Siempre me había preguntado porque quería tanto a Cecilia y nunca había hallado
la respuesta. Pensé que así era el amor, no da motivos para querer. Sus razones
son indescifrables e inalcanzables. Lo que si sé es que el amar no tiene nada
que ver con la belleza, ni la sexualidad. Se ama a una persona que muchas veces
no es bella y se ama generalmente al sexo opuesto aunque no sea así siempre.
Tampoco es algo casual, pues hay atracción química, instintiva o espiritual.
Pero intuyo que la gran razón es el karma. Odias o amas a alguien en esta vida
porque en otras estableciste una relación que no concluyó como debiera y en esta vida se te da la
oportunidad de cancelarla armoniosamente.
Así lo pensaba. Pero sentía que había una razón más. Y eso me lo reveló el pedido de Cecilia para vernos. Sí, yo tenía
un lazo karmico con ella pero debería de haber una condición para que ese lazo
se manifestara. Y lo llegue a sentir en lo más profundo de mi corazón, donde
anidan las verdades eternas e inmutables, verdades que se alcanza tras hondos,
intensos y apasionados estados de conciencia. En una palabra, por el dolor, amor
o muerte. Y lo que desencadenó el karma fue
el sentir que Cecilia me necesitaba para ser feliz. Tenía que cumplir con el
destino que me había profetizado la adivina, el revelarle que yo la amaba, no
en sueños, sino en la realidad misma.
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