viernes, 16 de septiembre de 2016

Cecilia - III-



III
Yo sabía que estaba enamorado de Cecilia pero no sabía si ella sentía lo mismo por mí. Mi sueño me decía que su alma ya lo sabía pero ¿lo sabía ella en realidad?
          Una noche fui a su casa, no recuerdo porque motivo, ¡ah sí! era un favor. Apenas entré se puso a hablarme, a preguntarme, toda sonriente, tan cerca de mi rostro y tan rápidamente que tuve que retroceder. Recuerdo que le mentí tres veces.
-Estoy bien.
¡Que iba a estar bien! Si me estaba muriendo por ella, literalmente.
-No me costó nada.
El favor me costó harto trabajo
-¿Seguro? ¿No me estas mintiendo?
-No, para nada.
Claro que le mentía.
Me acompañó a la puerta para despedirme y sin pensar aproveché para abrazarla y se dejó. Le di un beso de despedida que casi se lo doy en sus labios en lugar de la mejilla. El beso fue brusco pero tierno pero tuve que soltarla apuradamente cuando su hermana menor apareció.
Aún tengo la sensación de su torso en mis manos y el roce de su mejilla en mis labios. Me pregunto si eso significó algo para ella. Pero no lo sé. ¿A quién preguntar si nunca nadie supo que la quería?  
Volví a su casa en diciembre a la fiesta de cumpleaños de su hermana. Era una fiesta en penumbras, a todo dar, con luces y con un conjunto de rock. A tientas la busqué, en la sala, en el jardín y en el comedor. Hasta que la vi y me vio y por un momento el tiempo se congeló. Vi profundo en ella y ella en mí. Pero la vi sentada con chicos a su alrededor. ¡Bah! cualquier chico no era más que una disonancia en una bella canción. Había ido a esa fiesta solo para verla. Y la vi. Y ya no había otra razón para estar allí. Y me fui.
Pero no dejaba de buscarla en sus sueños y  entonces ¡hela allí! Fresca como la brisa en las tardes de verano, risueña como una sonaja, abrupta e inquieta como el rio que baja de la sierra en el estío. Nos sentamos y le tomé la mano. Esa noche quería que ella entendiera que la amaba en sus sueños y también en la realidad. Entonces le dije:
- Estos ojos con que la miro complacen mi ser y endulzan mi alma. Tuve la suerte de sentir la sutil ternura que escondía su alma.  ¿Ha leído alguna vez el libro del amor? ¿De mi amor? Sino, leería con que ternura miraría al ser amado, las tiernas caricias que mi mano proveerían, en la frente, en la faz de su rostro, en su sien.
Mis palabras le deleitaban, lo sentía cuando ella apretaba levemente mi mano cuando le hablaba. Tomado de su mano volvía a la vigilia, a la realidad.
Al notar su agrado por mis palabras  una noche decidí ser más sincero con Cecilia y le expresé mis sentimientos.
-  Siento un dulce veneno que hace estragos en mi cuerpo, en mi mente. No dejo que fácilmente se posesione de mí y resisto firmemente. Pero ya no encuentro refugio en la sensatez. Sé que solo dejándome caer en el abismo de esta pasión descansaría realmente. Mi única alternativa es convertirme  en una cosa, un objeto, en nada. Y vivir la triste y tranquila vida de los que se rehúsan a amar hasta la muerte. ¡Que fatalmente triste! Sé que ignoras el tanto daño que puede causar tu ser en la vida de tu semejante, aunque éste se encuentre lejano, distante. Si pudiera hacerte entender, que no debes de tomar los sentimientos profundos hacia ti tan ligeramente, pero… ¿Qué si apelo al sagrado mandamiento que nos dejó el Crucificado y me amas como ÉL dijo que amaras a tu prójimo, cristianamente?
Y me desperté complacido  deseando que mi amor haya podido haber cruzado la barrera de los sueños y se hubiera transformado finalmente en realidad.
Pero la realidad es algo de la cual nunca debemos de fiarnos. ¿Acaso no se sabe que la realidad es pérfida y asesina? ¿No es cierto que traiciona y mata nuestros sueños?
En la mañana siguiente me enteré que Cecilia había aceptado a un chico como su enamorado.
 ¿Cómo pudo eso suceder? ¿Si yo era su amor verdadero? ¿Cómo no podría serlo si no sintiera el amor que siento?  Porque un amor así no es solo verdadero, es mágico. Es una fusión de dos almas que aceptan con fe de que no van a arder, que al saltar al vacío no se han de matar, de enfrentar el reto de reconocerse el uno al otro, que son el uno para el otro, que no habrá rompimiento, no habrá temor, que solo habrá respeto y amor.

Pero ni Cecilia ni yo nos dimos cuenta que nuestra conversación en los sueños se  guardaba en el corazón y nuestros corazones lo sabían todo, de la realidad del mundo y del amor. Tragedia fue que ella no escuchó a su corazón decirle que esperara y yo no escuché al mío decirme que confiara.

MMK

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