jueves, 8 de septiembre de 2016

Cecilia II



II
Y así pasaban los meses que cuando uno es joven son años. Pero ¿Por qué no me animaba a hablar de amor? ¿Era muy bonita para mí?  o ¿Era muy feo para ella? Yo le eche la culpa a mi timidez, a la paralización de mi voluntad, a la rigidez de mi lengua cuando quería insinuarle mis sentimientos.  Entonces solo le decía hola- que tal- como estas- muy bien- adiós.
Pero yo encontré una forma de conversar con Cecilia y contarle de mi amor. Era a través de los sueños. Cuando la noche estaba bien avanzada cerraba mis ojos e iba en busca de Cecilia. La encontraba en su sueño y la invitaba a caminar por un sendero de flores hasta llegar a una fuente de agua y en una banca nos sentábamos los dos. Y le decía:
-Cecilia, te voy hablar a tu corazón….mejor…. a tu espíritu. Yo te amo y modestamente te pido que me escuches, si es necesario, pues…puedes sentir… amor sin tocarte mis manos… y yo… puedo sentirlo… emanando de ti.
Callada me escuchaba, con la cabeza agacha, sin decir nada.
En otro sueño, estábamos frente al mar y le pregunté:
-¿Has visto como las olas golpean ferozmente el farallón? Tan sólido y monumental que es. Puede tardar un millón de años. Pero al final, el farallón y el océano serán uno.
En ese estado de cosas, lo cotidiano me aburría, los días eran sosos, el estudio tedioso, solo la noche me atraía. ¿Qué sentido tiene todo? ¿Qué es la vida si no te da felicidad?
Y la felicidad no estaba en la rutina de los mayores. Para saberlo solo bastaba ver sus existencias, a toda hora insulsa, con escasos momentos divertidos, enfrascados en conversaciones frenéticas sobre la política, los deportes y religión. Yo no quería estudiar, superarme, progresar para ser eso. Tampoco me interesaba la carrera al matrimonio, a tener familia que supuestamente aseguraba una vida feliz. Por lo tanto fije mi anhelo de felicidad en persistir en lo que colmaba de gozo y dicha a mi juventud.
Una noche, en mi sueño, la conduje a una playa escondida, al borde de un océano de aguas transparentes.
-Tendámonos en la arena bajo la mirada ardiente del sol – le pedí.
-Me siento gozoso de estar aquí contigo.
Cecilia se echó y cerró los ojos, sin hablar. Me eche a su lado y vi su cuerpo, su piel. Y note algo maravilloso.
-¡Mira! Tu piel brilla como oro.
Cecilia me escuchaba en silencio.
-Tengo sed, sed de agua, sed de ti – afirmé.
-Cecilia, cuando termine este sueño, la espuma marina borrará nuestras pisadas. Pero no acabará aquí, porque tú eres la arena, la sal, el mar. Cuando soñemos otra vez iremos a otra playa, en otro universo si quieres. Y caminaremos sobre polvo cósmico multicolor y nos bañaremos en un mar verde fosforescente bajo un sol rojo.
Anoche en su sueño volví a buscarla, pero no la encontré. Llegue hasta el final del sendero y tampoco estaba allí. De pronto la vi venir por un sendero rodeado de árboles inmensos. Venia sonriente y cuando estuvo cerca de mí me miro de soslayo y me preguntó.
-¿Me quieres mucho?
Aunque extasiado y sorprendido en ese momento quise decirle que no, que no te quiero mucho, porque quererte es muy poco, muy simple. Quería decirle que la amo, a todo su ser con todo mi ser, con todos los buenos sentimientos que un ser humano puede tener. Sin embargo  yo le respondí sin pensar.
-¡Si, mucho te quiero!
Y ella sonrió y continuamos andando, uno al lado del otro.
Al despertar sentí que se había abierto un mundo, el otro mundo que completaba mi otra mitad. En ese momento supe que la realidad se había colado en mis sueños.
Entonces me di cuenta que las mujeres no aman de golpe. Abren la puerta del amor y no entran hasta no estar seguras de que las quieren mucho. Allí es cuando  deciden entrar.
                                                             MMK

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