“Centro Folclórico del Magisterio”
Llegaba a Caylloma a
dos cuadras de la Plaza San Martin, a bailar la Chonginada y el Huaylas con
Agripina Castro. Era una casona vieja
con dos patios en el medio y en los costados los salones. Olía a quincha y
barro húmedo. Los techos eran tan altos que las luces de los focos no llegaban
a la parte alta de las habitaciones. Para encontrar los baños que estaban al
fondo tenías que tener ojos de gato.
Allí, a veces bajaba
el Dúo Altiplano, mama e hija. Tukucha no se perdía un día de práctica. Chullo
recalaba como a las cuatro y Chara como a las seis más o menos.
Agripina Castro era
la maestra de las danzas del centro y nos cuadraba cuando no se danzaba
auténticamente.
-¡Alto! paró la música del Huaylas. Y se acercó a una chica:
-¡Esto no es una música tropical! No
tienes que mover los hombros exageradamente. Mira, así, delicadamente.
-Y tú, diciéndole a otra danzante:
- No levantes tanto la falda, ni la
florees, ese no es el estilo de las mujeres del centro. Es así, no muevas los
brazos, solo levanta la falda con dedos de la mano.
Las chicas, con respeto, le hacían caso
a la maestra. La profe era graciosa y alegre pero estricta para cuidar la
autenticidad y originalidad de las danzas y de la vestimenta típica del centro.
Nos reclamaba hasta la forma de llevar el sombrero.
Nos gustaba todas las danzas pero una en
especial, entre todas, era los Shapis. Esta danza guerrera, era muy tradicional
Y danzábamos. Y cuando lo hacíamos, de
ese hueco se abría al cielo un espacio sin tiempo, infinito y permanente y un
polvo cósmico nos envolvía. Y a la luz de mil soles, danzábamos al pulso del
universo.
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