Salí súbito del sueño, la persecución había sido
extremadamente agotadora y me dolían las piernas de tanto correr. Había tratado
de no salirme por no parecer débil pero atravesar Londres por el centro, el
Palacio de Buckingham, cruzar Westminster Abby entre de multitud de visitantes
de todas partes del globo en pleno mes de julio, con el sofocante calor del
verano y esto, sin el sol en el firmamento. Si, tenía que salir.
Ya en mi cama, traté de recuperarme rápidamente pero
al no poder hacerlo me tomé dos pastillas de vicodin y entré otra vez al sueño.
Los tipos que me seguían en el sueño me estaban esperando. Apenas entré me
tiraron a matar, entre la gente que pasaba, ¡no estaban jugando! Corrí por la
calle WhiteHall que conducía a la Plaza Trafalgar donde se realizaba un mitin
de trabajadores. Me escabullí entre ellos y me senté en el frio mármol de los
bancos. Quieto allí recordé el paseo que hicimos Cecilia y yo en la Plaza. De
repente la Plaza Trafalgar se hizo desoladamente grande. Me sentí triste y ya
no quise pensar. Mas en ese momento mi mente se sumergió en un sentimiento puro
de felicidad. Sentimiento único e intenso que tuve cuando paseé con Cecilia por
aquí. Esa emoción me elevó en el aire, revoloteó mi corazón y me dejo caer. Solo
la sentí, infinitamente fuera y dentro de mí.
Un
día en mi cuarto me pregunte como seria soñar con mi niñez, cuando tendría 3 o
4 años. Pues allí me dirigí.
Fui a una casa que reconocí
era de mis abuelitos. Quedaba en la calle Washington, en Lima. Era una casa de
estilo colonial. Recuerdo el patio donde alrededor se ordenaban los dormitorios.
En una habitación encontré a mi mama con su hermana, mi tía Paulina. Estaban
probándose unos sombreros y no se preocupaban de mí. Seguramente pensaban que
era tan nene que cuenta me iba a dar de las cosas que sucedían a mí alrededor. ¡Craso
error! Ellas hacían muecas frente a un espejo de pan de oro. El espejo tenía
motivos florales. Lo recordé porque lo vi después, ya muy envejecido. Pero más
recordé el color de la pared, un celeste colonial. No me gustaba porque era un
color tenue, como si estuviera aguada la pintura para una pared de bloques
grandes de barro puestos de cabeza. Pero me di cuenta que no era mi disgusto por el color de la pared. Era lo precario e inestable que sentí cuando vine al
mundo.
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