domingo, 31 de mayo de 2020

El retorno


Íbamos regresando todos, sentados uno al lado del otro, con las cabezas gachas; algunos iban tomados de las manos; otros, apoyados sobre los codos en los asientos. Pero todos iban cavilando, pensando sobre sí mismos. Habíamos terminado esa jornada y estábamos todos muertos.
No había ningún temor en nosotros. Estábamos ensimismados, mirando hacia dentro de nosotros, liberándonos de lo que hacía unos instantes fuimos, encontrándonos con lo que realmente somos, recontando lo que hicimos. Estábamos serios y graves, con la mirada puesta en algún lugar mientras que la memoria nos entregaba recuerdos que poco a poco se desprendían de nosotros. Nuestras vivencias fluían y flotaban sobre nuestras cabezas. Las imágenes lentamente se desvanecían en el éter. Aún vestíamos la ropa con la que nos sorprendió este tránsito. Eran múltiples y variadas y nos dio una idea de lo repentino y lo inesperado del hecho. Una joven de dieciocho años, de cabello teñido de rubio, llevaba una falda estrecha y una blusa ceñida; un joven con apariencia de oficinista, un traje oscuro y camisa de cuello y corbata; un actor, vestido de rey Luis XVI; un obrero sentado a su lado aún tenía los guantes en las manos y un casco protector en la cabeza. Un doctor con mandil blanco y su estetoscopio alrededor del cuello y hasta un sacerdote con su sotana franciscana y su rosario enrollado en sus dedos.
En esa soledad compartida cada uno se iba desprendiendo de sus temores, de sus culpas, como hojas desprendidas por el viento, se iban yendo rencores y lamentos. Una adolescente de adelante se desprendió del recuerdo del hijo que abortó y de la terquedad que imponía a quienes se le acercaban para darle consejos que no siguió. Un gerente, aún con su portafolio en su brazo, recordaba la carrera ascendente que realizó a costa de innobles acciones, olvidando reglas, atropellando consideraciones, saltando barreras morales, para obtener la directiva. Una dama echaba de su recuerdo y remordimiento el haber puesto miles de trabas y obstáculos para evitar que sus menores hijos disfrutaran normalmente de la alegría de las visitas del padre y hacerle la vida imposible por detalles y nimios requerimientos, porque no soportaba que otras personas fueran felices y no ella. Al lado, un constructor se olvidaba de los defectuosos caminos que construyó, de la fortuna que acumuló al edificar obras de calidad ínfima y amañando las inspecciones. Un juez, al otro lado, se liberaba del tormento de repasar en su mente los rostros de inocentes que condenó porque no le agradaba el color de su piel, sus miradas, sus apariencias y su trato inhumano, insensible e inmisericorde con el pobre. Un policía, todavía con su uniforme, su pistola y su bastón dejaba liberar la conciencia de las falsas imputaciones que levantó contra gente que no le simpatizaba: ancianos, extranjeros, homosexuales.
Así, poco a poco se fueron liberando, esfumándose de sus cabezas todas sus penas. Todos escuchaban las confesiones de todos; todos sabían de todos y en el trayecto nos fuimos sintiendo menos acongojados, nos apiadamos de nosotros y de los demás. Poco a poco los sentimientos se hicieron lejanos, disipados. Nuestra vida se purgó del dolor en un instante. Desechado lo que habíamos pasado, solo quedó la tristeza de haber vuelto, de no poder haberlo hecho mejor. Y la pena de saber que volveríamos a intentarlo otra vez.

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