jueves, 29 de marzo de 2018

El cirio Chullo



Llegamos Chara y yo con los instrumentos al teatro Pardo y Aliaga para una actuación cuando Chullo nos vio. Charlaba animosamente con Amanda Porcal en el pasadizo que comunica a los vestuarios del teatro.  Se le veía bien chuto y retaco ante la espigada, alta y altiva Sofía Loren del folklore peruano. Amanda tenía el pelo teñido de rubio que hacia contraste con su piel canela y sus ojos grandes aceitunados y negros. Su cintura angosta se expandía generosamente en unas caderas anchas y abultadas por las innumerables polleras que, como pétalos de la cebolla, la hacían semejar a una flor invertida. Su figura terminaba en un fino contorno de piernas y unos pequeños pies guardados en unos acharolados zapatos negros de taco aguja.
            Al vernos Chullo se puso más frenético que de costumbre. Escuchamos su risa burlona, cachacienta y maliciosa mientras le tomaba la mano a Amanda. La dejo y se acercó a nosotros, todo panudo, inflado como un pavo real.
-Kanchari, Amanda me pregunto por ti, que quién era mi amigo?
-¿Así?- dije mientras mire su silueta solitaria en el fondo del escenario. Me dije para mí mismo –realmente esta buena-.
-Vamos Chullo, tenemos que repasar unas canciones-dijo Chara.
-Vamos pues.
Camino a nuestro camerino vi a Amanda de reojo, paseándose por el tabladillo, como gata en celo.
Cuando vi a Chullo noté que usaba sus clásicos zapatos negros, con suela volada. Los usaba para toda ocasión, para actuar, para ensayar, para viajar, para subir cerros y hasta para enamorar. Los tenía cuando lo conocí hace treinta años y los usaba hoy cuando subió al ómnibus de la línea 55 que iba por la Avenida Perú. Eran anchos como unas lanchas y curveados hacia arriba por el eterno caminar hacia adelante. El cuero se había avejentado tanto que dejaba ver sus entrañas blanquecinas. Algunas rajaduras habían sido saturadas en el tiempo por el barro. ¿Cómo le pudo haber durado tanto? Calculo que debe de haberlos cambiado la suela más de treinta veces.
Eran las diez de la mañana y el ómnibus estaba casi vacío. Nos sentamos atrás y Chullo comenzó a hablar y a contarnos una historia. Estábamos animados pues tenía tantas ocurrencias jocosas y estrambóticas. Sintiéndose cómodo Chullo cruza su pierna derecha y la recostó sobre el muslo de la izquierda y siguió hablando animoso, gesticulando, moviendo las manos y riendo. Pero los que estábamos sentados frente a Chullo notamos algo en su zapato, un hueco en la planta. El orificio pasaba la suela y Chullo le había puesto un cartón amarillo para cubrirlo. No sé si Chullo se daba cuenta, porque aunque parecía que lo mirábamos a él, era su zapato con hueco lo que cautivaba nuestra atención y mucho más cuando meneaba el pie pues parecía que su zapato danzaba frente a nosotros.

            Esos zapatos eran los mismos que tenía puesto Chullo cuando fuimos a Chalaco, en la sierra norte de Piura, en Las Huaringas, en Pucallpa, en la selva, en Mollendo, Arequipa, en el teatro Municipal y en el Segura. Los mismos que llevaba cuando fuimos a tocar en la playa de Asia, cuando era una playa de pescadores, de gente pobre y no un balneario pituco. Y eran los mismos con que se paneaba y enamoraba a la bella Amanda Porcal.

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