viernes, 19 de mayo de 2017

Cecilia XXXIII



Quedaron en verse el miércoles primero de abril, a las diez de la mañana, en el jardín botánico de la ciudad de Cecilia.
-¿Me prometes que vas a ir? – Preguntó Cecilia.
-Claro que allí estaré. ¿Cómo voy a dejar plantada a la chica más linda del mundo? Y algo peor, en nuestra primera cita.
-¡Que emoción! Nuestra primera cita de amor.
-Y no la voy a perder por nada del mundo.
Era miércoles, a una semana de la cita. Decidieron no verse hasta encontrarse de nuevo.
Marlon llegó a su ciudad el martes y se alojó en un hotel desde donde ordenó a una florería un bouquet de rosas rojas para recoger a las nueve de la mañana del siguiente día.
Por su parte Cecilia compró un jean gastado y una blusa amarilla, la ropa similar a la que en sueños había usado la vez que se comprometieron.
Durmieron ambos con la emoción y la alegría de saber que por fin se verían con sus ojos, se tocarían con sus manos e iban a sentir el mundo alrededor del ser que más amaban en la vida.
Marlon llegó a quince minutos para las diez, con el ramo de rosas en la mano. Había caminado unos cinco minutos por los alrededores del jardín.
El jardín botánico era un local amplio que abarcaba dos bloques de la ciudad. En sí mismo era una ciudad con calles y edificios pero con una singularidad, los habitantes eran las plantas. Allí eran cuidadas y preservadas y vivían pacíficamente lejos del trafago de la ciudad.
Marlon lo encontró desolado, sin gente. Pensó que talvez era por el día y la hora tan particular. Se sentó con las flores en la mano y esperó.
Cecilia despertó al miércoles con una algarabía contenida, sonriente y ensimismada. Por eso no se percató que algo extraño sucedía con su esposo. Lo había despertado un sueño en la madrugada que no lo dejo dormir más. Soñó que estaba caminando por unas calles y jardines desolados, sin gente. Solo había un hombre que andaba delante de él. El hombre encontró una banca y se sentó con un ramo de rosas entre sus manos. Le pareció tan intrigante el sueño que lo mantuvo turbado hasta el amanecer.
Cecilia se preparaba para la cita mientras su esposo se encaminó a su trabajo. En el trayecto pasó por el jardín botánico y le atrajo un raro presentimiento. Entonces recordó su sueño y decidió entrar. Estaba vacío de gente. Solo vio a un hombre caminando delante de él quien al cabo  se sentó en una banca. Caminó frente al hombre y anduvo de soslayo para no ser reconocido. Pudo darse cuenta quien era ese hombre y el motivo por el cual estaba allí. En ese momento entendió porque vio a su esposa sonriente en la mañana, como nunca lo había estado antes. Supo, para sí, porque Cecilia se había separado poco a poco de su lado y porque su corazón ya no le pertenecía. Y también sabia para quien eran esas rosas que el hombre guardaba en sus manos.
Se acercó otra vez al hombre sentado en la banca. Se paró frente a él, sacó una pistola y disparó dos veces a la cabeza del hombre y huyó.
Cecilia escuchó los disparos, como si fueran petardos o explosiones que a veces emiten los autos. Pero aceleró sus pasos. Al acercarse vio a Marlon sangrando de la cabeza, tirado en la grama con un ramo de flores en la mano.
-¡Marlon! ¿Qué ha pasado? ¿Quién te ha disparado? Y comenzó a gritar pidiendo auxilio. Miro alrededor pero no vio a nadie pero aun así siguió gritando.
-Cecilia,…déjalo… quiero soñar.
-¡No! necesitas un doctor – Y siguió llamando por ayuda.
-No puedes dejar que muera aquí. Mi vida pertenece a los sueños. Vamos, no me queda tiempo.
-No, resiste. Llamaré a una ambulancia.
-No, échate aquí conmigo. Créeme, me estoy muriendo. ¿Recuerdas cuando te dije como quería irme de este mundo? Quiero que me ayudes a realizar mi deseo. Llévame a tomar la avioneta.
Cecilia lo miró fijamente y comprendió que se estaba yendo de este mundo.
Se acomodó en la yerba al lado de Marlon. Le cogió la mano y entraron en el trance del sueño.
Abrieron los ojos y se encontraron en la pista de despegue donde se hallaba la avioneta amarilla.
-Gracias Cecilia por traerme. Sin ti no hubiera podido llegar hasta aquí.
-Pero si estás bien. Volvamos, quiero que sigas viviendo.
-No tengo más tiempo. Tú ya estás hablando con mi alma.
-No, no te vayas, por favor. ¿Qué haré sin ti?
-Sueña. En tus sueños allí estaré.
-¡No! No podré vivir sin ti.
-Recuerda lo que te digo, como que existe Dios, en otra vida nos volveremos a ver.
Marlon se subió a la avioneta, se puso las gafas de pilotear y una bufanda blanca al cuello y partió. Mientras el motor del avión tosía motas de algodón, con la mano le iba diciendo a Cecilia adiós. Ella lloraba y sonreía a la vez mientras Marlon volaba al infinito con su avion.

                                                ***********    


No hay comentarios.:

Publicar un comentario