martes, 26 de mayo de 2020

Chullito en Villa El Salvador


El cielo iridiscente y áureo se refleja en los charcos que dejó la lluvia. Los granos de arena como polvo de oro se extienden en el arenal y sirve de cimiento a las chozas de esteras que se descascaran del amarillo que las cubre. Los niños de barro juguetean sin juguetes; sus piernas de palo corren tras una bola de trapo. Las voces  son sordas, las risas son sordas, los chillidos son sordos, el arenal se chupa los sonidos.
Desde sus seis años, Chullito alza la mirada y ausculta el horizonte. Con un prematuro deseo quiere trascender la visión infernal, vencer los fuegos de su hábitat y caminar descalzo por la arena encendida, sin quemarse. Pero hace falta algo más, más que sabiduría,  más que deseo, más que anhelo, más que decisión. Le costara veinte años solares, un pedazo de pulmón, respirar tierra, comer alimento para aves y perder a dos hermanos para lograrlo.

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