Habían llegado temprano a la
reunión. Ya estaban allí los miembros del grupo “Llactallayay”, Palomino,
Chara, Charango, Kanchari y el dueño de casa, David. Tenían una presentación imprevista
en la Casa del trabajador municipal del distrito de Breña y necesitaban ensayar
los temas alusivos.
-¿Y Chullo? – Preguntaron todos.
--Ayer lo fui a ver para decirle que nos íbamos a
reunir hoy –contó Palomino.
-¿Dónde vive?
-En Vitarte, por la carretera central.
-¿Te fue fácil llegar?
-No fue difícil pero ya no vuelvo a visitarlo.
-¿Por qué? ¿Te trató mal?
-No, al contrario.
-¿Entonces?
-Bueno, a veces tener un trato con demasía
familiaridad puede no ser placentero.
-Cuenta, cuenta.
Todos se entusiasmaron por entender porque le resultó desagradable la visita de
Palomino a Chullo. No es que pensaran que Chullo fuera una joya de hospitalidad
pero conocían a Palomino. Era un extremo de la formalidad. Había sido educado
para ser cura y de hecho lo fue por unos años. Estudió en un seminario en España y luego
piano en Italia.
-Chullo vive en un terreno cercado con adobe – comenzó
a relatar Palomino - La casa no tenía
dirección solo en número del lote y la manzana. Pasé varias veces por su casa pero
no la ubicaba porque había puesto la dirección con tiza blanca que ya se había
descolorido en el color barro de los adobes. Pero llegué,
toqué la puerta y no me abrían. El portón
estaba hecho de planchas gruesas de madera rustica, sin tratar, que hacían que
mis toquidos no se escucharan. Seguro que si pateaba la puerta tampoco me
hubieran escuchado. Encima de eso, por los altoparlantes de la zona se
escuchaba horriblemente y a todo volumen una cumbia. En el momento que paró momentáneamente la música
golpeé la puerta con una herramienta que tenía en mi auto. Al rato una voz
preguntó:
-¿Quién es?- Era una voz de una mujer.
-Soy Palomino. Busco a Chullo – le dije.
Hubo un silencio. Después escuche que Chullo decía
-¡Que pase, que pase, es de confianza! - No se a que
se refería con que era de confianza.
Pero entré. Apenas lo hice me quede de
una pieza.
-¡Hola ‘manito! – dijo Chullo sonriendo con sus
dientes de choclo y su cara de viscacha que me sacó de mi trance.
No recuerdo si le contesté. Pero Chullo seguía hablándome
pues vi que movía sus labios aunque yo no lo escuchaba, como si hubiese
estallado una bomba cerca de mí que me había dejado sordo. Su figura emergía
desde donde estaba sentado, agrandándose ante mis ojos de una forma surreal y
copando toda mi visión. Chullo continuaba
sentado frente a mí, pero no en una silla sino en una bacinica, sin pantalones.
-¡Nooooooo! –gritaron todos.
-Si. Entonces entendí a qué se refirió Chullo cuando
dijo que yo era de confianza.
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