Sé que debería haberla olvidado y en la
distancia debía haber sido fácil. Pero Cecilia había sido lo más obsesivo que
había tenido en mi vida. Aunque llenaba mi cabeza de infinidad de cosas para
distraerme, para agobiarme, todo intento había sido un fracaso porque siempre llegaba
el momento en que me encontraba solo conmigo mismo, con mi soledad, con el
vacío de mi alma. En ese instante mi ser reclamaba un bálsamo, una pócima de
ilusión para existir, para seguir viviendo. En el último segundo de mi desesperanza,
Cecilia me salvaba. Entonces ¿Cómo podría haberla olvidado?
Por eso estaba decidido a confesarle que la amaba pero no porque
buscara una relación o un sentimiento reciproco. Creo que los sentimientos no
se toman, se dan sin esperar un compromiso. Y esa era mi misión, ser bueno con ella, decirle que la
amaba si esperar ninguna retribución.
El único problema era como decírselo, así, tan de pronto, después
de tanto tiempo. Eso sonaría falso.
Pensé que sería buena idea enviarle un poema por su correo
electrónico. Así lo hice.
¿Adónde van mis sentimientos?
los que emanan de mi pecho.
¿Se desvanecen acaso?
o se expanden como el aire.
¿Son acaso eternos
y existieron antes de mí?
¿o broto ahora y aquí?
¿Fuiste tú la razón
que los originó?
¿Entonces qué soy yo?
¿un enajenado
que sin querer
tenía que amarte
sin justificación?
Supuse que en dos o tres días tendría una respuesta. Esperé pero
no llegó.
En la noche tuve un sueño. Andaba por una calle y en una esquina
la vi dentro de un almacén. Vestía un suéter a rayas azules, blancas y rosadas.
Me extrañe porque no era la ropa ni los colores que usualmente ella vestía.
Entré y la vi acompañada por dos tipos. Seguía lo inusual.
-¿Qué escondes? Le pregunté.
-No escondo nada – Me contestó seria.
-¿Qué secreto guardas?
-No guardo nada.
Y me desperté. Había soñado con Cecilia.
Pasó más de una semana y como no obtuve
respuesta decidí hablarle personalmente. Al día siguiente la busqué y la
encontré en un centro comercial cerca de su casa.
-Hola Cecilia. Quiero hablar contigo.
Me miró fijamente un instante y me respondió.
-No tenemos nada de que hablar.
-Tienes que escucharme, es algo importante.
-No quiero escuchar nada.
-¿Qué ocultas? Le hice esa pregunta porque me acordé de mi sueño.
-No oculto nada.
-Sí, lo sé. Algo pasa entre los dos.
Quería escabullirse pero la había arrinconado.
-¿No te das cuenta?
-¿De qué?
-Ayer soñé contigo, lo que ahora está pasando. Usas la misma ropa
que usabas en mi sueño.
-Creo que estás loco.
-Y hablamos las mismas cosas por eso sé que ocultas algo.
Se quedó callada.
-Pero eso no importa porque tengo que decirte algo.
-Dime, ¿Qué tienes que decirme?
En ese instante paso una señora que la conocía. Cecilia se ouso nerviosa y
nos callamos. La saludó y se fue con ella.
¡Que desilusión! A punto estuve de confiarle mi secreto y se
frustró.
Busqué otra oportunidad para hablar con ella pero no fue posible.
Decidí enviarle otro poema:
Nadie sabe la verdad
que talvez jamás intuirás.
Que un corazón se desangra,
para que entiendas
que alguien aún
te puede amar.
No sé por qué pero tuve temor de enviárselo pero recordé que el
haber ocultado mis sentimientos me había hecho sufrir. Y la envié.
Al día siguiente me llama hermana.
-¿Qué has hecho?
-¿Hecho que?
-Le enviaste una carta a Cecilia.
-Sí, ¿Por qué?
-Su esposo la recibió.
-¡No!
Después de tantos años de indecisiones, de haber consumido mi
adolescencia, mi juventud, escondiendo un sentimiento que estaba por revelar y
cuando Cecilia había accedido a escucharme, todo se derrumbó
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