Cuando una relación
sentimental se agria, se convierte en otra cosa. En la canción “Y no me importa
nada”, se convierte en una contienda, en una mascarada, tras de la cual se
esconde los verdaderos sentimientos. Al echarse a perder la relación, los
sentimientos beneficiosos, agradables, sinceros se trastocan en hiel, se
maquillan porque aún no se ha roto definitivamente. Cierto que ya no hay
esperanza, hay la aceptación de la agonía del amor. Y no se logra romper
definitivamente porque se finge las emociones. Y la manera de lidiar con las
mentiras de la pareja es la reacción de la mujer, que supera los engaños del
hombre jugando no solo con sus engaños, sino con la convicción del hombre que
cree que le están creyendo. Es el juego del gato con el ratón por el nivel en
que ha descendido el amor. El hombre recurre a la carta preferida del género
masculino, la pasión, el amor sensual y como lo usan para turbar a las mujeres.
Pero, aunque le sorprenda, ya no representa nada para ella porque si la mujer
no siente amor, la pasión es una necedad. En este conflicto aun inacabado, es
menester cuidarse y no salir herida. Por eso ella nos cuenta que es muy
cuidadosa y no se deja embaucar. Y en esa lucha de dos oponentes, ella se cuida
de no recibir golpes dañinos, como los que se dan en el boxeo, cuando los púgiles
se enfrascan en darse golpes a casi nula distancia, en el in-fighting, “en las
distancias cortas”. Porque ella no es una “novata”, sabe cómo jugar esa pelea.
Al final, la indiferencia total que asume la mujer ante todo el vano despliegue
de subterfugios del hombre es su victoria final.
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