viernes, 30 de septiembre de 2016

Cecilia IV



Cuando se es adolescente no se entiende para que sirven realmente los estudios. No nos hacemos esa pregunta, solo obedecemos la orden de ir a la escuela, es nuestra obligación. Pero todo lo que queremos es divertirnos y eso significa no tener obligaciones. Y los mayores son los que deciden que es importante y necesario hacer, sin contar con nuestra opinión. Porque ¿qué tiene de malo no tender la cama? ¿No arreglar su cuarto? Así que nuestra tarea es estudiar, aunque eso no nos entusiasme mucho por más que nos digan que es para que podamos ser lo que queramos cuando seamos grandes. No es que no deseáramos ser doctores o ingenieros o policías o bomberos. Pero eso era algo muy remoto en el tiempo, a años luz de nuestras pequeñas vidas, eso era ser “alguien” en el tiempo futuro pero no éramos nosotros en el presente. Todo lo que queríamos era jugar, jugar todo el día y la noche si fuera posible, andar con los amigos, mirar a las chicas, pasear, gastar lo que teníamos de más, nuestra energía.
Pero hice mi obligación, termine mi secundaria, seguí la universidad y termine un bachillerato en biología. Todo eso sin olvidar a Cecilia. 
Rara vez la veía. Vivíamos en mundos diferentes con diferentes almas. Pero siempre tenía un tiempo para preguntarme que estaría haciendo, imaginando ir a verla, andando por las calles juntos. En esa vida sin Cecilia muchas veces el nuevo día me sorprendía vagando por calles lúgubres y peligrosas o por parques floridos pero vacíos. Y en mi vagabundear solitario y perdido, una melodía resonaba en mis sienes, Aubrey. No, no me entristecía escucharla, era  un réquiem, era la música que acompañaba   el duelo de una pena en mi existencia. Claro que tuve chicas, unas más lindas y preciosas que Cecilia, alguna mucho más inteligente y lista que ella. No es que Cecilia fuera tonta o no fuera inteligente. Era lista y cándida a la vez, eso la hacía súper para mí.
Se me presentó la oportunidad de estudiar afuera. Y que suerte que decidir viajar justo cuando me entere que Cecilia se iba a casar.
Me hicieron una fiesta de despedida y Cecilia asistió.
-Te deseo mucha suerte – me dijo abrazándome.
-Gracias Cecilia (Te voy a extrañar mucho, le dije para mis adentros).
Ya han pasado cinco años y tu imagen no se ha borrado de mí. Te extraño, que lo sepas quiero si eso tiene algún valor para ti. Extraño no lo extraordinario de ti, extraño los miles de minúsculos detalles que te hacen tú. No sé entre ellos cual añoro más pero tu sonrisa es el que me gana. Ya demasiado te he extrañado que tu recuerdo se ha desgastado en mi memoria. Tu ausencia en mí, es como si te hubieras… pero no te has muerto, pero mi duelo es parecido a como si lo estuvieras. Pocas cosas he cumplido en mi vida cabalmente, pero lo que no te dije, que te iba extrañar mucho, lo he cumplido diligentemente. 
Ahora sé que el amor entre Cecilia y yo no estaba destinado a ser, sino lo hubiera sido de cualquier manera. Y ya no lo será, no en esta vida.
                                                    *
Para amar bien, el hombre tiene que amar como hombre y mujer a la vez.
                                                MMK


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