Paseaba ella por los alejados valles de mi dominio. La veía un
inofensivo ser que se miraba a sí misma en las aguas del lago mientras que yo
me dedicaba a escudriñar en las alturas la eternidad. Se acercó una vez o dos a
los bordes de mi reino. ¿Qué peligro se podría cernir? Talvez fue solo candidez
que hizo que sin pensar cruzara el límite de la amistad y se internara en los cálidos
parajes de mi sensibilidad. Sus pisadas horadaron mis llanuras y mis ciénagas.
No la invite, claro está, pero igual se fue internando más y más en las altas
tierras de mi cariño. No la descubrí luego porque mi corazón la creyó parte de él.
Así es como engaño a mi razón. A su andar tornábanse suyos
los llanos, colinas y fuentes de mis emociones. Y la empecé a querer como
quiero mis exiguas y mundanas pasiones. Dueña de mi centro emocional ya nada
pudo detener que yo la llegase a amar.
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