Recuerdo que cuando era niño y tenia pesadillas me aconsejaban qué hacer para saber si estaba soñando.
-¡Peñíscate! Si te duele es que estabas soñando
–Me decían.
Así que si me golpeaba, me cortaba y me dolía es que estaba despierto.
Ahora ya no creo que sentir dolor sea prueba suficiente de que estoy
viviendo en la realidad. Sabemos que la mente te puede hacer sentir dolor sin
ninguna causa física. Algunas veces me ha pasado que me he golpeado y hasta me
he cortado saliéndome sangre sin sentir ningún dolor y no me he dado cuenta
hasta que he visto mi propia sangre y me preguntaba ¿Cómo me hecho esto?
Sabemos que el mundo que vemos no es como lo vemos, que los colores no
existen, que lo que experimentamos como sólido y duro no lo es, que no vemos
con nuestros ojos sino con nuestro cerebro. Prácticamente fabricamos la
realidad.
Ya adulto he hecho las paces con los sueños y los considero la otra
parte de la realidad, como caras de una misma moneda. Pero los sueños tienen
algo que la realidad adolece, la magia.
La magia de los sueños es lo que nos hace trascender esta existencia de
respirar, comer, trabajar, dormir, crecer, envejecer y morir. Mediante los sueños
puedes ser quien quieras, estar con quien sea, ir de adelante y para atras en el
tiempo y puedes traer a tu presencia los seres queridos que ya se han ido de
este mundo. Jamás la realidad podría hacer eso. Por eso tener a Cecilia en mis sueños
era un sueño, pero que nunca se haría realidad.
Como siempre nos encontramos en el boulevard de cuantiosas flores,
de multicolores pétalos, de intensas fragancias, y árboles frondosos de hojas
de un verde nuevo, recién nacidas.
-¿Dónde quisieras ir?-Le pregunté
-Quedemos aquí- Me dijo.
Y nos sentamos en una banca a la sombra de un sicomoro.
-Lo que tú quieras amor- Asentí.
La note diferente, no transpiraba la alegría y tranquilidad de otras
veces. Algo pasaba en su interior.
Se me ocurrió algo para hacerla sentir bien. Mi mente trajo un columpio
donde Cecilia se sentó y la empecé a mecer suavemente. Sonrió un poquito. Luego
le traje un dulce de algodón de color rosa para compartir. Comenzó a
mordisquear como una conejita. Yo mordí otro tanto y se me pego un pedazo en la
nariz.
-Mira – le dije – Por infeliz se me pegó un pedacito
en la nariz.
-No, no eres infeliz. Tú tienes un alma grande. Por eso te quiero a ti.
Sonrió más, abrió más los ojos y su boca se entreabrió invitando a un
beso. Me acerqué, Cecilia
inclino un poco su cabeza y me miro aceptándolo. Bajo los brazos y posé mis labios en los suyos mientras la luz se iba
retirando lentamente. Nos vimos repentinamente sobre la yerba, en medio de un
enjambre de flores. El éxtasis duro…lo que duro. Cuando abrimos los ojos
estábamos sentado otra vez en la banca a la sombra del sicomoro.
-Te pregunto algo –Me dijo
-Lo que tú quieras amor.
-¿Quisieras verme?
-Ya te estoy viendo.
-Verme en la realidad.
No le entendí. No, si le entendí. La pregunta era incomprensible para mi
mente. Si, quería verla
-¿Estas segura?
-Totalmente.
-Yo también quisiera verte. Estoy feliz de tenerte aquí pero no quisiera
perderte por ningún motivo.
- Se que vivimos en un sueño y te veo como un sueño, un sueño bonito
pero al final eres un sueño. Quisiera saber si eres real también.
-Soy un sueño porque no puedo vivir en tu realidad. La realidad es cruel
y nos da sufrimiento. En cambio, en nuestro sueño somos felices. La tristeza no
puede vivir allí.
-Vamos, compláceme, al menos.
-Sí, vamos a vernos.
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