  Entonces me anime. Le cogí su mano y la conduje a un árbol en medio del jardín. Yo me había imaginado una noche con la luz de la luna cuando besaría a Cecilia pero era de día y con pleno sol. Pero no pude resistirme más. El champan, Paris, la Torre Eiffel, el campo de marte, todo me susurraba ¡bésala!
Me recosté en el árbol y la atraje sobre mí. Me miró presintiendo lo que estaba a punto de suceder. La cogí de la cintura y ella se dejó llevar. Nuestros rostros se acercaban y antes de que nuestros labios se juntaran, cerró sus ojos y yo los  cerré también. Mis labios sintieron los suyos, tibios y tersos. Y en ese instante la reconocí. El beso al unirme me separó de ella para hacerme consiente de su ser, de su existencia allí, en mi vida, como la otredad que mi yo carecía. Y al amarla conocí la verdad, que el tanto amar a alguien, el amor al desbordarse, regresa a ti. Y el beso fue y se propagó por todo mi cuerpo. Una sensación de bienestar me embriagó. Pero luego de un momento, mi urgencia cambió. Sentí la necesidad de llevarla dentro de mí y de introducirme dentro de ella. La caricia de sus labios se tornó en una presión de desesperación. Mi boca quería abrirse para tragarme a Cecilia entera. Forcejeamos un poco hasta que Cecilia se soltó. Nos compusimos lentamente y salimos del jardín.
-¿Vamos a caminar por los Campos Eliseos? Le pregunté, por tener algo que decir.
-Vamos pues- Me dijo casi casi cantando al final de la frase o eso es lo que creí oír.
Entramos al bulevar pues era una suerte de bulevar con aceras anchas para caminar con las tiendas, cafés, restaurantes y negocios para observar.
-Eso me recuerda un poco a la Avenida Larco.
-Sí, es cierto. Un poco más ancho pero es el mismo concepto.
-Todas las capitales de los países modernos tienen casi la misma fisonomía.
-Sí, y no es casual.

-¿Por qué no es casual? Me lo vas a tener que explicar, ¡eh!

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