No me
engaño. Puedo engañar a todos pero no a mí misma. No soy feliz con la vida que
tengo. Y no amo a mi esposo, eso lo sé y lo he reafirmado a través del tiempo.
La gente me ve reír y me felicitan por
la familia que tengo. Yo les sigo la corriente y finjo ser feliz. Para mí, yo
no rio, mi sonrisa es una mueca de infelicidad. A veces me pregunto si la gente
realmente se da cuenta y son hipócritas como lo soy yo, y siguen el juego de
esta vida. Nadie me pregunta realmente que siento. Yo veo que a mí alrededor
todos son felices o es que fingen como yo y no se atreven a enfrentar el dolor
que daría la realidad. ¡Que cómodo se vive así! Seguro que eso he hecho, he
intercambiado felicidad por comodidad. Pero ese papel no es agradable. Mis días
son estar en ajetreo constante para no detenerme a pensar y reflexionar en esta
vida absurda que estoy viviendo. Claro que mis hijos me dan mucha alegría y un
poco de felicidad. Los quiero mucho y ellos me quieren también. He tratado con
mucha voluntad de volver a querer a mi esposo. Hemos pasado más tiempo juntos,
los dos solos. Hemos celebrado entusiastamente nuestros aniversarios y otros
acontecimientos. A pesar de lo aparente positivo de los encuentros, me vuelve
inexorablemente una tristeza y un desdén, porque dentro de mí no me conmueve ya
nada de él. Y cuando tenemos relaciones íntimas, a pedido e insistencia de él y
aunque invento muchas excusas, me siento muy mal después, pues es una tortura
para mí, tanto que quiero arrancarme la piel. Algunos momentos nuestras miradas
se encuentran y siento que mis ojos me delatan. Presiento que él sabe ya la
verdad pero entiende que ni él ni yo podemos hacer nada y no se atreve a
encararme pues sería el fin del mundo que tenemos hasta ahora.
Un día
estábamos en una reunión con unos amigos. Los varones se juntaron en el patio a
comentar sobre deportes, como siempre, y nosotras, las esposas nos quedamos en
la sala, charlando. Una de ellas comentó que su esposo tenía
una secretaria bonita. Le aconsejamos que se pusiera alerta.
-La tentación
puede ser muy grande y tú sabes, tu esposo pasa más tiempo con ella que
contigo.
-Si se le ocurriera “sacar los pies de plato”
a mí no me faltaría pretendiente para ponerle los cuernos para estar a la par.
-Yo
no lo haría- Comentó otra- si mi esposo quisiera revolcarse con
otra mujer, allá él.
-¿Qué
tal si tú te enamoraras de otro hombre? No hay que decir de esta
agua no he de beber.
-A propósito.
Tengo una amiga del tiempo de colegio que se ha enamorado perdidamente de su
entrenador y me dice que es el amor de su vida.
-No sé
cómo una esposa se puede enamorar de un tipo que solo le dedica ratos, que no está
cuando sus hijos les da fiebre, cuando tiene una emergencia, cuando celebra algún
evento familiar, cuando necesita dinero para comprar ropa a los hijos, cuando
planeas el futuro de sus hijos. ¿Dónde está?- Fue el comentario de otra. Al
cual siguieron otras opiniones más.
-Cierto,
no se da cuenta que solo es una fijación romántica. “Es el hombre de mi vida” ¡ja!
-Los
amores de la vida están en nuestras casas.
-Tienes
razón. Algunas mujeres mantienen esa fijación que no les permite tomar
conciencia de lo valioso de lo que realmente tienen.
-El
problema es la idea idealizada del hombre. Deberían sacarse esa idea de la
cabeza y valorar a su familia y amarlos incluyendo a su esposo.
-Los
maridos no son perfectos. ¿Qué hombre es perfecto?
-¡Perfecto
solo Dios!
-A mí
me han ensenado que el matrimonio es para siempre y la fidelidad también lo es.
Una está casada por los sentimientos y no por papeles firmados.
-Darse
a respetar como señora eso es lo que debe hacer tu amiga. Seguro que no sabe lo
que es amor y ahora corre tras una ilusión.
-Debe
de estar con la cabeza caliente, tener un enamoramiento. El peligro a que se está
exponiendo es que su marido se entere y pierda todo.
Una
de ellas expresó tímidamente y con resquemor.
-Claro,
pero si ya no existe amor entre la pareja y la esposa lo ha intentado todo, lo
mejor es terminarlo aunque hayan hijos que seguramente sufrirán. Pero más
sufren viendo un hogar lleno de mentiras, de agresiones y desamor.
Luego
que habló todas callaron ante tal comentario
discordante. Hasta que la dueña de casa rompió el silencio.
-¿Qué
tal me salió el suflé?
Paré
de escuchar lo que decían, solo miraba gestos y labios moviéndose. Solo asentí
con la cabeza lo que decían, cínicamente, mostrándoles mi aceptación a sus
opiniones.
Pero
que bien domesticadas estaban estas señoras. Bien parecía que sus propios
esposos les instruyeron en el arte de cerrar sus ojos a sus vivencias, y aceptar
que el matrimonio es donde acaba la vida de las mujeres. Piensan que tenemos
que servir a la familia para protegernos, para tener futuro, que nuestro fin es
la casa, y que esa nuestra profesión. Con discreción me abstraje de ese mundo
llenos de valores, de sacrificios y de deberes que no era el mío.
Impensablemente,
esta reunión aclaró mi mente. Si, asentí con la terminación del
matrimonio cuando el amor entre los esposos ha terminado. Ahora sé lo que debo
de hacer. Lo que no sé es como ni cuando romperé mi
matrimonio.
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