Cuando Chullo tenía seis años viajo con su familia a
Mollendo, a la casa de su tía Juana, para pasar las vacaciones del verano. Fue cuando
conoció el mar
-¿Es como un rio grande?
-No, mucho más – respondió su tío Aquilino.
-¿Cómo Sibinacocha?
-¡Mucho más!
Como puede ser más grande que Sibinacocha se preguntó Chullo.
Con la frustración de no comprender que era una mar llegó a Mollendo.
Su tía Juana vivía media hora de la playa. Era domingo
y habían preparado ollas de comida y refrescos para pasar el día. Chullo iba de
la mano de su mama Justina. Le iba retumbando el corazón al acercarse y
escuchar el rumor de las olas. Un raro olor percibió su olfato, acre, como
azufre. Estaban subiendo una loma hasta que el mar quedo frente a sus ojos. Se soltó
de la mano de su mama y se acercó corriendo a la orilla.
-¡Chullo, no corras! – le grita su mama.
Chullo se detuvo y se quedó auscultando el océano. Era
más grande que las montañas que conocía, más vasto que el lago donde vivía. Era
como si el cielo se hubiera caído y era ahora el suelo. Le dio temor, por lo inmenso
pero también por movedizo que era y por el agua del mar que se curveaba al
llegar a la orilla y reventaba en la arena. Su mamá lo alcanza y jalándolo del
brazo lo llevo a la carpa que estaban armando.
-Chullito, juega con Inesita –le dijo su tía al verlo
callado.
-Armen un castillo – les sugirió.
Los dos niños se acercaron a la orilla y se pusieron a
jugar con la arena. Chullo hacia un hueco porque no sabía que era un castillo.
-Vamos hacer una casita de muñecas –dijo su primita.
Chullo tampoco entendió.
-Chullo trae agua en el baldecito – Le pidió Inesita.
La niña le alargó una balde amarillo y Chullo
se encaminó al mar.
Ya había llegado bastante gente a disfrutar de la
playa. Sarta de niños iban y venían entrando y saliendo del mar, chapoteando y haciendo
chiquilladas. Chullo decidió ir un poco más allá. Siguió caminando hasta que
vio una pequeña lomita que se había adentrado al mar. La subió y diviso un pequeño
charco que un riachuelo había formado antes de llegar al mar. Bajo lentamente
la loma y se metió al charco.
-Llevaré agua de aquí – se dijo para sí.
Pero envés de llenar el balde se puso a retozar un buen rato, como en su tierra, al borde del
rio Mapacho.
Estando jugando con el agua le pareció que a lo lejos
llamaban su nombre.
-¡Chullo!
Era una voz pero después se convirtieron en muchas
voces.
-¡Chullo! – gritaban.
Chullo escaló la lomita y vio a mucha gente
que mirando al mar lo llamaban.
-¡Chullo!
Chullo bajó de la loma y caminando entre
el tumulto que gritaba su nombre se topó con su mamá.
-¡Chullito! -¡Gracias Dios mío! –le dijo Justina y
llorando lo abraza fuerte.
-¡Chullito, me has asustado! ¿Dónde te habías metido? –Le
pregunto su mama ante el círculo de espectadores alrededor suyo.
-Allí, detrás del cerrito – Respondió Chullo cándidamente.
De pronto, en esa tierna escena de reencuentro entre mamá e hijo se cuela una mujer.
-¡Dele duro señora para que no lo haga nunca más!
Súbitamente el rostro amoroso de madre se va tornando
en una llena de cólera
…
Y así sucedió el día que Chullo conoció el mar.
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