II
Y así pasaban los meses que cuando
uno es joven son años. Pero ¿Por qué no me animaba a hablar de amor? ¿Era muy
bonita para mí? o ¿Era muy feo para
ella? Yo le eche la culpa a mi timidez, a la paralización de mi voluntad, a la
rigidez de mi lengua cuando quería insinuarle mis sentimientos. Entonces solo le decía hola- que tal- como
estas- muy bien- adiós.
Pero yo encontré una forma de
conversar con Cecilia y contarle de mi amor. Era a través de los sueños. Cuando
la noche estaba bien avanzada cerraba mis ojos e iba en busca de Cecilia. La
encontraba en su sueño y la invitaba a caminar por un sendero de flores hasta
llegar a una fuente de agua y en una banca nos sentábamos los dos. Y le decía:
-Cecilia, te voy hablar a tu corazón….mejor…. a tu espíritu. Yo te amo y
modestamente te pido que me escuches, si es necesario, pues…puedes sentir… amor
sin tocarte mis manos… y yo… puedo sentirlo… emanando de ti.
Callada me escuchaba, con la cabeza agacha, sin decir nada.
En otro sueño, estábamos frente al mar y le pregunté:
-¿Has visto como las olas golpean ferozmente el farallón? Tan sólido y
monumental que es. Puede tardar un millón de años. Pero al final, el farallón y
el océano serán uno.
En ese estado de cosas, lo cotidiano me aburría, los días eran sosos, el
estudio tedioso, solo la noche me atraía. ¿Qué sentido tiene todo? ¿Qué es la
vida si no te da felicidad?
Y la felicidad no estaba en la rutina de los mayores. Para saberlo solo
bastaba ver sus existencias, a toda hora insulsa, con escasos momentos
divertidos, enfrascados en conversaciones frenéticas sobre la política, los
deportes y religión. Yo no quería estudiar, superarme, progresar para ser eso.
Tampoco me interesaba la carrera al matrimonio, a tener familia que
supuestamente aseguraba una vida feliz. Por lo tanto fije mi anhelo de
felicidad en persistir en lo que colmaba de gozo y dicha a mi juventud.
Una noche, en mi sueño, la conduje a
una playa escondida, al borde de un océano de aguas transparentes.
-Tendámonos en la arena bajo la mirada ardiente del sol – le pedí.
-Me siento gozoso de estar aquí contigo.
Cecilia se echó y cerró los ojos, sin hablar. Me eche a su lado y vi su
cuerpo, su piel. Y note algo maravilloso.
-¡Mira! Tu piel brilla como oro.
Cecilia me escuchaba en silencio.
-Tengo sed, sed de agua, sed de ti – afirmé.
-Cecilia, cuando termine este sueño, la espuma marina borrará nuestras
pisadas. Pero no acabará aquí, porque tú eres la arena, la sal, el mar. Cuando soñemos
otra vez iremos a otra playa, en otro universo si quieres. Y caminaremos sobre
polvo cósmico multicolor y nos bañaremos en un mar verde fosforescente bajo un
sol rojo.
Anoche en su sueño volví a buscarla,
pero no la encontré. Llegue hasta el final del sendero y tampoco estaba allí.
De pronto la vi venir por un sendero rodeado de árboles inmensos. Venia sonriente
y cuando estuvo cerca de mí me miro de soslayo y me preguntó.
-¿Me quieres mucho?
Aunque extasiado y sorprendido en ese momento quise decirle que no, que no
te quiero mucho, porque quererte es muy poco, muy simple. Quería decirle que la
amo, a todo su ser con todo mi ser, con todos los buenos sentimientos que un
ser humano puede tener. Sin embargo yo le
respondí sin pensar.
-¡Si, mucho te quiero!
Y ella sonrió y continuamos andando, uno al lado del otro.
Al despertar sentí que se había abierto un mundo, el otro mundo que
completaba mi otra mitad. En ese momento supe que la realidad se había colado
en mis sueños.
Entonces me di cuenta que las mujeres no aman de golpe. Abren la puerta
del amor y no entran hasta no estar seguras de que las quieren mucho. Allí es
cuando deciden entrar.
MMK
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