Quedaron en
verse el miércoles primero de abril, a las diez de la mañana, en el jardín
botánico de la ciudad de Cecilia.
-¿Me prometes
que vas a ir? – Preguntó Cecilia.
-Claro que allí estaré.
¿Cómo voy a dejar plantada a la chica más linda del mundo? Y algo peor, en
nuestra primera cita.
-¡Que emoción!
Nuestra primera cita de amor.
-Y no la voy a
perder por nada del mundo.
Era miércoles, a
una semana de la cita. Decidieron no verse hasta encontrarse de nuevo.
Marlon llegó a su ciudad el martes y se alojó
en un hotel desde donde ordenó a una florería un bouquet de rosas rojas para recoger
a las nueve de la mañana del siguiente día.
Por su parte
Cecilia compró un jean gastado y una blusa amarilla, la ropa similar a la que en
sueños había usado la vez que se comprometieron.
Durmieron ambos
con la emoción y la alegría de saber que por fin se verían con sus ojos, se
tocarían con sus manos e iban a sentir el mundo alrededor del ser que más
amaban en la vida.
Marlon llegó a quince minutos para las
diez, con el ramo de rosas en la mano. Había caminado unos cinco minutos por
los alrededores del jardín.
El jardín
botánico era un local amplio que abarcaba dos bloques de la ciudad. En sí mismo
era una ciudad con calles y edificios pero con una singularidad, los habitantes
eran las plantas. Allí eran cuidadas y preservadas y vivían pacíficamente lejos
del trafago de la ciudad.
Marlon lo
encontró desolado, sin gente. Pensó que talvez era por el día y la hora tan
particular. Se sentó con las flores en la mano y esperó.
Cecilia despertó
al miércoles con una algarabía contenida, sonriente y ensimismada. Por eso no
se percató que algo extraño sucedía con su esposo. Lo había despertado un sueño
en la madrugada que no lo dejo dormir más. Soñó que estaba caminando por
unas calles y jardines desolados, sin gente. Solo había un hombre que andaba
delante de él. El hombre encontró una banca y se sentó con un ramo de rosas
entre sus manos. Le pareció tan intrigante el sueño que lo mantuvo turbado
hasta el amanecer.
Cecilia se
preparaba para la cita mientras su esposo se encaminó a su trabajo. En el trayecto
pasó por el jardín botánico y le atrajo un raro presentimiento. Entonces recordó
su sueño y decidió entrar. Estaba vacío de gente. Solo vio a un hombre
caminando delante de él quien al cabo se sentó en una banca. Caminó frente al hombre y anduvo de
soslayo para no ser reconocido. Pudo darse cuenta quien era ese hombre y el
motivo por el cual estaba allí. En ese momento entendió porque vio a su esposa
sonriente en la mañana, como nunca lo había estado antes. Supo, para sí, porque
Cecilia se había separado poco a poco de su lado y porque su corazón ya no le
pertenecía. Y también sabia para quien eran esas rosas que el hombre guardaba
en sus manos.
Se acercó otra
vez al hombre sentado en la banca. Se paró frente a él, sacó una pistola y disparó dos veces
a la cabeza del hombre y huyó.
Cecilia escuchó los disparos, como si fueran
petardos o explosiones que a veces emiten los autos. Pero aceleró sus pasos. Al acercarse vio a
Marlon sangrando de la cabeza, tirado en la grama con un ramo de flores en la
mano.
-¡Marlon! ¿Qué
ha pasado? ¿Quién te ha disparado? Y comenzó a gritar pidiendo auxilio. Miro
alrededor pero no vio a nadie pero aun así siguió gritando.
-Cecilia,…déjalo…
quiero soñar.
-¡No! necesitas
un doctor – Y siguió llamando por ayuda.
-No puedes dejar
que muera aquí. Mi vida pertenece a los sueños. Vamos, no me queda tiempo.
-No, resiste.
Llamaré a una ambulancia.
-No, échate aquí
conmigo. Créeme, me estoy muriendo. ¿Recuerdas cuando te dije como quería irme
de este mundo? Quiero que me ayudes a realizar mi deseo. Llévame a tomar la
avioneta.
Cecilia lo miró fijamente y comprendió que se
estaba yendo de este mundo.
Se acomodó en la
yerba al lado de Marlon. Le cogió la mano y entraron en el trance del sueño.
Abrieron los
ojos y se encontraron en la pista de despegue donde se hallaba la avioneta
amarilla.
-Gracias Cecilia
por traerme. Sin ti no hubiera podido llegar hasta aquí.
-Pero si estás
bien. Volvamos, quiero que sigas viviendo.
-No tengo más
tiempo. Tú ya estás hablando con mi alma.
-No, no te
vayas, por favor. ¿Qué haré sin ti?
-Sueña. En tus sueños
allí estaré.
-¡No! No podré vivir sin ti.
-Recuerda lo que
te digo, como que existe Dios, en otra vida nos volveremos a ver.
Marlon se subió a
la avioneta, se puso las gafas de pilotear y una bufanda blanca al cuello y partió.
Mientras el motor del avión tosía motas de algodón, con la mano le iba diciendo a Cecilia adiós. Ella lloraba y sonreía a la vez mientras Marlon volaba al infinito con su avion.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario