martes, 14 de abril de 2020

A mi hermano Miguel



No podemos evitar el sobrecogernos al leer “A mi hermano Miguel”. Desde el “hermano” nos sitúa en la atmosfera de la casa materna y paterna donde vivimos los momentos, regularmente, los más felices de nuestras vidas. EL tiempo nos arrebata esa niñez y juventud junto con los que acompañaban y originaban esas vivencias felices, que origina que “nos haces una falta sin fondo”.
Ya en ese ambiente hogareño de paz y seguridad intuíamos que la alegría era precaria cuando “te ocultas tú y yo no doy contigo. Me acuerdo que nos hacíamos llorar en ese juego”. Y es porque tarde o temprano, más triste cuando más temprano, experimentamos lo funesto, lo fatal e irremediable que resulta la muerte en nuestras vidas.
Mamá y papá eran las dos columnas que sostenían la cúpula de ternura, abrigo y alegría que nutrían nuestra sensibilidad. Pero éramos inconscientes, la vida era un constante juego. Lo concreto y serio de la realidad lo aportaban a nuestras vidas los padres, por eso el “Oye, hermano, no tardes en salir. ¿Bueno? Puede inquietarse mamá”; apela a la figura salvadora y resolutiva de nuestras aflicciones, de nuestras penas.
Queda por definir a Cesar Vallejo con el título de un libro de Friedrich Nietzsche, que Cesar Vallejo era “Humano, demasiado humano”.

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