miércoles, 22 de enero de 2020

Ormeño



Ormeño
Parecía que había nacido para ser líder estudiantil o ese rasgo lo había adquirido en una escuela de líderes. ¿Escogerán a los prospectos de líderes por su tamaño? Porque Ormeño era alto, blanco, algo importante en Perú, tanto que debería escribirse un drama titulado “La importancia de ser blanco” parafraseando la obra de Wilde, “la importancia de llamarse Ernesto. Media mas de un metro ochenta y pico. Era de complexión gruesa sin ser gordo. Usaba barba como Freud y lentes como el artista que hizo “Tiburón”, Richard Dreyfuss.
Ingresó a la Facultad de Filosofía de San Marcos junto con nosotros pero rápido se colocó en la escalinata que conduce a ser dirigente estudiantil. Sus intervenciones en las asambleas eran mesuradas, tragaba aire antes de responder algo, aguardaba un segundo o más para crear un silencio apropiado, un tiempo vacío de sonidos, para limpiar del espectro aural, las frases dichas por su antagonista interlocutor. Acomodaba las cuerdas vocales, adoptaba una postura serena y tranquila y empezaba a hablar: “Compañeros, en ese sentido,...”.
Su mira era la secretaria general, cargo que lo ostentaba Manrique, un “eterno estudiante” de derecho, con más de diez años, próximo a cumplir doce en el programa. Así que Ormeño tenía que correr rápido.
Y lo hizo. En el segundo semestre ya era secretario estudiantil de los estudiantes de filosofía. En el segundo año era subsecretario de cultura del Pabellón de letras. Su carrera meteórica a la secretaria era facilitada por la inercia, inactividad y falsas promesas que hacían a los estudiantes. Como el que hizo Nique en los exteriores de la ciudad universitaria a donde nos llevaron para jurar ante nosotros, que no permitiría la construcción del “cerco cuartelario”; que “cerco que levante el gobierno, cerco que sería destruido”. 
Ormeño no llego a culminar sus sueños, lo sepulto un aluvión. Había varios grupos de izquierda dentro de San Marcos que se disputaban el control político de los gremios: patria roja, trotskistas, maoístas, izquierda unida y otro grupo que no se le tomaba en cuenta,... aún.
Solíamos reunirnos entre clase y clase en los puestos-kioscos-cafés-restaurantes  de triplay que se habían levantado a lo largo de casi todos las veredas que cruzaban la ciudad universitaria. Casi siempre con Lucho, Ormeño, el charapa, Raúl y Rojas.
-Creemos que la lucha del movimiento social de estos momentos, liderada por el proletariado, conducirá a la toma del poder – proclamaba Ormeño.
-¿Democráticamente? ¿a través de elecciones? – pregunto el Charapa, incrédulo.
-“Excepto el poder, todo es ilusión”. ¿Eso no te hace pensar que es un sueño creer que tras de un procedimiento burgués el proletario llegara al poder? Si la historia ha demostrado que solo a través de la violencia es que se ha conseguido cambios revolucionarios en el mundo – replico críticamente Raúl.
-Creemos que se debe de aprovechar todos los espacios democráticos abiertos por la lucha de nuestro pueblo para avanzar y coadyuvar en la lucha – sentenciaba Ormeño.
-¿Eso no es perder el tiempo? Más bien se debería empezar a armar al pueblo para la toma del poder – exclamo Raúl.
Ormeño respira, traga saliva, aclara la garganta y espera…
-Creemos que la vía por la violencia no está cancelada compañeros, solo que debemos de agotar todos los medios y los atajos que nos brindan las circunstancias – agrego Ormeño, queriendo armonizar la polémica.
Lucho, el puneño, nunca hablaba en las polémicas, parecía fastidiado, solo comentaba conmigo, algo, muy particularmente, como que si la alternativa, la que fuera, debería ser activa y no deliberativa. Por eso irrumpió:
-Compañeros, es hora de ir a clases.

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