martes, 30 de marzo de 2021

Chullo el arriero


 

Vivíamos en un mundo dentro de otro mundo.

Y nuestro mundo tenía su propio códice de conducta, formas de comunicación y una identidad e ideal que compartíamos todos nosotros. Lo que indiscutiblemente nos unía era el amor y la práctica de las expresiones artísticas de la cultura andina. Fundamentalmente compartíamos una forma de ver el mundo. La mayoría de sus miembros eran migrantes de casi todas las regiones del país. Venían de las variadas comunidades que han existido antes de la colonización europea y aun antes de la conformación de la nación moderna llamado Perú. Eran los que originariamente mandaron pero que devinieron en dominados. Esas comunidades preservaron sus costumbres ancestrales a pesar que el Perú oficial dominante les imponía una diferente organización social, política, económica y cultural

Entonces, como hormigas, los integrantes de ese mundo se esforzaban y se multiplicaban por llevarse a cabo los eventos donde se cultivaban las tradiciones andinas. Las familias de migrantes preservaban las costumbres de sus comunidades a través de fiestas, eventos, ceremonias cívicas y religiosas. Todo ello requería el acopio de infinidad de equipo y vestuario para cada danza. Para una danza comúnmente se requería siete a ocho accesorios para el varón, como sombrero, pañuelo, chaleco, faja, pantalón, zapatos, pañuelos de mano. Para las mujeres necesitan otro tanto, como sombrero, pañal, maquitos, cotón, faja, fustán y zapatos. Todo eso de una sola danza y el número de las danzas que generalmente se practicaba eran cien.

El acarreo del vestuario, para por lo menos cuatro parejas por actuación, el transportar a los músicos ejecutantes de la música vernácula, exigía movilizarse por los diversos municipios de Lima. Las líneas de transporte de ese material cruzaban la ciudad de norte a sur y de este a oeste, principalmente los viernes sábados y domingos, desde que amanecía hasta el amanecer del nuevo día.

Chullo era uno de los encargados de esa tarea. Cruzaba varias veces el damero de Pizarro, la parte posterior del Palacio de Gobierno. De allí hasta La Parada, a Breña, el teatro Pardo y Aliaga, el Teatro Municipal, muchas veces localidades como Vitarte y aun hasta Naña y Atocongo. Luego de terminar las actuaciones, Chullo tenía que hacer todo de vuelta, pero al revés.

Un lunes lo encontré a la una de la madrugada en su cuarto en la Plaza Unión, recostado en su colchón de paja, medio muerto de cansancio. Noté que se había sacado los zapatos y un calcetín aparecía en la entrada de su cuarto.

- Chullo, ¿Que hace tu media allí? –Le pregunté.

-Descansando.

- ¿De tu pie?

-De mi zapato.

-Se ha arrastrado hasta allí, agonizante, con la lengua afuera.

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