sábado, 20 de agosto de 2016

Fiesta criolla


La fiesta quedaba en la Quinta Heeren. Allí me habían llevado los estudiantes que como siempre, querían compartir la alegría con el profe. Llegamos al mediodía, en un carro Dodge destartalado de donde se bajaron más de 15 personas. Sacaron las guitarras y el acordeón de la maletera y frente a una casa azul celeste de dos pisos comenzamos a cantar: “feliz te recibe el año….”.  Y entramos  al salón principal y seguimos cantando: “A tu puertas hemos venido a entonar…”. Y la casa se vistió de fiesta y las parejas de estudiantes bailaban polcas y minués: “Ha llegado a este país, procedente de Hong Kong, don Cirilo Morochuca,…”. Y los Trovadores criollos se lucían con interpretaciones. Después tocaron Costa y Monteverde y canarios silbaban por doquier: “Tan profundo es mi cariño, como profundo es el mar…”.  El acabose fue cuando el dúo Montes y Manrique aparecieron desde el fondo del salón cantando una mazurca: “Entre las flores viene a ser la flor de la pasión…”. Así pasaban las horas y pasaban vino de Huaral y damajuanas de pisco y chicha en jarras. Y lo que pasaban intermitentemente era la comida: Chicharrones, tamales, humitas,  fritanga, cau-cau y escabeche,  camarones, y huevos, y papas, y salchichas de Huacho, y jamones, y seviche de conchas y pescado, y anticuchos. No faltaron los dulces: frejol colado, turrones, champús ordinario y de “leche”, mazamorra morada y de chancho, manjar blanco, maní, camotillo, picarones, buñuelos, natillas, alfajores de Huaura y Trujillo.
Estábamos llenos de algarabía, conversando, bailando, comiendo, riendo cuando entro una mujer, un tanto agraciada, de mediana estatura y de mediana edad, de cabello largo y negro y de tez canela y de ojos negros almendrados. Se sentó en una parte céntrica del salón. La acompañaba un hombre, que resultó ser su esposo. Sentaba en un cómodo sillón miraba afablemente alrededor de sí.   Poco a poco todos notaron su presencia. Los jóvenes pronto se sintieron extasiados y concurrieron a su alrededor. Ella los trataba afablemente y sonreía grácilmente. Músicos convergieron ante su estampa y compusieron canciones para alagarla, poetas declamaron versos lisonjeros. Ella asentía con agrado.Las mujeres comentaban con simpatía. Algunas se acercaron para acompañarla queriendo participar de su amistad. Me quede perplejo al ver lo que estaba pasando.Me pareció escuchar una batahola que se formó en el salón, en el patio interior y hasta los alrededores del caserón, incluyendo a los vecinos que se congregaron a mirar y ser testigos del hecho extraño y singular lo que la gente empezó a murmurar,  que había venido a la Quinta Heeren una princesa de Madagascar. Otros vecinos vinieron incluso desde la Plaza Italia y el Barrio chino por el sur, hasta de La Pólvora pasando por Cinco Esquinas. Decía, que hasta me pareció escuchar a Demis Roussos cantarle “Morir al lado de mi amor”.Trate de racionalizar lo que estaba pensando. Culpe en principio al alcohol, a un cierto brebaje exquisito pero de efectos alucinógenos que sirvieron subrepticiamente. Talvez, pero lo pensé bien y descarte esas causas. Pensé mejor que debería ser una catarsis colectiva. Parecería, pero todos se conducían alegremente, quizás un poco más allá de lo normal. Simplemente tenían una deferencia especial a una persona especial. No tenía actitud de princesa, menos de reina pero era igual.De repente percibí que el espontaneo cortejo se movilizaba a la puerta. Se estaba yendo, yo que quería aunque sea bailar una vez con ella. Nos habíamos cruzado algunas miradas y se había fijado en mí, como casi en todos, no quiero engañarme. Quizás quería que le hablara mas ya había cruzado la puerta de salida. Me moví para alcanzarle. Había subido ya a su auto. Mientras se despedía de hombres y mujeres solicitas, pude detener a su esposo-¿Usted sabe lo que está pasando? – Le pregunte.-¿No se siente mal y celoso por todo esto?-No -me dijo-Esto sucede siempre.Su auto estaba recorriendo la pista de salida de la quinta y un sequito de personas lo seguían casi corriendo haciéndole adiós con las manos.
Lo que me sorprendió mas fue ver al mismísimo Seikuma Kitsutani, antiguo dueño de la quinta Heeren bajar de los cielos para despedirla.

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